martes, 10 de diciembre de 2013

Dante Panzeri: ética y coherencia de una vida en el fútbol

Una lectura de Dirigentes, decencia y wines, Antología de la obra periodística de Dante Panzeri, edición a cargo de Matías Bauso


Las crónicas periodísticas suelen perderse en la vorágine de lo volátil, lo efímero, lo intrascendente. Las crónicas periodísticas deportivas son, quizás, mucho más frágiles todavía, sobre todo en estas épocas globalizadas en donde el deporte está omnipresente en cada día de nuestras vidas y los resultados y las competencias se suceden unos tras otros. Como a todo ejercicio literario las salvan del olvido la trascendencia histórica del suceso y el estilo del narrador. Si a eso le sumamos una ética a prueba de balas y una coherencia granítica a lo largo de 40 años de vida profesional, la obra periodística de ese autor será esencial para comprender los hechos que narra y las circunstancias que lo rodearon. Este trabajo de investigación de Matías Bauso que recopila algunas de las notas emblemáticas, olvidadas o perdidas de Dante Panzeri, es un acto de amor a la profesión periodística y una declaración de admiración a la figura del autor, un tipo recto, directo, único, prolífico, polémico y cuestionador. Muchas veces citado, muy pocas veces leído, Panzeri es una leyenda que la lectura de sus artículos hará más grande aún.
La actividad periodística de Panzeri fue impresionante. Durante más de cuarenta años publicó entre seis y ocho notas semanales en todas las publicaciones en que trabajó, además de las columnas de opinión en radio o televisión —que guionaba meticulosamente— y los comentarios de cientos de partidos en las principales radios del país. Un corpus gigante que el compilador se permite calcular en más de 15.000 colaboraciones. ¿Qué elegir entre esa increíble producción? Bauso pone la lupa con sabiduría en las obsesiones recurrentes de Panzeri: el juego propiamente dicho, la dirigencia, sus notas en El Gráfico, su prédica constante contra los DT, los Mundiales, su visión sobre otros deportes, su odios militantes, guiones para radio y columnas televisivas, la ética periodística. En todas ellas Dante Panzeri es cristalino y contundente; también testarudo y obsesivo, implacable y dogmático. No veía nada épico en el deporte, odiaba las entrevistas a los protagonistas, era implacable con sus enemigos. Su estilo era barroco, enredado y muchas veces repetitivo. Solía escribir líneas enteras en mayúscula para subrayar algún concepto. Pero escribiera donde lo hiciera —desde El Gráfico hasta Así, desde el diario El Día hasta la revista Satiricón—, su huella es tan profunda que pocos dudarían en llamarlo el más grande periodista deportivo argentino. Esta antología está llena de evidencias que hacen más que verdadera a esta afirmación.

Sus comentarios de partidos son memorables. No se detiene en la simple enumeración de jugadas: la nota es una excusa para explayar conceptos sobre el juego. Su antológica crónica en El Gráfico de un Racing-Santos jugado en cancha de Huracán en los 60 transmite en partes iguales concepto y emoción. El periodista está viviendo un match único, célebre, histórico y cada vez que uno lo lea sentirá esa sensación. “Fútbol de hombres agrupados en permanente y rápida circulación. Lo muy importante esta vez lo hicieron los dos equipos, RACING TAMBIÉN”. Su semblanza de Pelé, hecha a propósito de ese partido, es una pieza literaria de excepción, republicada muchas veces a través de los años. “Pelé en una cancha de fútbol es fútbol hecho placer. Placer de genialidades, que todas son posibles en Pelé, el sin metáfora fenómeno Pelé”. Su voz solitaria en contra de la actuación dentro y fuera de la cancha de la Selección argentina en el Mundial de Inglaterra y, en especial, el día de la expulsión de Rattín, es otra muestra de periodismo puro: estilo, concepto, opinión. Aún en contra del medio del que es director, de todos sus colegas, de su propios lectores. “El drama de los argentinos que estuvieron aquí sin estar abocados a ningún negocio de seducción patriotera”. El fútbol timorato y “moderno” que Juan Carlos Lorenzo intenta impulsar en la Selección que participara del Mundial de Chile es despedazado sin piedad, antes, durante y después de la competencia. Cada uno de las críticas a esa manera de vivir el fútbol es independiente del resultado y de las modas. “Puede ser beneficioso que hayamos recibido esta nueva bofetada sobre nuestro falso orgullo futbolístico”. A propósito de una final entre Milan y Estudiantes, califica a Zubeldía y sus alumnos en forma lapidaria: “EL FÚTBOL que juega Estudiantes es la representación de la violencia para el lucro aplicada al fútbol”. Lo increíble es que escribiera esas líneas en El Día de La Plata, cuya sección deportiva era y es casi un órgano partidario de los clubes platenses. Lo que demuestra lo poco que le importaron los intereses del medio y los prejuicios de sus lectores a la hora de firmar una nota.

Panzeri fue además un teórico del fútbol como juego y un tenaz adversario de la preponderancia de los DT, los “ladrones de azul”, como los llamaba. Los atacaba permanentemente, los trataba de mentirosos, charlatanes y tecnócratas. Consideraba al fútbol un arte de lo imprevisto –“Dinámica de lo impensado” se titula su libro más famoso, frase que de repetida se transformó en un lugar común- y todo lo que viniera de afuera de las canchas era sólo corrupción del juego. “Todo estilo de juego surge de muchos individualmente distintos jugadores. El juego es el jugador. El estilo es el jugador. Siempre decide el jugador”.  La política del jugador mutada a política de los entrenadores sólo traería mediocridad. El tiempo demostró algunos de su pronósticos, el fútbol argentino fue envolviéndose en una política de resultados en donde las estrellas son los DT, para bien o para mal: quien triunfa es el mejor, el ejemplo, sin importar modos ni legalidades. Odiaba visceralmente a Zubeldía y a Lorenzo como precursores de ese protagonismo y les descargó, más allá de los resultados, todo su veneno, desde cualquier tribuna y a propósito de cualquier circunstancia. Vio antes que nadie la dicotomía de estilos que explotara en los 80 entre Menotti y Bilardo, pero no fue complaciente con ninguno. A Menotti le criticó sin piedad sus contradicciones cuando quedó al frente de la Selección. “Es esclavo de esos que hablan lindo”.

