Mostrando entradas con la etiqueta Libros. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Libros. Mostrar todas las entradas

jueves, 10 de marzo de 2016

El encanto de un libro perdido y encontrado

Reflexiones acerca de Claraboya, de José Saramago

I

A fines de los 80, José Saramago, ya escritor de renombre en el mundo editorial, futuro Premio Nobel de Literatura, recibe una llamada inesperada. Una editorial se comunicaba para transmitirle la buena nueva de que revisando sus archivos había encontrado el original de Claraboya (Clarabóia, en portugués). Escrita en 1953 había permanecido más de treinta años no sólo inédita, sino perdida hasta para su propio autor. El creador de Ensayo sobre la ceguera no dudó un instante: se hizo rápidamente de su segunda novela y rehusó la oferta de la editorial para su publicación. De nada sirvieron los ruegos de su mujer, la traductora al español de todas sus obras, Pilar del Río, y de su editor, que insistieron en lo que sabían podía ser un éxito editorial seguro: la edición de la novela perdida y encontrada del escritor portugués más traducido en el mundo. Saramago lo prohibió en forma terminante, habían pasado más de tres décadas desde que la había terminado, su tiempo había ya pasado, si querían verla impresa tendrían que esperar a su muerte. Ni siquiera intentó releerla. Aunque algún valor le otorgaría porque a pesar de tanto rechazo, no la destruyó.

II

Tierra de pecado es el primer libro publicado por José Saramago. Editado en 1947, pasó por las librerías sin pena y sin gloria. Para 1953, el portugués fatigaba las editoriales de su país tratando de que alguien le publicara Claraboya, su segunda novela. No tuvo suerte. Ni siquiera consiguió una explicación a tantas negativas, sólo la indiferencia o el silencio. El dolor del rechazo logró que el autor no escribiera por casi veinte años y que el original que tenía en su poder se perdiera entre otros papeles. El desprecio a su obra mutó a humillación, la humillación en dolor, el dolor en silencio. Pero la obra perdida del portugués tenía muchas felicidades escondidas: una historia que transcurre en un edificio de una Lisboa gris y bajo la opresión de una dictadura que no se nombra pero se presiente, un relato coral repleto de mujeres fuertes y hombres solitarios, una novela novedosa y muy arriesgada para una sociedad represora y reprimida. Recién hacia fines de los 70 Saramago volvería a publicar, acompañando su renacer literario a un Portugal que volvía a ver el sol de las libertades públicas. A partir de allí su carrera su carrera literaria no conocería límites: éxito editorial, reconocimiento de la crítica, traducciones alrededor del mundo y finalmente, el Premio Nobel en 1998.

III


En 2010 José Saramago muere en las Islas Canarias, donde residía desde hacía años. Su mujer Pilar creó una fundación que lleva el nombre de su ilustre esposo muerto y que, además de algunas obras filantrópicas, administra el cuidado y la edición de toda la bibliografía del autor de El Evangelio según Jesucristo. Esta vez no había nadie que se opusiera a la publicación de Claraboya, el libro perdido y encontrado de una celebridad mundial. Saramago era ya una marca que vendía por sí misma y Alfaguara, aprovechando la publicación de toda la obra del autorproduce en 2011 un enorme impacto editorial editando un texto inédito por casi 60 años de una vaca sagrada de la literatura. ¿Estaría José Saramago, ese escritor famoso, que estuvo 20 años sin escribir herido por un rechazo editorial, finalmente feliz de la publicación de su Claraboya? No haberla destruido, revivir acaso los sacrificios y desvelos para escribirla, recordar quizás a la decena de fuertes personajes que la pueblan, decir que no se publicaría jamás con él en vida, es quizás una respuesta que podría interpretarse de muchas maneras. Me pregunto, además, qué pensarían otros autores de la publicación póstuma de sus obras. ¿Una última forma de pedantería o exhibición como a lo mejor sea toda publicación? ¿Un negocio editorial sin medición de valores estéticos o voluntades personales? ¿Una forma de mantener viva la influencia de la obra de toda una vida en la mente de millones de lectores? No está aquí Saramago para contestarlo o, quizás, se encuentre alguna respuesta en la lectura de esta feliz y sorprendente Claraboya, varias décadas después de ser escrita y rechazada.

domingo, 17 de mayo de 2015

"Las ideas de Cooke golpean la conciencia de los argentinos"

En una breve y luminosa charla con este blog, Daniel Sorín, autor de John William Cooke, La mano izquierda de Perón, nos habla del legado, la filosofía y la militancia políticas del primer delegado de Perón en la Argentina durante su exilio. El pensamiento claro, el análisis histórico didáctico y la relectura desde el presente de la filosofía política de Cooke desde la lúcida mirada de Sorín, nos traen la mítica figura del Bebe para cuestionar y analizar el presente.

En el prólogo a tu libro decís que traes a Cooke a partir de este presente. ¿Por qué Cooke? ¿Qué cosas de este presente discuten o ponen en escena su filosofía política?

