lunes, 27 de abril de 2020

"El Gigante" González: una vida con un triste y solitario final


El 22 de septiembre de 2010, Jorge “El Gigante” González, que al momento de su muerte medía 2,32 metros y pesaba 210 kilos, moría en El Colorado, Formosa, donde había nacido y en donde vivía desde hacía unos años. Al día siguiente su hermano Ricardo, que jugaba al rugby en el Bermejo Club, convocó a doce compañeros de equipo para que llevaran el impresionante ataúd hecho a medida al cementerio local. Jorge, de tan sólo 44 años, había muerto acechado por una diabetes feroz, un debilitamiento general de las articulaciones y una falta casi total de movilidad en sus piernas que lo habían postrado en una silla de ruedas. Esto es un breve y triste detalle de su corta e intensa vida.


I

Jorge González nació en El Colorado, un pueblo de menos de 10.000 habitantes situado entre dos arroyos tributarios del Paraná, el 31 de enero de 1966. Desde muy niño empezó a verse muy diferente a todos. Hijo de un matrimonio muy humilde, trabajó desde pequeño en la recolección del algodón y en plena niñez comenzó a aventajar a los chicos de su edad en volumen y en altura. Con sólo 16 años ya medía 2,18 metros y en ese pueblo chico, sin atractivos, casi perdido, llamaba la atención de todos. Por ese entonces, casi de casualidad, un hombre ligado al básquet de la región, Oscar Rozanovich, lo ve y al instante vislumbra la oportunidad de reclutar para ese deporte a alguien con una característica poco común para el biotipo argentino: un jugador muy por arriba de los dos metros. Una rareza lista para ser aprovechada.
Casi de inmediato, “El Gigante” González, se trasladó a Chaco, en donde comenzó a entrenarse y jugar en el Hindú Club de Resistencia. Rápidamente empezó a llamar la atención del mundo del básquet. Las características del jugador llegaron a oídos del gran León Najnudel, creador de la Liga Nacional, en ese entonces técnico del seleccionado nacional. Viajó al Chaco a conocerlo, lo convenció de cambiar hábitos y alimentación para volverse profesional e hizo los arreglos para alojarlo en Buenos Aires. Lo fichó en Gimnasia y Esgrima La Plata y lo cuidó y protegió casi como a un hijo. Al cabo de pocos años, lo citó a una gira que la Selección hizo por Cuba en donde pudo debutar en un partido internacional. En ese tiempo, González fue perfeccionando movimientos, tonificando su cuerpo y agilizando sus traslados. Estaba casi listo para pegar el salto a las ligas mayores. El esfuerzo al que sometía a su cuerpo era tremendo, pero daba resultados a pesar de estar siempre dispuesto a placeres por fuera del entrenamiento; tenía que luchar con su tendencia al sobrepeso y al gusto por las salidas y el cigarrillo.

II

En poco tiempo su ascenso en el básquet fue fulgurante. En 1987 lo contrató Sport Club de Cañada de Gómez, uno de los equipos pesados de la Liga Nacional, y el portorriqueño Flor Meléndez, nuevo técnico de la Selección, lo convoca nuevamente. A pesar de una lesión en la rodilla que lo tuvo ocho meses parados, participa en el 88 del Preolímpico de Montevideo. Con 2,28 metros de altura, su presencia fue sensación y los scouters de Atlanta Hawks, propiedad del magnate Ted Turner, dueño entra otras cosas de la CNN, no desaprovecharon la oportunidad. Viajaron a Buenos Aires, tramitaron la visa en tiempo récord y compraron su pase en apenas 30.000 australes. Una pequeña fortuna para el club santafesino, unos centavos para un equipo NBA. Casi sin darse cuenta, Jorge “el Gigante” González era drafteado y viajaba a cumplir un sueño imposible para un basquetbolista argentino: el ingreso al mundo de la liga más grande y espectacular del mundo.
Instalado en Atlanta se sorprendió un poco; ya no era un fenómeno, casi todos sus compañeros superaban los dos metros. Incluso la NBA tenía un jugador más alto que él, el sudanés Manute Bol, de 2,29 metros, que lo superaba por un centímetro. Lo cosa no sería llegar y jugar, lo sometieron a una rigurosa dieta y un exigente plan de entrenamiento. Debía bajar por lo menos 20 kilos y mejorar la tonificación de músculos y la movilidad, su cuerpo no estaba preparado para ese nivel de exigencia. No tardó en darse cuenta que el sacrificio enorme que estaba haciendo no convencía al cuerpo técnico de los Hawks: nunca fue citado a participar con el equipo. Después de varios meses de trabajo silencioso empezó a tomar conciencia que su vuelta a la Argentina sería inminente.
Richard Kane, el scout que lo viera en Montevideo y lo llevara en una operación relámpago a Atlanta, pronto se convenció que el destino del misionero no era el básquet. Distintos estudios médicos le diagnosticaron una diabetes feroz, graves problemas en sus rodillas y, lo más grave, una enfermedad que explicaba su cuerpo enorme en talla y peso. Jorge padecía de acromegalia, también conocida como gigantismo, una rara enfermedad crónica causada por una secreción excesiva de la hormona del crecimiento producida por la glándula pituitaria. Los estragos que provoca la enfermedad se van produciendo lentos pero inexorables: desfiguración progresiva del cuerpo, especialmente de la cara y las extremidades, con crecimiento desproporcionado del rostro, pies y manos. Sumado a esto van apareciendo otros graves trastornos: agrandamiento de vísceras y órganos, dolores musculares y articulares, fuertes dolores de cabeza, hipertensión, diabetes, impotencia sexual. Un cóctel de calamidades muy difícil de soportar. “El Gigante” González no era sólo un fenómeno extraño y anómalo. Era una persona enferma de gravedad, y con un pronóstico de vida difícil y que podía llegar a ser muy corto.