Hay un mojón insoslayable en la extensa trayectoria de Dante Panzeri: su período de tres años al frente de la dirección de El Gráfico. La mítica revista de Editorial Atlántida fue durante décadas –casi durante un siglo- la revista deportiva más importante de Latinoamérica y por sus páginas pasaron grandes periodistas y los sucesos más importantes del deporte argentino y mundial. Ingresado desde muy joven a sus filas, llegó a la dirección como parte de un proceso de renovación inevitable. Bajo su dirección la revista vivió una verdadera revolución: a pesar de las limitaciones tecnológicas la fotografía ganó en importancia y las notas empezaron a aparecer firmadas con nombre y apellido dejando de lado los seudónimos. Había que opinar y dar la cara. Y él fue el primero en tomar la lanza: concepto y opinión. Cada número contenía material que movilizaba, tanto para estar de acuerdo como para odiar con toda el alma al autor. Inauguró una sección de correo de lectores que contestaba personalmente. Si jamás había escrito una línea para congraciarse con nadie, sea protagonista o lector, ahí lo dejaría más que claro. “Le podremos contestar, como usted lo desea, el día que usted LEA El Gráfico, no mientras solamente MIRE El Gráfico”, recibe como respuesta un lector. “Nosotros no pretendemos imponer criterios sino que, basados en una profunda convicción de lo que es el ideal futbolístico, luchamos por su concreción”, le contesta a otro. La editorial empieza a mirar con preocupación la caída en las ventas de la revista y al querer imponerle la publicación de una nota que era en realidad propaganda política, lo obligan a la renuncia. El Gráfico aprovecharía la decisión para cambiar su histórica política de tapas: en vez de distinguir a un deportista destacado se pasa a privilegiar la actualidad. Panzeri profetizó que eso  sería el comienzo de una muerte lenta de la legendaria revista. No se equivocaba.

Los últimos años de su vida, alejado de las grandes luces, se dedicó a argumentar desde donde lo dejaron su firme oposición a la realización en Argentina del Mundial de fútbol. “El Mundial 78 no se debiera realizar en la Argentina por las mismas razones que un tipo que no tiene guita para ponerle nafta a un Ford T no debe comprarse un Torino. Si lo hace, es porque alguien está robando”. En plena noche de una las dictaduras más sangrientas fue la única voz disonante dentro de un coro monocorde de medios y periodistas que acompañaron por miedo o complicidad lo que se transformó en una suerte de causa nacional para combatir la mala prensa del gobierno en el exterior. Matías Bauso rescata del archivo personal de Panzeri líneas como esta: “El Mundial se hace por necesidad POLÍTICA. Y parte de dos consignas-objetivos: extirpar la guerrilla y el sindicalismo”. El Almirante Lacoste, hombre fuerte de la organización del Mundial, lo cita para pedirle explicaciones: la leyenda dice que Panzeri se presentó con voluminosa documentación para avalar sus argumentos. No pudieron cambiarle la opinión. Un acto de valentía inusual. La muerte no le permitió ver la “fiesta de todos”, un cáncer lo mató en abril del 78.

“Al fútbol de hoy le faltan tres cosas: dirigentes, decencia y wines”, escribió alguna vez Dante Panzeri. Un tipo que investigó, criticó y propuso poniendo a sus convicciones delante de todo, aún de los propios intereses del medio en el que trabajaba y de lo que supuestamente pensaban sus lectores. En síntesis: un periodista que avisa desde que posición nos habla con enorme honestidad intelectual y un estilo contundente. “La palabra no ha sido inventada para NO decir lo que pensamos. Para callar y ocultar se inventó, antes, el silencio.” Genial, polémico, eterno. El mito Dante Panzeri, su ética y su coherencia, están presentes nuevamente para cuestionar y discutir. Cada una de estas líneas rescatadas por Matías Bauso nos vuelve a mostrar la pasión y las obsesiones de un periodista íntegro. El gran periodista deportivo argentino, el único e irrepetible Dante Panzeri.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Genesis: una selección personal

¿Por qué Genesis? ¿Qué cosas provocan un fanatismo que perdura a través de los años? ¿Qué hace que tratemos de que su llama siga viva e intentemos trasladar nuestra pasión a todos los que conocemos? ¿Por qué encontramos nuevas felicidades en cada escucha de cualquiera de sus discos clásicos y eternos?
No pude resistirme a la tentación de listar las mejores canciones de Genesis de toda su extensa discografía. Quizás sea algo propio de la cultura consumista, proclive a transformar en números y estadísticas, en ganadores y perdedores, todo lo que encuentre a su alcance, pero los rankings siempre tienen un encanto especial. Las más grandes películas de la historia, los cinco libros que te llevarías a una isla desierta, las diez mejores series de todos los tiempos. Esta lista que presento es la foto actual, quizás en unos días, o mañana mismo, cambie o agregue alguna otra canción. Es que para un fan todo registro de la banda esconde alguna felicidad, a veces pequeña, otras inmensa. Aquí va mi pequeña gran 
selección:

1 – The knife ( Tresspas – 1970 )
Nuestros héroes graban el primer disco enteramente Genesis con varios lugares comunes de la progresiva inglesa del momento, pero al final rompen los esquemas con una canción potente y agresiva que se convirtió es su primer gran hit en vivo. Escuchar también: Stagnation.

2 – “The fountain of Salmasis” ( Nursery crime – 1971 )
Una miniópera esencial del rock sinfónico, con la historia de Hermafrodita hermosamente contada, Peter Gabriel interpretando varios personajes y el quinteto luciéndose mostrando imaginación y extrema precisión. Gran solo final de Steve Hackett. Escuchar también: The musical box.

3 – “Watcher of the skies” ( Foxtrot – 1972 )
El mellotron de Tony Banks introduciendo el tema es una marca esencial de esta época del grupo. El rock teatral en su máxima expresión otra vez contando una historia fantástica. Phil Collins empieza a demostrar que es una baterista excepcional. Escuchar también: Can utiliy and the coastilerns.



4 – “The cinema show” ( Selling England by the pound – 1973 )
Una bella letra y una parte instrumental de lo mejor que dio la música popular de todo el siglo XX, traspasando las fronteras del rock. Todo el disco en una gran obra de arte. Inigualable, clásico, genial. Este solo disco justifica cualquier fanatismo. Escuchar también: Firth of fith.

5 – “The lamia” ( The lamb lies down on Broadway – 1975 )
Antes que The Wall de Pink Floyd, Genesis compone una ópera rock genial que cuenta la historia de Rael, un portorriqueño perdido en las calles de Nueva York en busca de su hermano y su propia identidad. Hay tantas ideas musicales en este disco doble, que merece un ensayo aparte. El tema elegido reúne letra, melodía e interpretación en un combo de lujo. Escuchar también: It.

6 – “ Dance on a volcano” ( A trick of the tail – 1976)
¿Y ahora qué pasa? El frontman inigualable deja la banda y cuando para todo el mundo el grupo debería desaparecer, el baterista se asoma y asume la tarea de cantar. En este tema, que abre el primer disco post Gabriel, el grupo luce genial, refinado, potente, con una gran parte instrumental final. Escuchar también: Ripples.  


