Mostrando entradas con la etiqueta Mis Libros. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mis Libros. Mostrar todas las entradas

domingo, 25 de octubre de 2020

Borges y Genesis: atardeceres y seres imaginarios

Comprobado está que en tren de encontrar similitudes, citas, autocitas, plagios, copias, coincidencias, etc., el arte nos enseña que lo que pensó un artista lo pensaron todos los artistas. De esa infinita lista de cruces y analogías y temas comunes encontré esta curiosidad. O no tanto. 


En el año 1923 un joven y todavía inseguro Jorge Luis Borges publica su primer libro, un poemario titulado Fervor de Buenos Aires. Según se describe en el prólogo, más allá de la notoria influencia de poetas como Walt Whitman o Leopoldo Lugones, su autor, que se siente tímido, ya era esencialmente el Borges posterior, genio y figura de la literatura universal. La obra, que humildemente está dedicada A quien leyere, contiene una sucesión de poemas descriptivos de una ciudad embellecida por los atardeceres y el encanto de sus arrabales. Entre ellos se destaca Afterglow, bella palabra del inglés que describe como pocas al atardecer y cuya traducción más exacta sería algo así como resplandor del crepúsculo. 

Siempre es conmovedor el ocaso 
por indigente o charro que sea, 
pero más conmovedor todavía 
es aquel brillo desesperado y final 
que herrumbra la llanura 
cuando el sol se ha hundido.  

El tema, el tono y el título, son retomados por Genesis, grupo fundamental del rock progresivo inglés, que en 1977 edita el disco Wind and Wuthering, obra cumbre del sinfonismo trasladado a la música popular. El tema que cierra el disco, una obra meláncolica desde el arte de tapa hasta las letras y músicas que lo componían, es precisamente un homónimo del poema de Borges citado más arriba. Afterglow, escrito por el tecladista Tony Banks, se transformó en una clásico de las performances en vivo de la banda y en uno de los temas más populares de su repertorio. A esa melancolía tan inglesa que trasluce la letra y el modo de cantar de Phil Collins, se agrega una extraordinaria parte instrumental final, que hasta el día de hoy estremece escuchar.

Like the dust that settles all around me, 
I must fund a new home. 
The ways and holes that uses to give me shelter, 
are all as come to me now. 
But I, I would search everywhere just to hear your call,
 and walk upon stranger roads than this one in a world 
I used to know before 
I miss you more. 

   

II

El mismo escritor y el mismo grupo se habían encontrado un año antes, 1976, en el primer disco editado después de la partida de Peter Gabriel. Genesis retoma los estudios de grabación con un disco titulado A trick of the tail, con un sonido menos barroco y un vuelo poético mayor, quizás a fuerza de perder la contundencia que se mostrara en trabajos como Foxtrox (1972) o Selling England by the pound (1973). Uno de los temas, escrito también por Banks en colaboración con el bajista y guitarrista Mike Rutherford, se titula Squonk y narra vida, pasión y muerte de un ser extraño que se disuelve en lágrimas. 

Walking home that night the sack across my back, 
the sound of sobbing on my shoulder. 
When suddenly it stopped, 
opened up the sack, 
all that I had a pool of bobbles and tears, 
just a pool of tears.





El trágico ser había sido mencionado por Borges en la obra escrita en colaboración con Margarita Guerrero, El libro de los seres imaginarios (1967), donde los autores enumeran una arbitraria selección de los “extraños entes que ha engendrado, a lo largo del tiempo y del espacio, la fantasía de los hombres”. Entre ellos, claro, El Squonk, donde se transcribe textualmente un texto del escritor norteamericano William T. Cox escrito en 1910, explicativo de la naturaleza del animal, que volviendo a las coincidencias, viajaba a la hora del afterglow

El Squonk es muy hosco y generalmente viaja a la hora del crepúsculo. La piel, que está cubierta de verrugas y lunares, no le calza bien; los mejores jueces declaran que es el más desdichado de todos los animales. Rastrearlo es fácil, porque llora continuamente y deja una huella de lágrimas. Cuando lo acorralan y no puede huir o cuando lo sorprenden y lo asustan se disuelve en lágrimas. 