III

La franquicia de Turner no estaba dispuesta a perder ni un centavo de sus inversiones, sean estas grandes o pequeñas. El multimillonario era dueño, además, de la cadena televisiva TNT, que entre otras atracciones transmitía el Campeonato Mundial de Lucha, la famosa WWC. Para 1989 la lucha libre era muy popular en Estados Unidos, una mezcla de deporte y espectáculo circense, que congregaba multitudes y tenía una audiencia global. Richard Kane le ofreció a González un muy buen contrato de varios años para que dedicara a pelear en la WWC. Aceptó de inmediato lo que era una salida casi perfecta a su situación. Se aseguraba un ingreso en dólares que le solucionaba varios problemas y le permitiría ayudar a su familia, que seguía en la pobreza de El Dorado. Se terminaba, además, con la tortura de exigirle a su cuerpo un esfuerzo que lo estaba consumiendo. Abandonaba para siempre el básquet, el deporte que lo había sacado de la más extrema pobreza y lo había hecho sentir importante. No pisaría un piso de parquet nunca más en su vida.
Adiestrado por un ex luchador profesional, en 1990 debutaba en la WWC con el nombre de “Giant González transformándose en un verdadero fenómeno. Era el luchador más alto del campeonato y a lo largo de seis años recorrió, en una vida casi de rockstar, todo Estados Unidos y varios países de mundo peleando más de 1.400 peleas, de las cuales sólo perdió tres. Usaba un extraño traje que le simulaba músculos marcados y se dejó crecer la barba. Se había convertido en una verdadera estrella de la lucha, a pesar de no poder materializar en grandes contratos semejante suceso. En el 93 firma contrató con la WWF, la liga rival en la que peleaba, con un mejor contrato. Pero sus performances habían bajado mucho de nivel y decidieron despedirlo apenas un año después. “Giant González se encontró sin trabajo y a la deriva. Aceptó un contrato para pelear en Japón y en el 94 debuto en ese país con gran suceso. Sin embargo, su cuerpo enfermo empezó a pasarle facturas. En una de las peleas sufrió un desmayo por lipotimia y los médicos fueron terminantes, la diabetes estaba en un punto crítico y debía abandonar la actividad.


IV

Solo, enfermo, con la pequeña fortuna ganada despilfarrada, en 1996 Jorge González volvía a la Argentina y al El Dorado. Recluido en su pueblo, decidió administrar los ahorros que le quedaban para tratar de sobrevivir lo mejor posible. Compró una casa y le hizo adaptar todas las aberturas para que su cuerpo se traslade con mayor comodidad. Sin trabajo, sin atención médica, sin ingresos fijos, se dedicó a dejar pasar las horas y los días. Sabía que su enfermedad lo iba a deteriorar cada vez más, le habían dicho que el promedio de vida para los que sufrían de acromegalia era de alrededor de 45 años. Los problemas físicos comenzaron a acumularse; se transformó en insulinodependiente, su visión sufría un grave deterioro al punto de quedar casi ciego de un ojo, una artrosis progresiva y los problemas de rodilla lo dejaron casi inmovilizado, obligado a usar silla de ruedas. Entrado el nuevo siglo su estado emocional, físico y económico comenzó a caer en un declive inexorable.
Gracias al aporte de varias personalidades de Formosa y la difusión que tuvo en varios medios deportivos su situación, “El Gigante” tuvo alguna ayuda que permitió amortiguar un poco los pesares de sus últimos años de vida. El mundo del básquet, a través de la Confederación, también acercó su ayuda, con donación de ropa, calzado y algunos electrodomésticos. Pero su situación ya era irreversible. Con poco más de 40 años, internado en un hospital público de Chaco, acechado por la diabetes y muy deteriorado físicamente, moría casi en soledad.