 7 – “Afterglow” ( Wind and whetering – 1977 )
Banks compone una bella canción con una melodía extraordinaria que el grupo decide poner al final del disco. Es una canción terminal, emocionante, clásica. ¿Se puede transformar el atardecer en canción? Sí, Genesis lo hace. Todo el disco es una cumbre del rock progresivo. Escuchar también: One for the vine.

8 – “The lady lies” ( …And then there were three – 1978 )
Ya sin Hackett, golpe duro, el ahora trío emprende un disco en donde intenta refugiarse en lo seguro. En el tema elegido eso se nota claramente. Y les sale genial. Quizás fruto de la situación algunas composiciones se simplifican. Escuchar también: Follow you, follow me.

9 – “Behind the lines” ( Duke – 1980 )
Gran despedida gran a los 80 en uno de sus mejores discos. Collins se transforma en una gran cantante y la melodía elegida, tan bella, tan bien interpretada, con voz de crooner, merece la elección. La banda de culto empieza a dejarle lugar a la banda de estadios. Escuchar también: Duke’s travel.

10 – “Abacab” ( Abacab – 1981 )
Nuevo productor, nuevo sonido, nueva estética. Genesis se pone abstracto hasta en el arte de tapa. Abacab es un gran tema con una prolongada jam final. A lo largo de las giras fueron sacándole lustre y velocidad a la ejecución de este tema, transformándolo en clásico. Escuchar también: Another record.


 11 – “It´s gonna get better” – ( Genesis – 1983 )
Gran sonido gran, gira impresionante, éxito masivo y otra canción terminal que cierra el disco y emociona. Escuchar también: Mama.

12 – “The brazilian” – ( Invisible touch – 1986)
En la cúspide de su popularidad, Genesis se vuelve más pop que nunca, pero todavía le da espacio a la experimentación jugando con las baterías electrónicas otra vez apoyados en los brazos hercúleos de las melodías de Banks. Escuchar también: Tonight, tonight, tonight.

13 – “Fading ligths” – ( We can´t dance – 1992)
Cultos, refinados, maduros, dejan este gran tema para cerrar el disco. En la gira lo tocan los tres solitos con su alma en el escenario. Emocionan con un gran tema de despedidas. Escuchar también: No son of mine.




jueves, 7 de noviembre de 2013

Discos de vinilo: el pasado llegó hace rato


Los datos de la venta de discos de vinilos no dejan de sorprender hasta la misma industria discográfica. Entre el año 2007 y 2012, la producción y venta de discos de vinilo creció en forma ininterrumpida, alcanzando sólo en Estados Unidos 4,6 millones de unidades vendidas. Aunque todavía sigue siendo un porcentaje menor dentro del total de la venta física de álbumes (alrededor del 2,3%), su crecimiento es sostenido y se prevé que su participación seguirá en firme ascenso. ¿Cuáles son las razones por las cuales un formato de reproducción casi extinguido resurja con fuerza transformándose nuevamente en parte del negocio discográfico? ¿Por qué cada vez más artistas de prestigio deciden editar sus nuevas grabaciones también en este formato? ¿Qué es lo que hace que un público creciente decida, fuera del círculo de los coleccionistas, volcarse nuevamente a comprar estas ediciones? Las múltiples respuestas a estos interrogantes pueden agruparse en dos grandes argumentos: las cuestiones que tiene que ver con la calidad sonora y aquellas centradas en el soporte mismo como hecho artístico. Trataré de recorrer ambos caminos en estas líneas.


I

Entre el año 1985 y comienzos de la década del 90 el disco de vinilo comenzó a ser desplazado por el CD, apoyado por su menor tamaño, practicidad y al hecho de que al ser grabado digitalmente, con un mínimo cuidado la grabación no pierde nada de su calidad. Pero la cuestión técnica derivó en un planteo estético. ¿Qué soporte tiene la mejor calidad de sonido, el vinilo o el CD? Hubo y hay argumentos para ambos bandos, pero la tendencia mundial es la de aceptar que el disco de vinilo tiene una calidad superior. El CD es básicamente una grabación en donde la música está codificada como una secuencia de 1 y O, limpiando la reproducción de cualquier impureza. Resumiendo: cuando hablamos de una grabación de CD, no hablamos de música, sino de sonido dispuesto en forma de códigos binarios. Además, en el proceso de masterización de las grabaciones se sacrifica calidad en pos de mejorar los volúmenes, tendencia marquetinera presente hoy en día en cualquier grabación comercial. La combinación de todos estos detalles técnicos hace que el sonido digital sea percibido como frío, metálico, agresivo, áspero, sin alma. En su virtud está su mayor defecto. El músico norteamericano Neil Young, acérrimo defensor del vinilo, agrega otro dato importante. Dice que cuando escuchamos un CD tendemos a creer que este suena mejor por su brillantez y claridad, pero esa sensación de haberlo percibido todo de la grabación hace que no sintamos la necesidad de volver a escucharlo sin sentir cansancio o saturación. Algo que no sucede con los discos de vinilo.


La emblemática tapa del Sargent Pepper de The Beatles

II

La reproducción de un disco de vinilo tampoco deja de ser un hecho mecánico: el movimiento que sufre la aguja o púa al seguir el surco se transforma en una señal eléctrica que da lugar al sonido. De lo que quedan pocas dudas es que el único soporte que es una copia exacta de un original y es reproducido sin error es el llamado elepé. Pero, al igual que el CD, en su virtud está su mayor defecto. El acetato que sirve de soporte acumula polvo y humedad en sus surcos desde la primera escucha, por lo que con el tiempo se empiezan a producir una serie de sonidos que pueden ir del encanto a la verdadera molestia, una serie de chisporroteos que al final terminan afectando la calidad. Además, la experiencia dependerá mucho de la calidad del equipo reproductor. Pero es indudable que el sonido emitido por un disco de vinilo amplificado en un buen equipo es una experiencia sonora única en donde la música se siente como tal. La mecánica analógica hace que los instrumentos suenen cálidos y sean apreciados los  silencios de la interpretación como parte de la composición y de la escucha. Músicos consagrados en todo el mundo son declarados amantes del vinilo y lo destacan sobre cualquier otro soporte tecnológico. Ni que hablar del bastardeo sonoro producto de la compresión del formato MP3: aquí la comparación no resiste análisis, el sonido es claramente mucho más lavado y pobre.