III

¿Sigo buscando?

miércoles, 25 de enero de 2017

A la caza de la ballena blanca

Una lectura de Sombras verdes, ballena blanca de Ray Bradbury

Ray Bradbury es una marca ineludible y universal en la literatura de la ciencia ficción. Bastaría nombrar a Crónicas marcianas (prologada en Argentina nada menos que por Borges), El hombre ilustrado, Fahrenheit 451 o Las doradas manzanas del sol, para tomar dimensión sobre quien estamos hablando. Pero semejante celebridad tuvo también otros trabajos paralelos (y complementarios) a su oficio de escritor, entre los que se cuentan el de periodista y el de guionista de cine. En 1953, con poco más de 30 años, recibe una oportunidad única de triunfar en el difícil mundo de Hollywood; el célebre director John Huston le encarga escribir en conjunto el guión de la adaptación para el cine de la novela de Herman Melville, la canónica y majestuosa Moby Dick.

I

El joven Bradbury se enfrentaba con este ofrecimiento a dos grandes desafíos: adaptar al lenguaje del cine una obra inmensa y que, increíblemente, hasta ese momento no había leído y trasladarse a Irlanda por varios meses, lugar donde Huston se había radicado desde hacía algunos años. Dejando atrás a su esposa e hija decidió aceptar el desafío y viajar a la vieja Europa a enfrentarse con la mitológica ballena blanca y a los modales y el carácter de un director pedante y caprichoso, el temido realizador de hazañas como El halcón maltés o El tesoro de la Sierra Madre. Bradbury lee y relee furiosamente a Moby Dick (¡nueve veces!) para lograr captar la esencia de esa historia gigante y conmovedora y comienza a desandar el camino del guión. Para ello, acuerda las líneas maestras de la redacción con Huston, que de hecho coescribe el guión, y durante meses, solitario y perdido entre los siempre verdes paisajes de Irlanda, lucha y vence en su titánica tarea. En el medio, Bradbury vive a Irlanda, descubre a Dublin, a su gente, su historia y sus costumbres. Y escritor al fin, decide tomar notas de cada cosa que escucha, que ve y que hace. El tiempo transformó esa experiencia en un libro magnífico, una rareza en su bibliografía y que es varias cosas al mismo tiempo: una novela, un conjunto de misceláneas, una crónica, una ficción. Hablamos del libro que nos ocupa, este muy entretenido Sombras verdes, ballena blanca.

Ray Bradbury y John Huston trabajando en el guión de Moby Dick, Irlanda, 1953.
II

Afiche promocional de la película.
La novela de Bradbury, está planteada como eso, una novela, 
y a sí puede leerse. Lo atrayente de su recorrido es que nunca sabemos en forma cierta cuánto hay de ficción y cuanto de crónica de los que nos cuenta. Esa sabia mezcla es el mayor encanto de este raro libro. El joven guionista, en plena pelea con la mítica ballena nos pinta al pueblo irlandés con mano maestra. En la mayoría de sus horas de ocio se instala en uno de los cientos de pubs de Dublin y entabla amistad y conversación con el dueño y sus parroquianos, entre cerveza bebida a raudales y charlas desopilantes por lo graciosas o profundas por lo incisivas. Bradbury encuentra en esas horas en el pub la esencia de un pueblo: sus costumbres, sus valores, sus defectos, sus frustraciones. En el medio nos deleita con un puñado de relatos tomados de sus experiencias y que el autor ficciona con gracia, humor y profundidad. Por supuesto, la monstruosa –en todos los sentidos­- Moby Dick sobrevuela toda la novela. Bradbury cree entender el sentido último del libro que aborda pero debe lidiar con las estrecheces del formato al que debe adaptar el relato. Finalmente decide junto a Huston, limitar la historia a Ahab, a su obsesión y a su triste final. El trabajo junto al viejo director, fue difícil por todo lo que rodeaba a su figura. Su trato con todo su séquito era bastante desagradable, bordeando el mal gusto y la humillación, incluso con su mujer: el mundo de un millonario caprichoso. Bradbury lo soporta entre estoico y sorprendido y la imagen que muestra de todo lo que rodea al director es brutalmente dura, pero sin perder nunca la ironía y el humor. Finalmente, ambos guionistas logran vencer a la bestia, el trabajo termina y nuestro autor vuelve a su país. Quedaba la hazaña de filmar, pero eso ya era trabajo de Huston.