Hoy en la Argentina se discuten “modelos”. Por un lado el definido como “crecimiento con inclusión” y por otro el típicamente liberal de libre mercado. Lo que no se discute son un par de conceptos. Uno: el capitalismo (o sea el sistema basado en la apropiación por parte del capital del valor que agrega el trabajo, la famosa plusvalía) y dos: la dependencia (esto es, la organización del capitalismo mundial en el que las economías dependientes remiten capital a las metrópolis). No nos preguntamos nada sobre esto. Algunos porque asumen imposible salir del capitalismo dado el fracaso del socialismo real, otros porque imaginan una redistribución de la riqueza que no perjudique a los monopolios.
Traigo a Cooke al presente porque él se planteó esta situación y le dio respuestas. Respuestas diferentes según el momento de la evolución de su pensamiento. Ciertamente, el tema cruza su correspondencia con Juan Perón y define los límites de la Comunidad Organizada.

"El común de la gente exige coherencia entre pensamiento y espíritu. Pero resulta que es infinitamente menos complejo pensar bien que ser mejor. Exigir esa coherencia, lejos de hacernos mejores nos obligará a pensar peor." (Daniel Sorín)

Esta biografía, dedicada al Cooke político y militante, excluye cuestiones que tiene que ver con lo personal. ¿Por qué prescindir de estos tópicos para escribir sobre un personaje histórico? ¿No crees que estas cuestiones ayudarían a entender o conocerlo en forma más completa?

La pregunta es magnífica y la contestación será rara, rara para un novelista: lo que me interesó fue una biografía de su pensamiento. Por supuesto que no es tarea menor una biografía íntima, pero lo que golpea en la conciencia de los argentinos de hoy son sus ideas no sus peripecias personales. No le conozco agachadas al Cooke, al menos que consideremos que ser cocainómano, alcohólico, jugador y mujeriego lo sean. Dicho de forma sintética: conocer mejor a John no nos acerca más a su pensamiento. Un pensamiento complejo, de grandes mutaciones (del radicalismo antiyrigoyenista al marxismo) que no tienen relación con lo bien que bailaba el tango.
(Por otro lado, el común de la gente exige coherencia entre pensamiento y espíritu. Pero resulta que es infinitamente menos complejo pensar bien que ser mejor. Exigir esa coherencia, lejos de hacernos mejores nos obligará a pensar peor.)
No obstante, estuve tentado, te aclaro, porque hay un libro tan mentiroso y cobarde como gorila, al que habría que contestar.

Tras el golpe del 55, Perón nombra a Cooke como su primer delegado en el país. Sobre él recae la enorme tarea de organizar la resistencia. ¿Qué vio Perón en él? ¿Por qué un todavía muy joven dirigente, desconocido para muchos, debía ocuparse de esa enorme responsabilidad?

Cooke ya era conocido. Fue desde 1946 a 1952 diputado nacional y figura clave de la bancada peronista. No integró la lista a diputados del 52 por ser un peronista que se tomó en serio las tres banderas: justicia social, independencia económica y soberanía política. Esto lo hizo profundamente antiburocrático. En la Argentina y en política, la palabra “burócratas” está ubicada en una amorosa vecindad con la palabra “traidores”. Los burócratas eran para Cooke los adulones que fingían estar con el pueblo pero operaban en su contra. En 1966, en su Informe a las bases, definirá de manera precisa lo burocrático como un estilo que opera con los mismos valores que el adversario. Es decir, como un falso adversario del adversario.
Veamos un poco. El 17 de junio de 1954 escribe en su revista De Frente (número 15) un artículo que se llama: “Quiénes facilitan la infiltración comunista”, allí dice:

En los últimos años se ha advertido una peligrosa inclinación en muchos dirigentes sindicales. A poco de llegar a las comisiones directivas, saltando de fábricas y talleres, el flamante dirigente “descubría” un nuevo mundo. Generalmente, el descubrimiento comenzaba con la compra de un sombrero Orión. Luego con los cigarrillos rubios, por supuesto extranjeros. Después, el automóvil, cuanto más largo, mejor.

Con Orión, “Chésterfield” y “bote” la vida resultaba distinta, la fábrica lejana, y sus compañeros obreros, con sus problemas diarios, una cosa realmente molesta. A medida que se internaba en el reconocimiento de la nueva vida [...] perdía el poco o mucho arraigo que había tenido en la masa. Se abría un abismo entre el señor dirigente y sus compañeros obreros. Éstos debían hacer antesala para verlo a aquél, mientras el señor dirigente, a su vez, hacía antesala en las oficinas públicas persiguiendo las cosas más dispares, desde un negocio personal hasta una solución para algún problema gremial que, desconectado de la masa, no se atrevía a encarar.

Notable fragmento que en pocas palabras describe la génesis de la “burocracia sindical”. Cuando en el 55 se produce el bombardeo a Plaza de Mayo, Perón lo llama porque para impedir el golpe los burócratas no servían. Pero el golpe ya era inevitable porque, como pronto se dará cuenta Cooke, el frente del 45 estaba definitivamente roto. Ni el Ejército ni el clero ni los industriales nacionales sostendrían al gobierno.
Producido el golpe, Perón en el exilio pide resistir de las maneras más violentas, llamando incluso a asesinar a los gorilas. Cooke está preso (Las Heras, Devoto, Ushuaia) y es en esas cárceles que junto a César Marcos y Raúl Lagomarsino fundan los primeros comandos. Perón sueña con una insurrección, y para eso Cooke y la izquierda del peronismo (los peronistas antiimperialistas) eran necesarios. Ambos, Perón y Cooke, trabajarán por la insurrección hasta que se convencen de que es imposible. Hacia fines del 57 ambos saben que el pueblo peronista no estaba dispuesto a aguantar seis años del partido de la Libertadora (Balbín) y que votará por Frondizi que promete derogar el decreto 4161 y volver a la Constitución de 1949. Es cuando los dos Juanes hacen el pacto con Frondizi.