Reciente edición de Charly García en vinilo

III

Tenemos por un lado la certeza de que el disco de vinilo presenta un sonido más real y cálido, pero a la vez el formato se deteriora aún con los cuidados más extremos. Nos queda referirnos a la experiencia artística. Y aquí sí el vinilo es un claro vencedor porque se estable un comercio con la música que constituye toda una experiencia. La cuestión comienza con el tamaño, cuando se compra un disco de vinilo se tiene la sensación de haber adquirido un objeto importante que ocupará espacio y al que habrá que cuidar de manera especial. La música será a la vez tiempo y espacio. Luego tenemos la tapa del disco y el sobre interior, que son en sí mismos objetos culturales con vida propia, desde el arte de tapa hasta las fotografías o textos que la acompañan. Hay miles de ejemplos en donde las tapas forman parte indisoluble de la música. Quizás, la tapas  y el arte interno de discos como The Sargent Pepper´s Lonely Club Hearts Band o Ther dark side of the moon sean emblemáticos ejemplos de esto. Por otro lado, escuchar la música se transforma en una verdadera ceremonia: se toma el disco, se disfruta de la tapa, se saca el vinilo, se observan los surcos de las canciones, se lo pone en la bandeja tocadiscos, se apoya el brazo con la púa en los surcos. La canciones también se pueden ver y en un momento hasta parece que el espíritu del disco nos invadiera y la música nos empapara como una esponja. Una experiencia única. No sabemos todavía si está tendencia de retorno al vinilo será sólo cuestión de un nicho compartido sólo por melómanos o coleccionistas, pero por ahora el fenómeno llegó para quedarse y resistir. Ya es mucho más que una resistencia al paso del tiempo, es una experiencia única que se tiene ganas de vivir y compartir. 

jueves, 17 de octubre de 2013

Vinilo XII – Introspective


Entre todos los sonidos característicos de los 80, la música electrónica de Pet Shop Boys es con seguridad una de las más representativas. El dúo de Neil Tennant y Chris Lowe comenzó la década con un debut exitosísimo, la recordada West wend girls, que rápidamente los puso a la cabeza de todos los ránkings. Aún hoy suele estar en los primeros lugares de cualquier encuesta en donde se recuerde la música de esa década. Había encanto en lo que proponían, una mezcla de electrónica, dance, melodías pop, una voz dulzona, toques clásicos. Sus discos son muestra de buen gusto e inventiva en un estilo en donde no sobraban esos atributos. Actually, por ejemplo, los encontró maduros y exitosos, con letras que se animaban a la crítica social —con Tatcher y sus políticas conservadoras en el poder— y que les dieron además de éxito un gran prestigio artístico.
Como otros músicos de la época, Pet Shop Boys editaba los éxitos más grandes de sus discos en versiones remixadas de larga duración, especialmente diseñadas para su difusión en las discos. Hacia fines de la década, el dúo sorprendió invirtiendo la ecuación: sacó un álbum de apenas seis canciones que duraban un promedio de ocho minutos cada una. Ellos mismos habían trabajado en la extensión de los temas, siendo en sí mismos cada uno de ellos un verdadero remix. Introspective, editado en 1988, tenía además riesgo artístico con la inclusión de nuevas sonoridades y un exquisito gusto que equilibraba la letanía de los sintetizadores con bellas melodías de excelencia pop. Domino dancing, el gran éxito comercial del disco, saturó nuestras escuchas de tanta exposición, pero es un ejemplo fantástico de que la idea les había salido muy bien.
El disco tenía otras sorpresas. Un cover de Elvis Presley, Always on my mind, aún hoy es considerado como uno de los mejores hechos sobre el rey del rock. En I want a dog, incursionan en la música house; el tema tiene un celebrado y extenso solo de piano. Quizás la gema del disco sea Left to my own devices, que tenía una gran desarrollo orquestal que incluía la participación de una soprano y un producción cuidada al detalle. Pet Shop Boys demostraba en Intropective que con buen gusto podía tomar todos los elementos sonoros de los ochenta y traducirlos en un disco de diseño y estilo únicos que definitivamente los transformó en verdaderos artistas. Un celebrado álbum que mantiene intacta su calidad sonora y su vitalidad. Un disco de época que se puede volver a escuchar con el mismo encanto y la misma felicidad.

viernes, 16 de agosto de 2013

Pasión, ego y filosofía en el relato del hecho maldito

Una lectura de Peronismo, Filosofía política de una persistencia argentina de José Pablo Feinmann


Proponerse analizar e interpretar al Peronismo desde la defensa de sus conquistas sociales más profundas y la crítica descarnada hacia sus errores históricos más notables es una tarea gigante que sólo se puede encarar desde el conocimiento profundo, el amor y el dolor que inspiran, el coraje de saber que no siempre se saldrá indemne en el intento, y la osadía de poner el cuerpo y la mente en eso que no sabemos explicar muy bien qué es, pero que nos traspasa como sociedad desde hace casi 70 años. El Peronismo vuelve una y otra vez a interrogarnos como sociedad porque, aún en quienes dicen detestarlo, su accionar nos define como ciudadanos ante lo político y lo público. José Pablo Feinmann —filósofo, novelista, guionista de cine, ex militante peronista, hombre apasionado— nos habla desde la academia y desde la militancia, exaltando y cuestionando en partes iguales, con la misma lucidez, lo mítico y lo reprochable de la historia peronista. Su intento, pasional y polémico, erudito y pendenciero, se vuelca en dos volúmenes —Tomo I, “De 1943 al primer regreso de Perón” y Tomo II “Del primer regreso de Perón al golpe militar de 1976”—, que no pueden dejar de leerse de un tirón, dejándonos exhaustos y perplejos ante la persistencia del hecho maldito de un país pequeño burgués. Estas líneas se ocupan de esa primera parte.


I

A pesar de que no siempre mantiene linealidad en el relato histórico, Feinmann se propone contarnos el Peronismo desde sus orígenes. El Coronel carismático, integrante de un gobierno militar y golpista obsesionado por la industrialización pesada, se queda con aquello que nadie ve ni registra. La Secretaría de Trabajo y Previsión le brinda la posibilidad de ponerse en contacto con esa masa de nuevos obreros, que llegados del campo a la ciudad, carecen de toda conciencia de sus derechos. Si Roberto Arlt se queda con el idioma que la academia desconoce, Perón apunta a la nueva clase social invisible para el poder político. Ese berretín, como lo llama el autor, le dará la posibilidad de amasar poder desde un nuevo lugar con una inteligencia superior a la media vigente. Usará su carisma inigualable, un lenguaje llano y picaresco, los medios afines y una política social activa e inédita para en poco tiempo conseguir una popularidad gigante. Tenía ambiciones políticas el Coronel y de pronto, en una jornada de movilización popular genuina y multitudinaria, los invisibles ponen las patas en la fuente y le dan la presidencia de la república. Algo absolutamente nuevo y transgresor estaba sucediendo en un país formado y dominado por la oligarquía.
A no dudarlo, nos dice Feinmann, el Peronismo en el gobierno se comportó como un régimen: personalismo, concentración de poder, persecución a la prensa opositora. Pero las capas bajas de la población conocieron derechos que les habían sido negados en forma sistemática: sindicalización, vacaciones pagas, aguinaldo, salud, educación, el desarrollo de una industria liviana que creó miles de puestos de trabajos, las nacionalizaciones, la inédita asistencia social. Y un dato estadístico que visto hoy sería revolucionario: el 53% del PBI destinado a los desposeídos. Ese es el hecho inexorable de la mística peronista, algo que esas clases dominantes no le perdonarán nunca, ni ayer, ni hoy. Algo que los excluidos del sistema imperante tampoco olvidarán nunca, ni ayer, ni hoy. Un nuevo poder construido con un nuevo sujeto social. En el medio de este verdadero tembladeral —nos sumamos a la izquierda boba argentina que siempre se regodeó diciendo que Perón no era revolucionario—, está Eva. Evita es un acto revolucionario en la vida de Perón, nos dice Feinmann, quizás el único. Y agrega: no es poco, considerando que ningún presidente argentino tuvo jamás un acto revolucionario. Eva concentra en su figura el fanatismo por Perón, pero implícito en su discurso, lleva consigo las mayores exigencias hacia el líder: el enemigo acecha, es vengativo, hay que profundizar los cambios y prepararse para resistir. Un cáncer abominable, celebrado por el más rancio antiperonismo, la convirtió en un cadáver exquisito, libre de contradicciones. Su infatigable obra social y su militancia sin respiros la convierten en el primer mártir peronista.