III

Este Sombras verdes, ballena blanca es una rareza llena de felicidades. Encontramos en sus líneas a un muy joven escritor, en las puertas de la fama mundial, que con buen gusto y un poder de observación únicos, nos regala una novela muy entretenida. Una novela con una sabia mezcla de géneros que nos muestra a un país y a su gente con agudeza y humor. Este Ray Bradbury casi oculto nos regala un ejercicio magnífico de literatura de gran clase que, mezcla de novela de aventuras y diario de viaje, pinta a un pueblo y sus costumbres con la precisión y el ingenio de un consumado cronista. 

La película puede verse en línea a través de este link: Moby Dick, de John Huston, 1956

Ficha del libro
Título: Sombras verdes, ballena blanca
Autor: Ray Bradbury
Edición: Emecé, 1° edición, mayo 1993, Bs. As., Argentina.

lunes, 28 de septiembre de 2015

martes, 21 de abril de 2015

El futuro llegó hace rato

Una lectura de Ciencia Ficción, Utopía y Mercado de Pablo Capanna

¿Está cumplido el ciclo de la ciencia ficción en la industria cultural? ¿Alguien puede levantar la mano para arrogarse el derecho a enterrarla? ¿Todavía puede la ciencia ficción configurar el imaginario del siglo XXI como lo hizo con el siglo XX? La relectura de la obra cumbre de Pablo Capanna, Ciencia Ficción, Utopía y Mercado, nos emplaza a cuestionarnos el lugar del género en nuestro tiempo y repasar la importancia capital de su aporte a la construcción del mundo tal como lo conocemos hoy en día. En 1966, Capanna (profesor de filosofía y periodista) había escrito el que se considera el primer ensayo en castellano destinado al género. Con un agregado extra notable: su trabajo le dio entidad a manifestaciones dispersas de cultura popular hasta ese momento subvaloradas o directamente despreciadas. Con los años, el autor corrigió, aumentó y actualizó este ensayo, hasta finalmente en el año 2006, terminarlo en la versión que nos ocupa en estas líneas.


I

Antes de la ciencia ficción hubo una pre ciencia ficción. Edgar Allan Poe, Lovecraft, Mary Shelley, comenzaron el camino. Más tarde el prolífico Jules Verne y H. G. Wells, entre otros, fijaron los cimientos sobre el que se edificaría el edificio. Capanna no duda en calificarlos. Del autor de De la tierra a la luna dirá que su tarea fue más pedagógica que revolucionaria. Anclada en una visión positivista, Verne exaltaba el individualismo, la libre empresa, el poder de la tecnología. Era el autor que preparaba a los administradores coloniales enseñando geografía y ciencia aplicada. Su imaginación era conservadora, sus predicciones se movían dentro de lo posible. En cambio Wells, más poético, no aplica la ciencia, la inventa. Arriesga y no siempre gana, jamás se refugia en la previsibilidad. En ese marco, juega con el tiempo, los extraterrestres, el darwinismo salvaje y enfermo. La máquina del tiempo y La guerra de los mundos son dos novelas perturbadoras. Por estas playas autores como Bioy Casares lo leyeron con devoción; ahí está eterna La invención de Morel, que tanto le debe al autor de La isla del Doctor Moreau. Pero no puedo dejar acá de referirme a mi experiencia personal como lector: 20.000 leguas de viaje submarino, de Julio Verne es un libro fundamental, envolvente y genial que significó mi primera experiencia movilizadora como lector.