"La oligarquía no solamente es dueña de las cosas: también es dueña de las palabras: libertad, democracia, moral. La democracia y la libertad se definen a partir del mundo liberal burgués. " (John William Cooke)


Los cuatro que firmaron el pacto (Perón, Cooke, Frondizi y Frigerio) sabían que era incumplible. La clase obrera enfrenta al gobierno de Frondizi (en 1958 las huelgas alcanzan a 6 millones de días laborables por trabajador y en 1959 a 11 millones). Para ese entonces Cooke piensa que, para no traicionarse, el peronismo debe ser obrero, apoya las huelgas y, aunque no la dirige, está en la primera línea de combate en la toma del Frigorífico Lisandro de la Torre (enero de 1959). Frondizi reprime con tanques del Ejército la huelga, la parodia democrática había acabado. La toma fracasa por la traición de la burocracia sindical, Vandor pide la cabeza de Cooke y Perón acepta y lo saca definitivamente del círculo de las decisiones. Aquí hay que apuntar algo importante: el capital político de Cooke no era propio sino el otorgado por Perón, Cooke era líder por delegación.
La vida de John corre peligro y decide viajar a Cuba (el triunfo de Castro es simultáneo con la toma del frigorífico, enero del 59). Nadie puede saber cuándo Cooke adopta el marxismo (que en él no es contradictorio con el peronismo), yo estoy convencido que cuando viaja a Cuba ya es marxista, pero es opinable. En Cuba escribe uno de sus textos más memorables y que recomiendo: “Aportes a la crítica del reformismo en la Argentina” (que se puede consultar en la edición facsimilar de Pasado y Presente editada por la Biblioteca Nacional), que es un informe a Fidel Castro sobre el Partido Comunista Argentino. Una crítica demoledora por izquierda al partido de Codovilla. En esos años tratará de influir en Perón a favor de la tendencia revolucionaria que recorre el continente.
Contestando a tu pregunta (y dejando tanta cháchara): Perón usó a Cooke cuando le convino y Cooke usó a Perón todo lo que pudo. Fueron todo lo sinceros que podían ser, poco por cierto, pero tengo la sensación que ambos se respetaron. En este sentido es muy reveladora la contestación de John a la invitación del Grupo Cóndor (Hernández Arregui), pero eso lo dejaremos para no extendernos más.

Siempre pensé que la dramática y exagerada adulación pública de Eva hacia Perón llevaba implícita una exigencia enorme hacia el líder. Cooke, en otro momento histórico, va más allá; sin dejar de reconocer y hasta admirar el liderazgo de Perón, lo cuestiona y discute tratando de forzarle definiciones. ¿Cómo analiza ese comportamiento de Cooke en sus formas y en sus contenidos?

Buena parte de la pregunta está contestada en la anterior. Perón es el líder bonapartista de un movimiento que busca la conciliación de clases, la conciliación entre el capital y el trabajo. Esto es indiscutible, solamente hay que leer “La comunidad organizada”.
Cooke integró el peronismo en tanto movimiento nacional. Hasta la resistencia combate las “desviaciones” burocráticas, pero durante la resistencia se da cuenta de que son más que desviaciones: si la burguesía nacional ha pactado con el imperio, entonces el peronismo no puede ser conciliatorio sino obrero o dejará de ser nacionalista. Plantea que un nacionalismo que no fuera antiimperialista no es nacionalismo. Dicho sintéticamente: su peronismo se distancia del peronismo de Perón, en tanto es un peronismo revolucionario, obrero y no burgués.


"La izquierda argentina se divide entre dos bandos, tan burdo uno como el otro: los que piensan que Menem es igual a Kirchner y terminan haciendo asquerosos acuerdos con la Sociedad Rural; y los que se encolumnan acríticamente con el gobierno y terminan comprados por un puñado de cargos." (Daniel Sorín)

El peronismo es muchas veces un significante vacío que cada quien llena con lo que le parece o le interesa. Cooke, desde el marxismo, le encontró un sentido y luchó para forzar a Perón a que se decidiera por su visión. ¿Puede el peronismo actual encontrar un sentido único a su pertenencia política? ¿Tiene sentido plantearse al peronismo como una herramienta de cambio social que revolucione estructuras? Parecería que hoy en día sólo debe conformarse con la redistribución.