V

En sus últimos años había dado algunos reportajes contando su derrotero y su situación actual. Una nota muy comentada que le dio al noticiero Telenoche poco años antes de morir, concluía con una definición perfecta de su vida: “No voy a encontrar jamás mi lugar, no en la sociedad que vivimos, este mundo no está hecho para un hombre de dos metros y treinta centímetros”. Al momento de su muerte había superado su propia marca. Ese 22 de septiembre de 2010, con 44 años, medía 2,32 metros. Un gigante argentino, en un triste y solitario final.

miércoles, 22 de abril de 2020

Vinilo XX - Works Volumen 1 – Emerson, Lake & Palmer (1977)


I

Cuando se repasa la era de oro de los grupos de rock sinfónico (desde fines de los 60 hasta mediados de los 70), los críticos más acérrimos del movimiento no dudan en señalar a Emerson, Lake & Palmer como el ejemplo más claro de la desmesura, la megalomanía y la autorreferencia que los había envuelto a muchos de ellos. El trío venía de editar un álbum triple en directo: Welcome Back my Friends to the Show that Never Ends (1974) y se había tomado un tiempo para descansar de las extensas giras y el éxito arrollador de sus discos anteriores y replantearse cómo seguir. Muchos pensaron que quizás estaban cansados de la grandilocuencia. Se equivocaron por mucho. Keith Emerson (teclados y sintetizadores), Greg Lake (bajo, guitarras y voz) y Carl Palmer (batería y percusión) decidieron grabar a partir de 1976 un ábum doble que les permitiera mostar todas sus dotas compositivas en grabaciones solistas. Para eso destinaron un lado completo por vinilo para cada uno de ellos, dejando el restante para las grabaciones como trío. El disco, editado en marzo de 1977, volvió a posicionarlos como grupo exitoso, a pesar de la complejidad de la música que querían mostrar y de que el sinfonismo parecía amenazado de muerte por movimientos como el punk, la new wave y la música disco.

II

En la práctica, el trío ya había dejado de ser un grupo, por lo que el modus operandi de esta nueva grabación fue una bendición para la armonía de la banda. Era como si cada uno de ellos grabara un disco solista. Keith Emerson ocupó todo el primer lado con un concierto para piano con tres movimientos, una trabajo de largo alcance que el tecladista quería que fuera atemporal y pudiera ser tocado en el futuro por cualquier músico clásico. La obra, que fue titulada Piano Concerto No. 1, contó con la participación de la Orquesta Filármonica de Londres y Emerson la tocó íntegra en un piano de cola Steinway. El tercer movimiento, Toccata con fuoco, fue el más famoso y el que eligieron para tocar en vivo. Lidiar con músicos de formación clásica le trajo muchos dolores de cabeza al autor, aunque finalmente, tras largos meses, logró concluir su obra soñada.
El lado dos fue ocupado por Greg Lake con un conjunto de cinco baladas acústicas coescritas con el poeta inglés Peter Sinfield, quien había trabado en los primeros discos de King Crimson, una de las vacas sagradas del rock progresivo. C'est la Vie, una bella melodía que homenajeaba a la canción francesa, fue la que tuvo mayor difusión. En el lado tres, el baterista Carl Palmer se dió todos los gustos: también agregó acompañamiento orquestal e incluyó, entre otras cosas, dos arreglos de piezas clásicas de Johann Sebastian Bach y Sergei Prokofiev.
El lado cuatro, final del doble álbum, volvían a reinventarse como el gran power trío sinfónico que eran, grabando juntos la pieza moderna Fanfare for the Common man de Aaron Copland, tocada a puro rock, y Pirates, escrita por los tres, y que contó con el acompañamiento de la Ópera Nacional de París. En ambas piezas Emerson se da panzadas con el sintetizador. Los muchachos no se andaban con chiquitas y no les sobraba la modestia.