II

El autor de La sombra de Heidegger se interna con pasión y dolor en sucesos esenciales que marcarían a fuego el resto del siglo para la Argentina: el bombardeo a Plaza de Mayo, el derrocamiento de Perón, el fusilamiento de Valle. La conducta de Perón tras la muerte de Eva es severamente criticada; rodeado de alcahuetes y adulones se enfrasca en una guerra con la Iglesia Católica que fue creciendo en agresiones y episodios de violencia. Aliada como siempre con los poderosos, la Iglesia ayudó a aglutinar a la oposición y darle un discurso único. Los aviones que bombardearon Plazo de Mayo —un suceso cruel y nefasto, un ataque artero y cobarde contra población indefensa, un presagio de la noche negra de la dictadura del 76— llevaban la inscripción Cristo vence, y después de regar de cadáveres Buenos Aires huyen a refugiarse a Uruguay. La intentona fracasa, pero el odio es más fuerte. Volverían a la carga meses después. El golpe del 55 es claramente un golpe de clase, la vieja oligarquía se toma venganza echando a patadas al tirano y comienza un brutal período de desperonización, festejado y aplaudido por los medios y la clase media, que sólo ambiciona, ayer como hoy, espejarse en los más poderosos. La Libertadora, como se llamó a esa jauría de perros infames, se empecinó con su odio de clase, sus políticas entreguistas y su violencia persecutoria de la militancia peronista, cubierta por las loas de todo el establishment, incluyendo el cultural. Ahí está ese texto fundante del odio gorila, La fiesta del Monstruo, escrito por Borges y Bioy para atestiguarlo. Los fusilados en el levantamiento del General Valle, suceso magistralmente narrado por Rodolfo Walsh, vienen a mostrarnos blanco sobre negro el espíritu de los libertadores del ’55: brutalidad, odio, resentimiento, venganza.
Feinmann se embarra en el relato y en su interpretación de los hechos ocurridos desde el golpe del ´55 hasta el retorno de Perón a la Argentina. Y su afirmación es clara y contundente: la proscripción del peronismo impide el ejercicio de la democracia en el país y el empecinamiento gorila de todo el andamiaje militar y político que permitió esa anomalía es mayormente responsable de la escalada de violencia que se sufrió. Lejos de desperonizarse la sociedad argentina comprendió que los logros sociales y políticos del peronismo adquirían forma de leyenda y mito ante el cuadro represivo y entreguista de los sucesivos gobiernos militares y pseudodemocráticos que le siguieron. En el exilio, Perón juega un ajedrez desgastante para el poder, contiene a todos los sectores, pelea en todos los frentes para lograr su retorno. Y en el contexto de una gesta gigante de la militancia logra volver: el país entero era peronista, el Padre Eterno bajaba a la tierra a devolverle el color a los días grises de su ausencia. El problema no percibido en esos días de efervescencia y militancia es que cada quien veía en Perón algo distinto y el General —viejo, malo y enfermo— decide tomar partido por lo peor. Esa elección del líder no da lugar a equívocos, Perón debía conocer el accionar mafioso de la ultraderecha que lo acompañaba en el retorno y a sabiendas, la dejó hacer. El líder dejaba de ser un significante vacío que cada quien llenaba como quería, a pasar a tomar partido por uno de los bandos, sin dudas el peor y más nefasto. Feinmann sabe que la afirmación es polémica y le granjeará el odio de buena parte del peronismo, pero así como le cuelga todas las medallas de sus logros inéditos y es lapidario con los enemigos que no permitieron su retorno a tiempo, no tiene medias tintas en su condena a la teoría del entorno con que muchas parte de la militancia justificaba las actitudes del Perón otra vez Presidente.


III

El ensayo de José Pablo Feinmann mantiene encendido el debate con referencias a la actualidad y al enfrentamiento del kirchnerismo con los grupos de poder que son los mismos que trabajaron incansablemente para derrocar a Perón. Pero lo interesante de estas desbordantes páginas es que el autor defenderá con pasión cada logro extraordinario de aquel primer peronismo y será firme en la condena a las actitudes del líder en su retorno a la Argentina. Quizás hasta llegando más lejos que los propios intelectuales del antiperonismo. Privilegios de una mente clara, sanguínea, honesta, desprovista de todo prejuicio gorila, testigo privilegiado de la historia, a veces demasiado autoreferencial, pero sin odios y memoriosa hasta en la anécdota. No se podrá acusar al autor de andarse con medias tintas a la hora de analizar conductas propias y ajenas, pero las continuas referencias a su propio protagonismo en los hechos y un ego a flor de piel para citarse en forma continua logran, a veces, entorpecer lo que trata de argumentar. Este Peronismo de José Pablo Feinmann es esencial para el debate y la polémica, pero también es necesario para entender por qué pasa lo que pasa en nuestros días. 

martes, 23 de julio de 2013

Lanata: desventuras de un periodista con conchero


La primera vez que vi a Jorge Lanata por televisión fue durante los 90 en Hora Clave, el por entonces programa estrella del periodismo político televisivo, conducido por Mariano Grondona. El Gordo estaba invitado a debatir con alguno de los mediáticos defensores del menemismo —¿sería Jorge Asís?— y vestía una campera de cuero roja. Esa noche provocó por duplicado con las formas que serían su marca registrada; el rojo furibundo insultaba las corbatas grises del periodismo “serio” y su lengua filosa arremetió con una irónica y burlona interpretación del peronismo. En todo momento el tipo sentía que el centro del universo pasaba por él y la versión tan gorila y chiquita del peronismo que expuso pasaba disimulada por el escándalo de la frivolidad y el robo de esos años nefastos. Ídolo de todos los estudiantes de Periodismo en ese momento, director de Página/12, el diario que había venido a cambiar la forma de hacer periodismo gráfico en la Argentina, estupendo escritor, ingenioso y picante para el debate, ya se sentía un superstar y empezaba a construir el personaje que lo tiene devorado desde hace tantos años.