Pensemos más allá de las etiquetas que son confusas, especialmente la etiqueta “peronismo” que es extremadamente difusa en sus límites. Una redistribución sin modificar los cimientos de la estructura social no puede ser más que un veranito efímero. El kirchnerismo, que es el peronismo de esta época (líquido comparado con el del 45-49, como líquida es nuestra época con respecto a aquella) después de 12 años de gobierno se salda por derecha. Gane con Scioli o pierda con Macri, lo que viene es un avance de la derecha (lo que no quiere decir que sea lo mismo que gane Scioli o Macri). La razón es evidente y no la ven los que no quieren verla: la economía sigue en manos de los mismos monopolios extranjeros, de los mismos bancos, de los mismos consorcios agroexportadores y de una industria a la que ni se le pasa por la cabeza desarrollar el sector 1 de la economía (máquinas que hacen máquinas) y que solamente se dedica a algunos productos de consumo. Tarde o temprano la lógica política hace (en especial en las semicolonias) que el poder político sea sinónimo del poder económico y el veranito se acaba.
Un par de cosas finales. Uno: No comparto la idea de Cooke de que el único nacionalismo es el antiimperialista. Es el único nacionalismo revolucionario, pero existen nacionalismos más tibios (como el kirchnerismo) que no pueden obviarse. Es interesante esto. La izquierda argentina se divide entre dos bandos, tan burdo uno como el otro: los que piensan que Menem es igual a Kirchner y terminan haciendo asquerosos acuerdos con la Sociedad Rural; y los que se encolumnan acríticamente con el gobierno y terminan comprados por un puñado de cargos.
Dos: un verano, aunque pasajero, es un verano. Soy un trabajador que ha sufrido, a veces más a veces menos, la suerte del común de los trabajadores y no se me escapa ni por un instante la diferencia entre la inclusión en un sistema injusto y la definitiva exclusión, la diferencia entre un plato de comida caliente y el hambre. No rechazo ese verano, rechazo la ilusión que promete.


El libro, el autor


Daniel Sorín nació en Buenos Aires en 1951. Novelista, ganó el premio Emecé de Novela en 1998 con Error de cálculo, y editó entre otros libros, El dandy argentino (2000), El hombre que engañó a Perón (2008) y La última carta (2013). Es editor, además, de las revistas culturales Abanico y La púrpura de Tiro. En John William Cooke, la mano izquierda de Perón encara una biografía política de uno de los más grandes ejemplos de lealtad, coherencia y lucha. El trabajo documental de Sorín es meticuloso y apasionado, dando a la palabra y los textos de Cooke el espacio necesario para iluminar el presente con claridad y honestidad intelectual nuestro presente. El autor es llano y directo, contextualizando y dando marco histórico y teórico a cada palabra de Cooke. Una biografía alejada de las cuestiones personales del personaje que se transita con deleite hasta la última página. El pensamiento y labor política y militante de John Cooke no podrían encontrar mejor homenaje que este libro.

domingo, 14 de septiembre de 2014

100 veces Bioy


Hoy, 15 de septiembre de 2014, se cumplen cien años del nacimiento de Adolfo Bioy Casares, uno de los más grandes escritores de habla hispana, cuentista excepcional y autor, entre otras, de la novela que le da nombre a este blog. En estas líneas que se escriben a propósito de un número redondo y perfecto, que curiosamente Bioy comparte con otro dios del Olimpo de los escritores argentinos, Julio Cortázar, hablaré breve y emocionalmente de mi comercio particular con su obra. ¿Qué otra manera se puede encontrar de trasmitir la pasión que despiertan las ficciones, la elegancia y la fantasía de su literatura inmortal? 

El primer cuento que leí de Bioy fue “Cavar un foso”, estupendo relato entre policial y de amor, que reúne una arquitectura potente y un relato de amor solapado. Sin dudas un cuentista sabio y excepcional. Pero claro, Argentina tuvo, tiene y tendrá, una tradición en la materia que hizo de ese relato uno más entre los cientos de cuentos de esa estirpe que enorgullecen nuestra literatura. Superada mi imperdonable ignorancia, su genial obra recién comenzó a volarme la cabeza con la lectura de El sueño de los héroes. Hay en esta novela tantas maravillas acumuladas (la excepcional trama fantástica, el costumbrismo detallado, la reconstrucción portentosa de un Buenos Aires pretérito, la creación de personajes sólo comparable a la de Arlt), que, a mi gusto personal y subjetivo, la convierten en la mejor novela argentina.
Obviaré aquí el aporte eterno a la literatura universal que significó La invención de Morel, hoy de lectura casi obligatoria en el sistema educativo argentino, lo que causaría comentarios entre piadosos y jocosos del propio autor. No hace falta decirlo, este libro es una de las cúspides de la literatura fantástica. Perfecto, según lo definiera su amigo Jorge Luis Borges. Pero quisiera detenerme en esa caballerosidad antigua, esa humildad rayana en el estoicismo, en su conocimiento enciclopédico del alma femenina, en ese porte permanente de dandy. Osvaldo Soriano, que lo reverenciaba, dijo de él: “No he conocido otro hombre de genio que respete tanto a sus semejantes ni que los entienda mejor”. Esas palabras del autor de Una sombra ya pronto serás describen como nadie la figura ya mítica de Bioy Casares.

“Algunas amigas pensaron que en mis cuentos de amor me burlo de las mujeres, porque a veces las presento en situaciones ridículas o frívolas. Les puedo dar mi palabra de que están equivocadas. Todos sabemos que el escritor satírico bromea con lo que más quiere y también con lo que más le duele. Mi vida ha pasado entre mujeres; mis interlocutores más constantes –salvo unos pocos amigos- siempre fueron mujeres; si en mis cuentos deslizo alguna queja, entonces, no es por indiferencia hacia ellas sino porque de alguna forma yo he sido su mártir.”