III

El disco, que derrochaba pretenciosidad, no fue bien recibido por la crítica, que empezaba a burlarse de ellos. No se amilanaron, y a pesar de que el éxito no los acompañaba de la misma manera, decidieron emprender una gira grandiosa que los llevó por Europa, EEUU y Canadá entre el 77 y el 78. En los primeros shows se hcicieron acompañar por una orquesta sinfónica; los altos costos operativos y los problemas acústicos que generaba tocar en grandes estadios, los obligaron a suprimirla. Posteriormente editarían Works Volumen 2, con material sobrante, y un disco en vivo, Works Live, que tuvo muy buenas ventas y tomaba los mejores registros de esa gira. El rock sinfónico, como se lo llama por entonces, empezaba a mostrar claros signos de agotamiento. Emerson, Lake & Palmer mostraba que en este doble disco monstruoso todo lo bueno y malo de su exitosa carrera: suprema calidad impregnada de megalomanía. El tiempo se les empezaba a agotar.



sábado, 18 de abril de 2020

Vinilo XIX - El jardín de los presentes - Invisible (1976)



I

Después de dos hazañas mayúsculas —Almendra y Pescado Rabioso— Luis Alberto Spinetta se propuso lograr un sonido que resumiera todas sus búsquedas artísticas. Su deseo era amalgamar la canción impregnada del sonido de Buenos Aires de su primera banda con la electricidad poética de la segunda. Para eso decidió crear un grupo que reuniera todas esas inquietudes musicales. Así nacía Invisible; primero como trío, de la mano de los ex Pappo's Blues Pomo Lorenzo y Machi Rufino, luego como cuarteto, con la incorporación de un casi adolescente Tomás Gubitsch en guitarra.
Invisible grabó dos grandes discos como trío: el primero sería Invisible (1974) y luego Durazno Sangrando (1975), hoy considerados clásicos. Para el tercer opus, Spinetta decidió incorporar a un muchachito 18 años que sería la segunda guitarra del grupo, volcando cada vez el sonido a una rara, única y bella mezcla de jazz rock y tango. En los viejos estudios de la CBS, Invisible grababa en los primeros meses de un nefasto 1976, El Jardín de los Presentes, que sería considerado una verdadera obra maestra.

II

La precisión interpretativa de la nueva formación de Invisible pronto la transformó en un supergrupo que aglutinaba en su música claras raíces tangueras con pasajes instrumentales de tonos jazzísticos, dejando de lado la distorsión de Pescado Rabioso, por ejemplo. El sonido de la segunda guitarra, a cargo del joven Gubitsch, le dió riqueza y profundidad a la banda. El guitarrista tenía una fuerte formación que venía del jazz y al año siguiente pasaría a formar parte del octeto de Astor Piazzolla. El tango pasaba a formar una alianza con el rock que sería desarrollada más adelante por otros músicos del palo.
El comienzo del disco es con la extraordinaria El Anillo del Capitán Beto, la porteñísima historia de un colectivero vuelto viajero espacial atrapado en la más triste soledad. Una tema emblemático en la prolífica discografía de Spinetta. Pero las sorpresas no terminaban con ese arranque perfecto. La bellísima Los libros de la buena memoria, otra canción spinettiana de cabo a rabo, tocaba otra cima. En Alarma entre los Ángeles y en Qué ves el cielo se pueden ver al progresivo fusionado con el jazz en toda su dimensión. El lado B arrancaba con la misma temática, con grandes participaciones de todos los músicos en Ruido de Magia y en Doscientos años, esta vez con la banda claramente inclinadas hacia el jazz rock.
Pero Spinetta se reservaba el cierre del disco para dos gemas: la emotiva y poética Perdonado (niño condenado) y Las golondrinas de Plaza de Mayo. En Perdonado, nuestro héroe escribe una página eterna con la banda en la cima de sus posibilidades interpretativas. Arte puro en el momento más negro de nuestra descolorida república.

III

Publicado a mediados de 1976, el disco fue recibido con excelentes críticas y éxito inmediato. El arte de tapa fue diseñado por el fotográfo Eduardo Martí, gran amigo de Spinetta, y el diseño del sobre interior estuvo a cargo del mítico Juan Gatti, autor de grandes tapas del rock nacional.
El Jardín de los Presentes fue presentado en un Luna Park completo en agosto de ese año y Spinetta vivía un momento de gran popularidad. Su reconocimiento era tal que hasta fue invitado a participar en la famosa tapa que todos los años la revista Gente hacía con los personajes del año, en épocas en donde el rock nacional no era reconocido en forma masiva. Spinetta parecía no tener techos ni límites en la expansión de su arte. Con sólo 26 años ya era una leyenda.