II

Entrado el siglo XX, en 1926, un editor de publicaciones técnicas norteamericano llamado Hugo Gernsback funda una revista dedicada al tema y le puso nombre al género. Scientifiction fue la palabrita elegida, luego derivada a science fiction: la criatura tenía nombre y pronto también tuvo éxito. La industria hizo el resto: decenas de revistas con tiradas millonarias, los famosos pulps, formaron a generaciones de lectores y transformaron a un género literario en un fenómeno de masas único y fundante del imaginario colectivo del siglo. Los fans norteamericanos nombraron a Gernsback padre del género; para los europeos sólo fue el que trivializó el fenómeno haciéndolo masivo, perdiendo profundidad y calidad. Los pulps dedicados a la ciencia ficción mezclaron monstruos de ojos saltones, el hiperespacio y los platillos voladores, formando una legión de fans; el imaginario de varias generaciones quedó sellado a fuego con sus imágenes. Para la segunda mitad del siglo las revistas empiezan a dejar el sitial a la literatura, los académicos las descubren, le dan entidad y prestigio y aparecen los autores que generaron obras claves del género. Philip K. Dirk, Arthur C. Clark, Isaac Asimov, Ray Bradbury, entre muchísimos otros, plantaron mojones ineludibles convertidos en clásicos no ya sólo del género, si no de la literatura universal. Y más tarde, aparece el último estadio de la masividad: el cine y la tv. Kubrick, Spielberg, Riddley Scott, George Lucas. En 1968 se estrena 2001 Odisea del espacio, de Stanley Kubrick, obra cumbre del género y de la cinematografía, que provocó una revolución con novedosos efectos especiales y su historia metafísica basada en una novela de Clarke. Sin esta obra de arte, no hubiera podido existir Star Wars, por ejemplo, y toda la imaginería e industria que marcaron y siguen marcando a generaciones. En tv, la serie Star Treck (Viaje a las estrellas) configuró un verdadero fenómeno que atravesó la pantalla chica para transformarse en verdadero culto, con club de fans, convenciones e interpretaciones para todos los gustos. La ciencia ficción reunía ya el combo perfecto para la industria cultural: público creciente, prestigio académico y éxito comercial. Volvamos brevemente a lo personal: Encuentros cercanos del tercer tipo, de Steven Spielberg, es una historia genial, que marcó a fuego mi preadolescencia y que siempre tendré gusto en volver a ver.

III

¿Y por casa qué se cuenta? Algunos ven en la curiosidad científica del Lugones de Las fuerzas extrañas un acercamiento a lo que sería más tarde parte del género. Bioy, Borges y hasta el mismo Cortázar con algunos de sus relatos fantásticos se acercaron al tema. Promediando el siglo XX, empiezan a aparecer revistas de gran calidad y excelente tirada: Más allá, Minotauro, Hombres del futuro, El Péndulo. Además de las revistas locales, que repetían textos de las norteamericanas pero que empezaron con el tiempo a incluir cada vez más escritores locales, la historieta nos dejó un legado hoy convertido en leyenda. El eternauta de Héctor Oesterheld con dibujos de Solano López, trata un tópico clásico del género: la invasión extraterrestre dispuesta a destruir nuestro hogar, pero con un agregado: la historia la protagonizan personajes cercanos en lugares propios. Las calles de Buenos Aires, la cancha de River, el lenguaje y las costumbres de los héroes, todo remite a nuestro ámbito y nuestras cosas. Sumado a esto, la interpretación política: el héroe en grupo, la resistencia al invasor, la solidaridad. El eternauta es la cumbre de un género y su soporte (la ciencia ficción y la historieta) y una obra de arte popular inigualable, hoy ya parte del canon de nuestra literatura.

IV

Entre utopías, ucronías y anticipaciones, a veces mezclada con lo fantástico, la ciencia ficción coqueteó a los largo de los años con los curiosos científicos y técnicos, los divulgadores, los fantasiosos, las historietas y las películas clase B, los marcianos y los ovnis, las naves espaciales y las distancias siderales, los autores de culto y las sagas, navegando entre la metafísica, la religión o la simple curiosidad. Un género que dejó hace tiempo su adolescencia, pero que todavía puede entusiasmarnos como chicos. Un mundo paralelo en donde podemos torcer el pasado para crear un mejor presente, imaginar un futuro que nos permite construir utopías, anticiparnos e imaginar una forma de vivir que sentimos puede llegar a realizarse. Una superchería de imaginación pura, un género que existirá mientras tengamos la voluntad de jugar con el tiempo y la ciencia. Este ensayo ya clásico de Pablo Capanna nos invita a un placentero, documentado y erudito viaje por el maravilloso mundo de la ciencia ficción.