Estas líneas de Bioy, extraídas del prólogo a su libro Historias de amor, describe como pocas la elegancia y las pasiones de la obra de unos de los pocos, acaso el único escritor argentino de su época, que transmite su alegría al escribir, su alegría por ser escritor. 


Alguna vez escribí: “Si pudiera algún día construir perfecciones como El perjurio de la nieve o El nóumeno sabría lo que es ser feliz como escritor.” Abandonada la utópica pretensión, me conformo con la felicidad eterna de su lectura. La lectura de la obra del irrepetible último caballero de la literatura argentina: el gran Adolfo Bioy Casares.

martes, 10 de diciembre de 2013

Dante Panzeri: ética y coherencia de una vida en el fútbol

Una lectura de Dirigentes, decencia y wines, Antología de la obra periodística de Dante Panzeri, edición a cargo de Matías Bauso


Las crónicas periodísticas suelen perderse en la vorágine de lo volátil, lo efímero, lo intrascendente. Las crónicas periodísticas deportivas son, quizás, mucho más frágiles todavía, sobre todo en estas épocas globalizadas en donde el deporte está omnipresente en cada día de nuestras vidas y los resultados y las competencias se suceden unos tras otros. Como a todo ejercicio literario las salvan del olvido la trascendencia histórica del suceso y el estilo del narrador. Si a eso le sumamos una ética a prueba de balas y una coherencia granítica a lo largo de 40 años de vida profesional, la obra periodística de ese autor será esencial para comprender los hechos que narra y las circunstancias que lo rodearon. Este trabajo de investigación de Matías Bauso que recopila algunas de las notas emblemáticas, olvidadas o perdidas de Dante Panzeri, es un acto de amor a la profesión periodística y una declaración de admiración a la figura del autor, un tipo recto, directo, único, prolífico, polémico y cuestionador. Muchas veces citado, muy pocas veces leído, Panzeri es una leyenda que la lectura de sus artículos hará más grande aún.
La actividad periodística de Panzeri fue impresionante. Durante más de cuarenta años publicó entre seis y ocho notas semanales en todas las publicaciones en que trabajó, además de las columnas de opinión en radio o televisión —que guionaba meticulosamente— y los comentarios de cientos de partidos en las principales radios del país. Un corpus gigante que el compilador se permite calcular en más de 15.000 colaboraciones. ¿Qué elegir entre esa increíble producción? Bauso pone la lupa con sabiduría en las obsesiones recurrentes de Panzeri: el juego propiamente dicho, la dirigencia, sus notas en El Gráfico, su prédica constante contra los DT, los Mundiales, su visión sobre otros deportes, su odios militantes, guiones para radio y columnas televisivas, la ética periodística. En todas ellas Dante Panzeri es cristalino y contundente; también testarudo y obsesivo, implacable y dogmático. No veía nada épico en el deporte, odiaba las entrevistas a los protagonistas, era implacable con sus enemigos. Su estilo era barroco, enredado y muchas veces repetitivo. Solía escribir líneas enteras en mayúscula para subrayar algún concepto. Pero escribiera donde lo hiciera —desde El Gráfico hasta Así, desde el diario El Día hasta la revista Satiricón—, su huella es tan profunda que pocos dudarían en llamarlo el más grande periodista deportivo argentino. Esta antología está llena de evidencias que hacen más que verdadera a esta afirmación.

Sus comentarios de partidos son memorables. No se detiene en la simple enumeración de jugadas: la nota es una excusa para explayar conceptos sobre el juego. Su antológica crónica en El Gráfico de un Racing-Santos jugado en cancha de Huracán en los 60 transmite en partes iguales concepto y emoción. El periodista está viviendo un match único, célebre, histórico y cada vez que uno lo lea sentirá esa sensación. “Fútbol de hombres agrupados en permanente y rápida circulación. Lo muy importante esta vez lo hicieron los dos equipos, RACING TAMBIÉN”. Su semblanza de Pelé, hecha a propósito de ese partido, es una pieza literaria de excepción, republicada muchas veces a través de los años. “Pelé en una cancha de fútbol es fútbol hecho placer. Placer de genialidades, que todas son posibles en Pelé, el sin metáfora fenómeno Pelé”. Su voz solitaria en contra de la actuación dentro y fuera de la cancha de la Selección argentina en el Mundial de Inglaterra y, en especial, el día de la expulsión de Rattín, es otra muestra de periodismo puro: estilo, concepto, opinión. Aún en contra del medio del que es director, de todos sus colegas, de su propios lectores. “El drama de los argentinos que estuvieron aquí sin estar abocados a ningún negocio de seducción patriotera”. El fútbol timorato y “moderno” que Juan Carlos Lorenzo intenta impulsar en la Selección que participara del Mundial de Chile es despedazado sin piedad, antes, durante y después de la competencia. Cada uno de las críticas a esa manera de vivir el fútbol es independiente del resultado y de las modas. “Puede ser beneficioso que hayamos recibido esta nueva bofetada sobre nuestro falso orgullo futbolístico”. A propósito de una final entre Milan y Estudiantes, califica a Zubeldía y sus alumnos en forma lapidaria: “EL FÚTBOL que juega Estudiantes es la representación de la violencia para el lucro aplicada al fútbol”. Lo increíble es que escribiera esas líneas en El Día de La Plata, cuya sección deportiva era y es casi un órgano partidario de los clubes platenses. Lo que demuestra lo poco que le importaron los intereses del medio y los prejuicios de sus lectores a la hora de firmar una nota.