Hoy que trata de chorros, brutos, pelotudos e imbéciles a todos los que intentan, con más o menos fundamentos, rebatir su “relato”, esas formas provocativas derivaron en una triste caricatura. Adjurando de todo lo defendió y de todo lo que combatió durante muchos años, hoy corre detrás de la línea editorial que le exige el Grupo Clarín con la dedicación, el énfasis y el fanatismo de los conversos. Se puede entrever el odio que le deben tener sus nuevos compañeros de odio—Van der Kooy, Castro, Majul, Leuco, Bonelli, etc.— que hubieran querido para ellos ese papel protagónico. Él los humilla, “la estrella soy yo, pelotudos”, y arremete contra todo y todos. El detestable Mauro Viale lo calificó de manera notable: “periodista con conchero”. Su programa es un show televisivo que toma todos los tips de la actual televisión comercial argentina: agresión, bravuconería, provocación, chicanas, agravios, sarcasmo, el más desagradable humor. Su periodismo de investigación, plagado de datos inexactos, fuentes dudosas, datos no confirmados, recursos cuestionables, es un insulto a la profesión.


Puedo aceptar que Jorge Lanata crea que el kirchnerismo sea algo detestable por los motivos que se le ocurran, pero las formas que utiliza y su sumisión al grupo mediático que representa descalifican su opinión. Su memoria es frágil, tan frágil que ha olvidado las denuncias de lavado de dinero firmadas por su puño y letra en el malogrado diario Crítica, que involucraban a miembros del directorio del Grupo Clarín, por ejemplo. Grupo al que años atrás acusaba de monopólico y de querer inculcarnos qué comer, qué pensar, qué decidir. Mientras tanto, muestra cada día una imagen más degradada y degradante de su propia figura y de la figura del periodista comprometido. Quizás esta sea su verdadera cara, la cara más triste y lastimosa del tipo que tuviera bajo su dirección la última revolución en el periodismo gráfico argentino y hoy es la cara visible de un grupo mediático lanzado a voltear al único gobierno que ha osado enfrentarlo, utilizando las armas más nefastas de la profesión.

martes, 30 de abril de 2013

Vinilo XI –The friends of Mr. Cairo



Las reuniones de artistas que provienen de lugares diferentes y se asocian para crean una obra en común no siempre arroja buenos resultados. Es muy difícil producir esa química, esa mezcla, que sirve para generar algo distinto e igualmente bueno de lo que pudieran hacer individualmente cada uno de ellos. La asociación entre Jon Anderson y Vangelis alcanzó esa meta, dando a luz cuatro discos a lo largo de una década, donde la belleza melódica se une a una continua búsqueda de nuevas sonoridades. Anderson era una voz reconocida mundialmente, un letrista consumado y miembro fundador del mítico grupo de rock progresivo inglés Yes. Vangelis, notable músico griego experimentador de nuevos sonidos, había creado entre otras cosas, la banda de sonido de la película Carrozas de fuego, que le diera un Oscar de Hollywood y fama mundial. En Argentina, la música que escribiera para la película Blad Runner inauguró durante años la trasmisión televisiva Fútbol de primera.

De esta fructífera unión, el más conocido y exitoso álbum fue sin duda The friends of Mr. Cairo, editado en 1981. De los cuatro discos editados el dúo fue sin dudas el más accesible para el gran público, con muchos temas comercialmente exitosos como State of Independence (que tuvo hasta una versión posterior a cargo de Donna Summer) o I’ll Find my Way Home, que como dato curioso se puede señalar que no formaba parte del álbum originalmente. Lanzado como single su éxito obligó a la grabadora a incluirlo en el disco; en menos de una semana el disco tuvo dos versiones, hasta con tapas distintas, con y sin este éxito enorme. El secreto del éxito del dúo quizá estaba en el sentimiento que la bellísima e inconfundible voz de Anderson le daba a las estructuras sonoras a veces gélidas de Vangelis. El resultado era encantador y ambos influenciaron mutuamente sus respectivas músicas.

La canción que da título al vinilo y el video musical que la acompañaba eran una tributo a las películas clásicas de Hollywood de los 50, en especial la esencial El halcón Maltés. En el tema aparecen sonidos y voces de actores tomadas de esas películas, formando un collage sonoro sorprendente. En The friends of Mr. Cairo pueden escucharse tiros, frenadas de autos, pisadas apresuradas y las voces de los actores Humphrey Bogart y Peter Lorre, entre otros. Esa alquimia, esa mezcla de formatos y estilos, llenaba de pequeñas y grandes felicidades la escucha atenta de esta obra de dos grandes músicos que se ponen uno al servicio del otro. Un hermoso sonido que es más que la suma de dos, es la realización de algo nuevo distinto y encantador.

martes, 2 de abril de 2013

Happiness is a warm gun, nena

Esto fue escrito por mí hace algún tiempo. Cuatro genios.


“When I hold you in my arms
And I feel my finger on you trigger
I know no one can do me no harm
Because happiness is a warm gun”