jueves, 12 de febrero de 2015

El arte de contar un viaje entre la aventura y la soledad

Una lectura del Unos días en el Brasil (Diario de viaje) de Adolfo Bioy Casares

Entre otras maravillas literarias, Adolfo Bioy Casares fue un incansable y fantástico diarista. Descanso de caminantes y el monumental y polémico Borges dan sobradas muestras de su inagotable talento e ingenio para el registro metódico de cada actividad, observación y curiosidad diarias. En 1991, en una limitadísima tirada de 300 ejemplares, Bioy editó para lectura de amigos y conocidos, un delicioso y hasta hace poco inhallable Unos días en el Brasil (Diario de viaje), en donde utiliza, con el gusto de siempre y una destreza inigualable, la magia modesta de su escritura feliz y fantástica. El autor de El héroe de las mujeres, invitado a un congreso de escritores en Río, aprovecha la estadía para abandonarse a la soledad y la aventura, sin descuidar a las mujeres, sus eternas compañeras, y la fotografía, su afición inseparable en cualquier viaje. Esta pequeña aventura literaria fue recientemente publicada junto a un brillante posfacio de Michel Lafon, que nos abre al comentario de una situación recurrente en los estudiosos de la obra completa de un autor: ¿qué preguntarle cuando por fin accedemos a él?

I

“¿Para qué voy a ir, si yo no hablo? Soy escritor por escrito”, se queja Bioy con su educado ingenio cuando lo obligan, en julio de 1960, a asistir a un congreso del PEN Club, asociación de escritores de fama mundial, de la que forma parte desde hace años. Aceptando a regañadientes se sumerge en un mundo casi irreal de escritores pedantes y burócratas de la literatura, que se turnan para discursos plagados de lugares comunes y buenas intenciones. Estoico, sufre las formalidades, las comidas compartidas, los aburridos funcionarios, el discurso que debe dar. “No hay salvación: tengo que hablar. Balbuceo tres o cuatro palabras, en voz muy débil; quedo trémulo y extenuado.” Lo suyo es la escritura, que contra el cansancio y los horarios estrictos, logra siempre triunfar. Y las mujeres, por supuesto, que a pesar de que le son extrañamente esquivas en esos días, no se priva de observar. Ve, por ejemplo, a “una francesa que vista de atrás es inobjetable.” Día a día, nuestro autor escribe breves páginas en una prosa ágil, concreta, casi estricta, que si tiene ese tono impuesto por el formato, este tiene tal perfección que constituye la cima de una manera de narrar. Los últimos escritos de Bioy tienen este sello, como si el ejercicio constante de la escritura de un diario le hubiera revelado cómo debía escribir y contar. El viaje y las obligaciones le dejan resquicio a la curiosidad; nuestro héroe visita una Brasilia todavía en construcción (“es ambiciosa, futura, pobre en resultados presentes, incómoda”)  y San Pablo (“es desmesurado, no hermoso”), en viajes relámpagos que le permiten a su ojo aguzado de eterno viajero captar y describir en palabras y fotografías (alguna de ellas publicadas en el libro) lo que alcanza a ver.

Fotografía tomado por el propio Bioy en su visita a Brasilia el 27 de julio de 1960.

II

El pequeño libro tiene un lado B maravilloso que nos descubre el amor de un estudioso por la obra de su autor favorito. El posfacio de Michel Lafon, especialista en literatura argentina de la Universidad Sthendal de Grenoble, Francia, muestra con la emoción entre las manos, el amor de un hombre de letras por la obra de Bioy; los primeros pasos torpes, luego íntimos, de la amistad que terminó uniéndolos; la tristeza del adiós inevitable. Pero de este posfacio, escrito desde el más profundo cariño y admiración, rescato una anécdota del primer encuentro entre Bioy y Lafon, entre el admirado y el admirador. El francés está aturdido por la posibilidad de charlar con el escritor que admiró toda su vida, está emocionado, conmovido, pasa horas sin dormir repasando su obra antes de la entrevista, anota preguntas que no quiere olvidar. Y cuando por fin llega el momento, que Bioy maneja con su proverbial y reconocida elegancia y caballerosidad, siempre preocupado por no incomodar al interlocutor, Lafon titubea, pregunta obviedades, se hipnotiza por la presencia del escritor que más conoce y más admira. ¿Pasará siempre esto ante situaciones análogas? ¿Balbucearemos tonterías en el momento cumbre de estar con aquello que más admiramos? ¿Nos dará tiempo la situación de reponernos e intentar aprovechar la oportunidad? Bioy, ya anciano, sabio, no espera que reaccione, abre la puerta a que Lafon, en otras situaciones que derivaron en una amistad, logre la felicidad del diálogo lúcido con el autor de La invención de Morel.