Panzeri fue además un teórico del fútbol como juego y un tenaz adversario de la preponderancia de los DT, los “ladrones de azul”, como los llamaba. Los atacaba permanentemente, los trataba de mentirosos, charlatanes y tecnócratas. Consideraba al fútbol un arte de lo imprevisto –“Dinámica de lo impensado” se titula su libro más famoso, frase que de repetida se transformó en un lugar común- y todo lo que viniera de afuera de las canchas era sólo corrupción del juego. “Todo estilo de juego surge de muchos individualmente distintos jugadores. El juego es el jugador. El estilo es el jugador. Siempre decide el jugador”.  La política del jugador mutada a política de los entrenadores sólo traería mediocridad. El tiempo demostró algunos de su pronósticos, el fútbol argentino fue envolviéndose en una política de resultados en donde las estrellas son los DT, para bien o para mal: quien triunfa es el mejor, el ejemplo, sin importar modos ni legalidades. Odiaba visceralmente a Zubeldía y a Lorenzo como precursores de ese protagonismo y les descargó, más allá de los resultados, todo su veneno, desde cualquier tribuna y a propósito de cualquier circunstancia. Vio antes que nadie la dicotomía de estilos que explotara en los 80 entre Menotti y Bilardo, pero no fue complaciente con ninguno. A Menotti le criticó sin piedad sus contradicciones cuando quedó al frente de la Selección. “Es esclavo de esos que hablan lindo”.

Hay un mojón insoslayable en la extensa trayectoria de Dante Panzeri: su período de tres años al frente de la dirección de El Gráfico. La mítica revista de Editorial Atlántida fue durante décadas –casi durante un siglo- la revista deportiva más importante de Latinoamérica y por sus páginas pasaron grandes periodistas y los sucesos más importantes del deporte argentino y mundial. Ingresado desde muy joven a sus filas, llegó a la dirección como parte de un proceso de renovación inevitable. Bajo su dirección la revista vivió una verdadera revolución: a pesar de las limitaciones tecnológicas la fotografía ganó en importancia y las notas empezaron a aparecer firmadas con nombre y apellido dejando de lado los seudónimos. Había que opinar y dar la cara. Y él fue el primero en tomar la lanza: concepto y opinión. Cada número contenía material que movilizaba, tanto para estar de acuerdo como para odiar con toda el alma al autor. Inauguró una sección de correo de lectores que contestaba personalmente. Si jamás había escrito una línea para congraciarse con nadie, sea protagonista o lector, ahí lo dejaría más que claro. “Le podremos contestar, como usted lo desea, el día que usted LEA El Gráfico, no mientras solamente MIRE El Gráfico”, recibe como respuesta un lector. “Nosotros no pretendemos imponer criterios sino que, basados en una profunda convicción de lo que es el ideal futbolístico, luchamos por su concreción”, le contesta a otro. La editorial empieza a mirar con preocupación la caída en las ventas de la revista y al querer imponerle la publicación de una nota que era en realidad propaganda política, lo obligan a la renuncia. El Gráfico aprovecharía la decisión para cambiar su histórica política de tapas: en vez de distinguir a un deportista destacado se pasa a privilegiar la actualidad. Panzeri profetizó que eso  sería el comienzo de una muerte lenta de la legendaria revista. No se equivocaba.

Los últimos años de su vida, alejado de las grandes luces, se dedicó a argumentar desde donde lo dejaron su firme oposición a la realización en Argentina del Mundial de fútbol. “El Mundial 78 no se debiera realizar en la Argentina por las mismas razones que un tipo que no tiene guita para ponerle nafta a un Ford T no debe comprarse un Torino. Si lo hace, es porque alguien está robando”. En plena noche de una las dictaduras más sangrientas fue la única voz disonante dentro de un coro monocorde de medios y periodistas que acompañaron por miedo o complicidad lo que se transformó en una suerte de causa nacional para combatir la mala prensa del gobierno en el exterior. Matías Bauso rescata del archivo personal de Panzeri líneas como esta: “El Mundial se hace por necesidad POLÍTICA. Y parte de dos consignas-objetivos: extirpar la guerrilla y el sindicalismo”. El Almirante Lacoste, hombre fuerte de la organización del Mundial, lo cita para pedirle explicaciones: la leyenda dice que Panzeri se presentó con voluminosa documentación para avalar sus argumentos. No pudieron cambiarle la opinión. Un acto de valentía inusual. La muerte no le permitió ver la “fiesta de todos”, un cáncer lo mató en abril del 78.