Lennon – McCartney
Happines is a warm gun,
Álbum Blanco, 1968

Lo había comprado hace algunos años con el pretexto de la seguridad y esas cuestiones y siempre había sido una presencia inquietante en la casa. Todavía recordaba al tipo de la armería que se lo había vendido. Alto, fibroso y con un bigote finito, mostraba o simulaba que sabía todo lo que se puede saber sobre armas. Le había exhibido un repertorio de calibres y formas que intuyó inacabables y no se convencía de cual podía ser la mejor para él. Finalmente había comprado, le habían vendido, un calibre 38, muy maleable. Recuerda ahora que había pensado en ese momento que hasta cabría perfecto en la pequeña mano de ella, que ironía. Cumplió con todos los recaudos legales, aunque hubiera podido evitarlos.
 Ya en la casa, el revólver no terminaba de ser un problema, más bien inauguraba una suerte de invasión silenciosa. Lo cambió varias veces de lugar; primero en una caja de madera pequeña sobre el ropero, luego en un cajón de la cómoda, más tarde en su mesita de luz. Siempre antes de acostarse o dormirse pensaba: ahí está. Se comportaba como si esa cosa metálica y misteriosa tuviera vida propia.
Siempre le temió, incluso hasta para mirarlo, por eso se sentía siempre disminuido, como se sentía disminuido ante ella. Ahí estaba ahora, inmaculado, virgen; lo imaginaba sonriente, listo para entregarse sin complejos, como una puta consciente que no reniega de su destino. Tuvo que prepararse pacientemente para el momento de asirlo, acariciarlo y proponerle que se abriera manso y sin rebeldías a sus deseos. Sus deseos de muerte, de dar ese adiós definitivo postergado por cobardía.
Lo angustiaba el instante de lograrlo. Buscar el momento más oportuno, menos decadente, más reservado. ¿Pero cómo evitar el escándalo de los ruidos, los gritos, las súplicas, las lágrimas, el insulto, la ensayada sonrisa final? Se dijo que no podría pasar de hoy. No se amedrentó por los posibles contratiempos y planeó todo minuciosamente. Sería al atardecer, cerca de las siete y en el baño. Irrumpiría con cualquier pretexto con la determinación y el pulso firmes. Después la tomaría por los pelos y hundiría su cabeza de platino falso un par de veces en el inodoro para que sintiera de cerca su propia mierda. La haría desnudar a las trompadas, que sintiera vergüenza y dolor de su sucio cuerpo entregado. La sentaría a empujones en el bidet, después le daría una tijera para que se cortarse el pelo ella misma; quizás hasta le haría algunos tajos bien distribuidos. Con buen gusto, se dijo.
Por último, la escena final. Le daría el revólver y la obligaría a pegarse un tiro. Era tan débil que obedecería ese mandato temerario. No sería capaz de volver el arma hacia él. Tomó aire y buscó relajarse mientras volvía a repasar el orden del programa.
Siete y diez ella entra al baño.
Las cosas sucedieron como estaban previstas, salvo algún que otro detalle agregado a manera de improvisación. Hacia el final, sin embargo, los disparos fueron dos, no uno. Los planes más perfectos suelen mostrar, a veces, resultados muy distintos a los buscados. Son como complejas operaciones aritméticas; un signo equivocado por distracción o error harán que se tome un camino que lleva a cualquier parte.
Todo va más o menos bien hasta la tijera. Tras dos o tres cortes más nerviosos que precisos, inesperadamente ella toma la iniciativa. Con una fuerza desconocida le aprieta las muñecas clavándole las uñas. Ahora el que pega un grito es él, mientras trata de no perder el control del arma. Recibe dos o tres puntadas en el abdomen, precisas, furiosas. El 38 cae al suelo, de ahí se dirige a las manos equivocadas, y luego descarga su poder sobre un pobre tipo que ahora está de rodillas. Dos veces, dos tiros.
Para los dos ya todo está escrito. Uno será un asesino fracasado, el otro una víctima asesina.
La felicidad es un revólver caliente.