III


“¿Por qué ser escritor, en vez de vivir?”, se pregunta Lafon hacia el final de su emocionante posfacio. Para transformar cualquier día de la vida en una aventura digna de ser contada. En la pluma, con el genio y la sabiduría, con la inmortalidad de las palabras de Bioy, el escritor argentino que logró comprender como nadie a todo aquel que lo rodeara y que aprendió escribiendo cada día de su vida, que la aventura puede estar en las orillas de una playa de una isla desierta, pero también en la soledad de un cuarto de hotel en un viaje efímero y casi irreal.

lunes, 13 de octubre de 2014

Se lee por ahí # 3

"Como envejecer, la locura sólo consiste en dejarse llevar naturalmente. Lo inusual y artificioso es la sospechosa cordura". La mujer ducha, de Juan Sasturain.

domingo, 18 de mayo de 2014

Se lee por ahí # 2

"Para él, un amor geométrico de la simetría y el orden era "el sistema", un interés infatigable y febril por las más insignificantes facetas de la burocracia cotidiana era "la laboriosidad", la indecisión calculada era "la cautela", y la terquedad ciega en continuar por un camino erróneo era "la determinación"". Trilogía de la Fundación, de Isaac Asimov.

Se lee por ahí # 1

"Se puede conceder a los matemáticos que cuatro es dos veces dos. Pero dos no es dos veces uno; dos es dos mil veces uno. Esa es la razón por la cual, a pesar de sus muchísimas desventajas, el mundo siempre volverá a la monogamia." El hombre que fue jueves, de G. K. Chesterton.

viernes, 1 de febrero de 2013

Doce sudorosos días en la Irak ocupada por Bush

Una lectura del Diario de Irak de Mario Vargas Llosa

El inolvidable Gordo Osvaldo Soriano escribió alguna vez que de las crónicas periodísticas sólo perdura el estilo y que por eso hoy se siguen leyendo con deleite textos de Roberto Arlt o Rodolfo Walsh. Con ironía o sarcasmo, muchos críticos de los personajes que habitan los medios dicen que todo periodista gráfico sueña con ser escritor, o que por lo menos, lo que publique un domingo no sirva sólo para envolver media docena de huevos el lunes. Mario Vargas Llosa recorre el camino inverso. Extraordinario escritor, nacido en Perú en 1936, integrante de la mítica generación del boom latinoamericano, autor de obras capitales de la literatura en español (Conversación en la Catedral, La ciudad y los perros, La señorita de Tacna, entra otras), ganador del Premio Cervantes y el Nobel de Literatura entre otras distinciones, suele bajar a ensuciarse en el barro de la discusión política coyuntural en furibundos artículos que la prensa liberal del continente le publica con generosidad. En plena ocupación norteamericana de Irak, Vargas Llosa emprendió junto a su hija Morgana, fotógrafa profesional, un reportaje de aquellos días tumultuosos que es un ejemplo de periodismo y literatura unidos con maestría.

Escrito en pleno viaje, entre el 25 de junio y el 6 de julio de 2003, y corregido días después en España, Vargas Llosa, como García Márquez, sabe cómo comenzar un texto para que quedemos atrapados desde la primera línea. “Irak es el país más libre del mundo, pero como la libertad sin orden y sin ley es caos, es también el más peligroso”. Así inicia la primera de las notas, titulada La libertad salvaje, donde describe con asombro el pandemonio de un Bagdad derruido, en dónde el calor sofocante, la falta de agua potable, los constantes cortes de electricidad y un tránsito endemoniado totalmente carente de reglas, hacen la vida poco menos que intolerable. Sin embargo, a través de las siguientes notas, en lo que se constituye como el punto más fuerte del trabajo, en una serie de entrevistas a iraquíes increíblemente esperanzados, Vargas Llosa parece aprender a convivir con el calor omnipresente y una anarquía casi salvaje, apoyado en los testimonios emocionantes de personas que, sobrevivientes de una sangrienta dictadura y resentidos de la brutalidad de la ocupación norteamericana, sueñan con salir adelante.