“Al fútbol de hoy le faltan tres cosas: dirigentes, decencia y wines”, escribió alguna vez Dante Panzeri. Un tipo que investigó, criticó y propuso poniendo a sus convicciones delante de todo, aún de los propios intereses del medio en el que trabajaba y de lo que supuestamente pensaban sus lectores. En síntesis: un periodista que avisa desde que posición nos habla con enorme honestidad intelectual y un estilo contundente. “La palabra no ha sido inventada para NO decir lo que pensamos. Para callar y ocultar se inventó, antes, el silencio.” Genial, polémico, eterno. El mito Dante Panzeri, su ética y su coherencia, están presentes nuevamente para cuestionar y discutir. Cada una de estas líneas rescatadas por Matías Bauso nos vuelve a mostrar la pasión y las obsesiones de un periodista íntegro. El gran periodista deportivo argentino, el único e irrepetible Dante Panzeri.

viernes, 16 de agosto de 2013

Pasión, ego y filosofía en el relato del hecho maldito

Una lectura de Peronismo, Filosofía política de una persistencia argentina de José Pablo Feinmann


Proponerse analizar e interpretar al Peronismo desde la defensa de sus conquistas sociales más profundas y la crítica descarnada hacia sus errores históricos más notables es una tarea gigante que sólo se puede encarar desde el conocimiento profundo, el amor y el dolor que inspiran, el coraje de saber que no siempre se saldrá indemne en el intento, y la osadía de poner el cuerpo y la mente en eso que no sabemos explicar muy bien qué es, pero que nos traspasa como sociedad desde hace casi 70 años. El Peronismo vuelve una y otra vez a interrogarnos como sociedad porque, aún en quienes dicen detestarlo, su accionar nos define como ciudadanos ante lo político y lo público. José Pablo Feinmann —filósofo, novelista, guionista de cine, ex militante peronista, hombre apasionado— nos habla desde la academia y desde la militancia, exaltando y cuestionando en partes iguales, con la misma lucidez, lo mítico y lo reprochable de la historia peronista. Su intento, pasional y polémico, erudito y pendenciero, se vuelca en dos volúmenes —Tomo I, “De 1943 al primer regreso de Perón” y Tomo II “Del primer regreso de Perón al golpe militar de 1976”—, que no pueden dejar de leerse de un tirón, dejándonos exhaustos y perplejos ante la persistencia del hecho maldito de un país pequeño burgués. Estas líneas se ocupan de esa primera parte.


I

A pesar de que no siempre mantiene linealidad en el relato histórico, Feinmann se propone contarnos el Peronismo desde sus orígenes. El Coronel carismático, integrante de un gobierno militar y golpista obsesionado por la industrialización pesada, se queda con aquello que nadie ve ni registra. La Secretaría de Trabajo y Previsión le brinda la posibilidad de ponerse en contacto con esa masa de nuevos obreros, que llegados del campo a la ciudad, carecen de toda conciencia de sus derechos. Si Roberto Arlt se queda con el idioma que la academia desconoce, Perón apunta a la nueva clase social invisible para el poder político. Ese berretín, como lo llama el autor, le dará la posibilidad de amasar poder desde un nuevo lugar con una inteligencia superior a la media vigente. Usará su carisma inigualable, un lenguaje llano y picaresco, los medios afines y una política social activa e inédita para en poco tiempo conseguir una popularidad gigante. Tenía ambiciones políticas el Coronel y de pronto, en una jornada de movilización popular genuina y multitudinaria, los invisibles ponen las patas en la fuente y le dan la presidencia de la república. Algo absolutamente nuevo y transgresor estaba sucediendo en un país formado y dominado por la oligarquía.
A no dudarlo, nos dice Feinmann, el Peronismo en el gobierno se comportó como un régimen: personalismo, concentración de poder, persecución a la prensa opositora. Pero las capas bajas de la población conocieron derechos que les habían sido negados en forma sistemática: sindicalización, vacaciones pagas, aguinaldo, salud, educación, el desarrollo de una industria liviana que creó miles de puestos de trabajos, las nacionalizaciones, la inédita asistencia social. Y un dato estadístico que visto hoy sería revolucionario: el 53% del PBI destinado a los desposeídos. Ese es el hecho inexorable de la mística peronista, algo que esas clases dominantes no le perdonarán nunca, ni ayer, ni hoy. Algo que los excluidos del sistema imperante tampoco olvidarán nunca, ni ayer, ni hoy. Un nuevo poder construido con un nuevo sujeto social. En el medio de este verdadero tembladeral —nos sumamos a la izquierda boba argentina que siempre se regodeó diciendo que Perón no era revolucionario—, está Eva. Evita es un acto revolucionario en la vida de Perón, nos dice Feinmann, quizás el único. Y agrega: no es poco, considerando que ningún presidente argentino tuvo jamás un acto revolucionario. Eva concentra en su figura el fanatismo por Perón, pero implícito en su discurso, lleva consigo las mayores exigencias hacia el líder: el enemigo acecha, es vengativo, hay que profundizar los cambios y prepararse para resistir. Un cáncer abominable, celebrado por el más rancio antiperonismo, la convirtió en un cadáver exquisito, libre de contradicciones. Su infatigable obra social y su militancia sin respiros la convierten en el primer mártir peronista.