domingo, 17 de marzo de 2013

Nelly Rivas, la triste historia de un amor peronista

Nélida Haydée Rivas tenía catorce años, cursaba segundo año del secundario y era fanática del cine. Tenía el pelo corto y algunos rasgos ambiguos que hacían que algunos la confundieran con un varón. Para una chica de su edad a quien no le gustaban las actividades físicas y se aburría en el colegio, no había otro divertimento que ir los domingos al cine del barrio a disfrutar tres películas seguidas al precio de una sola entrada. Fuera de eso, una adolescente de comienzos de la década del 50 no tenía mucho para hacer. Su amiga Teresa la convenció. Los domingos concurrirían a la Unión de Estudiantes Secundarios, la famosa UES, donde muchas adolescentes como ellas tenían actividades recreativas, veían películas antes de su estreno, andaban en motoneta ­—última atracción en Buenos Aires—, comían rico y gratis y, además, podían conocer en persona al General. Nelly dudó, pero después de consultarlo con sus padres, decidió ir a la residencia presidencial la semana siguiente. No podía saber que su vida tendría un antes y un después a partir de esa decisión.
Juan Domingo Perón tenía cincuenta y nueve años, era Presidente de la Nación y estaba profundamente deprimido. Su joven segunda esposa se había muerto consumida por un cáncer que no le dio tiempo ni chances. Abrumado por el dolor de la ausencia, enfrentando una fuerte crisis económica, rodeado de alcahuetes y adulones, con sus enemigos confabulando y soñando con su caída, se sentía más solo que nunca. El ministro de Educación le acercó la idea. Había que crear la UES, transformar Olivos en un gigantesco gimnasio femenino con canchas para casi todos los deportes, sala de cine y un inmenso garaje para las motonetas fabricadas por la Siam. El mismo Presidente debía manejar y promocionar junto a las chicas el nuevo producto nacional. Perón aceptó la idea y pronto sus ratos de ocio se transformaron en un multitudinario picnic adolescente. Comenzó a sacarse a de encima el negro de la muerte y volvió disfrutar sin culpas. No podía saber que esa decisión sólo serviría para alimentar el morbo de sus muchos enemigos.
La primera vez que Nelly vio a Perón quedó impactada. Un griterío histérico le avisó que el General había llegado a Olivos. Lo vio encender un cigarrillo de espaldas, darse vuelta, distinguirla entre todas las otras chicas y preguntarle qué le parecía la UES. Nelly no pudo contestarle, quedó muda e impactada ante la imagen imponente de ese hombre alto, buen mozo, atlético, simpático, sonriente. A pesar de temblar como una hoja, de sentir que las rodillas se le vencían, se juró volver cada domingo para verlo nuevamente. Cuando llegó a su casa no le alcanzaban las palabras para contar a sus padres lo que había vivido. ¡El mismo Presidente de la Nación, el General Perón, ese que veía desde chica en los noticieros del cine, aquel a quien sus padres adoraban, la había mirado, la había distinguido y le había dirigido la palabra! Si todavía creía poder sentir su perfume y retenerlo en la memoria.
A Perón le atraía y le divertía la ambigüedad de la figura de Nelly pero supo muy rápido que la chica tenía determinación. Apenas unos meses después de su ingreso a la UES ya la vio integrada a la Comisión de Deportes que periódicamente se reunía con él y comenzó a notar como la mujercita trataba se sentarse lo más cerca posible de su figura. Lo que no pudo imaginarse es que esa joven casi niña le propusiera que fuera él mismo quien le enseñara a manejar la motoneta y no los mecánicos designados al resto de las chicas. Perón le festejó la originalidad y aceptó el reto. Para evitar celos y comentarios de las demás la citaba a primera hora del día, antes que llegara el resto, y le daba clases personales de manejo. El presidente estaba sorprendido de esto que vivía, de este guiño de la vida en medio de tanta muerte y tanta soledad.
Para Nelly era vivir el cuento de Cenicienta, tener que pellizcarse cada día para darse cuenta que el General la distinguía con su amistad, que era alguien especial para él. Para la Navidad del 53 recibió una de las mejores noticias de su vida. Estaba invitada junto a los miembros de la comisión de Deportes de la UES a pasar las fiestas con Perón. Tuvo que convencer a la sangre gallega de su papá, qué no podía entender que su nena pasará estas fechas fuera de la casa, sin su familia; pero el nombre de Perón todo lo podía y finalmente aceptó. Esa noche hubo regalos presidenciales muy costosos para todos, sin embargo la preferida no tuvo el más caro. A Nelly no le importó y se lo hizo saber, no le interesaba el valor, le dijo, bastaba con saber que era un regalo de Perón. A pesar de la corte servil que lo rodeaba, Nelly podía sentir la soledad de ese hombre a quien veía como a una superhéroe y se ofreció para pasar Año Nuevo con él en la quinta de San Vicente. El mismo Presidente hizo llamar al padre de Nelly para pedirle autorización.
Después de las fiestas Perón se alejó algunos días de la UES y de sus chicas, y también de Nelly, por lo que se sorprendió cuando la vio aparecer por la residencia presidencial un día cualquiera a la hora del almuerzo. No pensaba dejarlo solo, se ofreció a comer todos los días con él, y cuando empezó a encariñarse con Monito y Tinolita, los caniches del General, le ofreció a Perón quedarse a vivir. En casa de Nelly el machismo herido de su papá hizo tronar rayos, pero la niña mujer lo convenció con un  largo discurso sobre todo lo que los argentinos le debían, la soledad inmensa en que se encontraba y  que sólo buscaba a alguien para hablar de otra cosa que no fueran asuntos de gobierno. El señor Rivas otra vez accedió y Nelly pasó a formar parte de la coreografía presidencial, apareciendo incluso en algunas fotografías en los diarios de la época bien cerca del General. Una foto tomada en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata muestra a Nelly junto a Perón como una joven muy atractiva. Llevaba más de un año conviviendo con él y nadie podía ya confundirla con un muchacho como meses atrás.
¿Estaba Nelly enamorada de Perón? Seguro que sí, había quedado impresionada por él desde el primer momento que lo vio. Además de apuesto, elegante, simpático, era el Presidente de la Nación. La había colmado de obsequios y había ayudado a su familia que cuando su padre se quedó sin trabajo por enfermedad recibió como regalo una casa en Vicente López a cambio de la que tenían en la Boca. Había visto de cerca la soledad del líder y se había sentido importante estando cerca de él. ¿Estaba Perón enamorado de Nelly? Difícil saberlo, es probable que no, quizás se haya divertido primero de su espíritu adolescente y después, como con muchas otras relaciones, utilizó su estilo protector y de guía que lo convertía más en un padre que en una pareja. Nelly significó distracción y alegría en los momentos más difíciles de su vida. Meses después la cañonera de bandera paraguaya Huamitá se lo confirmaría.
Derrocado Perón, Nelly tuvo como única herencia a los dos caniches del General, que quedaron  a su cargo, y a una jauría de perros morbosos que se abalanzaron sobre su historia para pisotear todo lo que se pudiera la figura del prófugo que ahora no se podía ni siquiera nombrar. Obligada a declarar en algunas de las numerosas comisiones investigadoras que la Libertadora instauró para aniquilar al peronismo, tuvo la valentía que muchas ratas que huían del barco no tuvieron. Con orgullo e hidalguía se declaró amiga de Perón y sólo tuvo palabras de agradecimiento para con él. Mientras militantes eran fusilados o conocían la cárcel y se trataba de destruir ladrillo por ladrillo de la construcción material e ideológica peronista, comenzaba un período oscuro que prefiguró la tragedia argentina. Nelly y su familia no corrieron mejor suerte.
La Policía de la Libertadora ingresó a las casa de sus padres, destruyó o robó todo lo que pudo y entregó a juicio a toda la familia. Los defensores de la moral cristiana y los valores de los fundadores de la patria, que denunciaban la corrupción y el autoritarismo peronistas, utilizaron la historia de Nelly para acusar a Perón de estupro y a sus padres de cómplices, confiscándoles además todas sus propiedades. José María Rivas y Mariana Sebastiana Viva de Rivas fueron condenados y confinados en la Cárcel de Villa Devoto, mientras su hija Nelly fue derivada a un Asilo Correccional de Mujeres para “reconstruir su moral”. Tras un año de encierro debió emprender un tratamiento psicológico intenso y prolongado. Era una muestra de las formas y los resultados de la limpieza moral que la Libertadora venía a traer al país después del escarnio peronista. Durante el exilio del ex presidente la vida de ambos continuó sin saber cada uno nada del otro. Perón, jugando al ajedrez político desde Madrid, conducía una masa informe y contradictoria que quería traerlo de vuelta y se casó con una bailarina a la que llamaban Isabel. Nelly trató de reconstruir su vida como pudo y tras algún tiempo, se casó con un muchacho llamado Carlos, empleado de la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires.
En noviembre de 1972, en una de las proezas más gigantes que una militancia política haya conseguido, después de dieciocho años de represión y de lucha, Juan Domingo Perón vuelve al país. Aquellos patriotas que habían venido a barrer la corrupción peronista demostraron que no era la moral del ex presidente su preocupación. No les interesaba la burocracia estatal, el culto al personalismo, la corrupción generalizada, la inflación ni los ataques a la prensa libre. En realidad su preocupación urgente era la destrucción de un país que dejaba de lado el modelo agroexportador para apuntalar a una industria nacional, con un mercado interno expansivo, la clase obrera sentado en la mesa de las decisiones políticas, con una verdadera distribución de la riqueza, como nunca se vio y nunca volvería a verse. Mientras el país se convulsionaba tratando de imaginarse con Perón de vuelta, el viejo líder se instalaba en una casa en la calle Gaspar Campos, comprada especialmente por el Partido. Una de esas mañanas Nelly decidió, con la misma determinación que cuando tenía catorce años, que tenía que volver a ver a Perón.
Franqueando toda la seguridad de la casa con la temeridad y la decisión de siempre, Nelly llegó hasta la cocina en donde estaba el General. Perón la reconoció al instante y quedó tieso del asombro. Toda una mujer, sus primeras palabras fueron para retarlo, tenía que tener más cuidado, si entraba ella tan fácil también podía hacerlo cualquiera. Después se lanzó a relatarle sus años de penurias, la suerte de sus padres, su reclusión, el escarnio público, su tratamiento psicológico, su nueva vida familiar. El gigante de la Historia, el hombre de la sonrisa y simpatía eternas, el que siempre tenía la palabra o la frase justas para cada ocasión, aquel a quien le costaba demostrar sentimientos amurallado en su rígida formación militar, no supo que decir y se largó a llorar casi sin consuelo. Quizás haya pensado en esos minutos de congoja si había valido la pena todo lo vivido sólo para recordar tantos muertos, consolar a tantos lastimados, cicatrizar tantas heridas.
Ese día fue el último en que se vieron. Nelly seguiría recordando con cariño y admiración a Perón el resto de su vida. El General se enfrentaría viejo, malo y enfermo, a los días más negros que haya vivido como líder político. El país se preparaba para sufrir sus años más tristes y sangrientos.