Aquí el autor desplegará, como ha sido habitual en sus apariciones y escritos públicos de los últimos años, una posición ideológica firme y sostenida. Reticente antes de este viaje a apoyar la ocupación aliada de Irak sin la venia de las Naciones Unidas, ya en Bagdad su opinión cambiará radicalmente. Sabiendo que como precedente legal, que uno o varios países se arroguen el derecho de intervenir militarmente en otro en forma unilateral -sobre todo esgrimiendo argumentos falsos como la existencia de armas de destrucción masiva nunca encontradas-, es algo peligroso que puede justificar cualquier aventura de tipo colonial, el autor de Pantaleón y las visitadoras se permite apoyar la intervención norteamericana sin medias tintas. Lo llama “el mal menor”, y cree que la destrucción de la dictadura de Sadam Hussein era una razón suficiente para justificar la invasión. El sangriento gobierno de Hussein ha sido ampliamente documentado como una dictadura corrupta y cruel y Vargas Llosa se apoyará en la abrumadora evidencia de la brutal represión interna de Hussein contra su pueblo para justificar y bendecir la invasión. A conciencia, prefiere dejar de lado el olor impregnado a petróleo de la misión de Bush. De paso aprovecha para espejar y comparar aristas del régimen depuesto con los gobiernos de Fidel Castro o Hugo Chávez, continuando con la prédica incesante que emprendió en los últimos años contra los gobiernos latinoamericanos a quienes comunicadores propagandísticos de los intereses de los grandes grupos económicos llaman despectivamente “populistas”.

Honesto en la descripción de los sentimientos del pueblo iraquí, Vargas Llosa reflejará el sentimiento antinorteamericano del todo el mundo árabe describiendo cómo se mueven las tropas de la ocupación, cuál es su relación con el pueblo invadido y cómo los ocupados, que un primer momento apoyaron al ejército aliado, deseaban ahora que cada soldado extranjero vuelva a su casa de una buena vez. Hay cientos de historias de abusos y maltratos, sobre todo a mujeres, que circulan por Bagdad de boca en boca y, además, todos acusan a los norteamericanos de extrema pasividad ante los saqueos y disturbios callejeros que siguieron a la caída del régimen y que destruyeron literalmente a Bagdad. Sin embargo, en una accidentado reportaje al responsable político de la ocupación, el embajador Paul Bremer, a quien llama brutalmente sincero como “el virrey”, Vargas Llosa se muestra casi condescendiente con las justificaciones políticas del emisario de Bush a quién describe cándidamente como un hombre que “habla con la convicción de un misionero y creo que cree lo que me dice”.

La crónica maestra de Vargas Llosa tiene un plus esencial. Está acompañada de una serie de fotografías de su hija, Morgana Vargas Llosa, que bien podrían haberse publicado en forma independiente de las notas de su padre y aun así formarían un corpus de auténtica calidad periodística. Cada foto tiene como texto explicativo un relato en primera persona que en sí mismo es una pequeña gran historia que le da carácter humano y personal a un conflicto internacional gigante.  Para la recopilación de las notas, que fueron editadas en libro, Vargas Llosa agregó cuatro notas de opinión posteriores, que publicadas en diferentes diarios del mundo exponen, con la habitual dureza ideológica y claridad conceptual que siempre expone, cuál es su opinión del conflicto, su apoyo a la invasión, su críticas despiadadas al presidente francés Jacques Chirac por liderar el rechazo europeo a la intervención y la permanente alusión a los “populismos demagógicos” latinoamericanos, a quienes detesta en forma militante.

Diario de Irak es un ejercicio brillante de literatura y periodismo casi atemporal, que permite leer con placer y discutir con apasionamiento con un escritor brillante, un intelectual notable y una personalidad firme. Sus bravuconadas políticas, cada vez más afines al liberalismo económico, a quien defiende muchas veces casi cayendo en la caricatura, no pueden ni deben hacernos perder el encanto, la gracia y el talento de un hombre que hace con naturalidad lo que tantos, con tanto esfuerzo, no pueden alcanzar.