II

El autor de La sombra de Heidegger se interna con pasión y dolor en sucesos esenciales que marcarían a fuego el resto del siglo para la Argentina: el bombardeo a Plaza de Mayo, el derrocamiento de Perón, el fusilamiento de Valle. La conducta de Perón tras la muerte de Eva es severamente criticada; rodeado de alcahuetes y adulones se enfrasca en una guerra con la Iglesia Católica que fue creciendo en agresiones y episodios de violencia. Aliada como siempre con los poderosos, la Iglesia ayudó a aglutinar a la oposición y darle un discurso único. Los aviones que bombardearon Plazo de Mayo —un suceso cruel y nefasto, un ataque artero y cobarde contra población indefensa, un presagio de la noche negra de la dictadura del 76— llevaban la inscripción Cristo vence, y después de regar de cadáveres Buenos Aires huyen a refugiarse a Uruguay. La intentona fracasa, pero el odio es más fuerte. Volverían a la carga meses después. El golpe del 55 es claramente un golpe de clase, la vieja oligarquía se toma venganza echando a patadas al tirano y comienza un brutal período de desperonización, festejado y aplaudido por los medios y la clase media, que sólo ambiciona, ayer como hoy, espejarse en los más poderosos. La Libertadora, como se llamó a esa jauría de perros infames, se empecinó con su odio de clase, sus políticas entreguistas y su violencia persecutoria de la militancia peronista, cubierta por las loas de todo el establishment, incluyendo el cultural. Ahí está ese texto fundante del odio gorila, La fiesta del Monstruo, escrito por Borges y Bioy para atestiguarlo. Los fusilados en el levantamiento del General Valle, suceso magistralmente narrado por Rodolfo Walsh, vienen a mostrarnos blanco sobre negro el espíritu de los libertadores del ’55: brutalidad, odio, resentimiento, venganza.
Feinmann se embarra en el relato y en su interpretación de los hechos ocurridos desde el golpe del ´55 hasta el retorno de Perón a la Argentina. Y su afirmación es clara y contundente: la proscripción del peronismo impide el ejercicio de la democracia en el país y el empecinamiento gorila de todo el andamiaje militar y político que permitió esa anomalía es mayormente responsable de la escalada de violencia que se sufrió. Lejos de desperonizarse la sociedad argentina comprendió que los logros sociales y políticos del peronismo adquirían forma de leyenda y mito ante el cuadro represivo y entreguista de los sucesivos gobiernos militares y pseudodemocráticos que le siguieron. En el exilio, Perón juega un ajedrez desgastante para el poder, contiene a todos los sectores, pelea en todos los frentes para lograr su retorno. Y en el contexto de una gesta gigante de la militancia logra volver: el país entero era peronista, el Padre Eterno bajaba a la tierra a devolverle el color a los días grises de su ausencia. El problema no percibido en esos días de efervescencia y militancia es que cada quien veía en Perón algo distinto y el General —viejo, malo y enfermo— decide tomar partido por lo peor. Esa elección del líder no da lugar a equívocos, Perón debía conocer el accionar mafioso de la ultraderecha que lo acompañaba en el retorno y a sabiendas, la dejó hacer. El líder dejaba de ser un significante vacío que cada quien llenaba como quería, a pasar a tomar partido por uno de los bandos, sin dudas el peor y más nefasto. Feinmann sabe que la afirmación es polémica y le granjeará el odio de buena parte del peronismo, pero así como le cuelga todas las medallas de sus logros inéditos y es lapidario con los enemigos que no permitieron su retorno a tiempo, no tiene medias tintas en su condena a la teoría del entorno con que muchas parte de la militancia justificaba las actitudes del Perón otra vez Presidente.


III

El ensayo de José Pablo Feinmann mantiene encendido el debate con referencias a la actualidad y al enfrentamiento del kirchnerismo con los grupos de poder que son los mismos que trabajaron incansablemente para derrocar a Perón. Pero lo interesante de estas desbordantes páginas es que el autor defenderá con pasión cada logro extraordinario de aquel primer peronismo y será firme en la condena a las actitudes del líder en su retorno a la Argentina. Quizás hasta llegando más lejos que los propios intelectuales del antiperonismo. Privilegios de una mente clara, sanguínea, honesta, desprovista de todo prejuicio gorila, testigo privilegiado de la historia, a veces demasiado autoreferencial, pero sin odios y memoriosa hasta en la anécdota. No se podrá acusar al autor de andarse con medias tintas a la hora de analizar conductas propias y ajenas, pero las continuas referencias a su propio protagonismo en los hechos y un ego a flor de piel para citarse en forma continua logran, a veces, entorpecer lo que trata de argumentar. Este Peronismo de José Pablo Feinmann es esencial para el debate y la polémica, pero también es necesario para entender por qué pasa lo que pasa en nuestros días. 

sábado, 26 de enero de 2008

En busca de papá

Termino de leer Arte menor, la novela de Betina González ganadora del Premio Clarín de Novela 2006.

Me fascinó el argumento, no tanto su redacción. La idea de reconstruir la imagen de un padre ausente a través de su obra perdida en manos de sus amantes es muy buena. Fabio Gemelli fue un escultor mediocre y padre ausente que muere y abre las puertas a su hija para que encuentre lo que no tuvo o tuvo en lapsos breves.


Para ello empieza, ante la burla de su pareja, una labor de detective que emociona. Me pregunto si yo mismo sería capaz de construirme una imagen de mi padre, a partir de recuerdos propios y ajenos. Es un búsqueda interna más que externa, que quizá ayude no tanto a entenderlo a él, querido y extrañado papá, sino a mi mismo.