Los datos de la venta de discos de vinilos no dejan de
sorprender hasta la misma industria discográfica. Entre el año 2007 y 2012, la
producción y venta de discos de vinilo creció en forma ininterrumpida, alcanzando
sólo en Estados Unidos 4,6 millones de unidades vendidas. Aunque todavía sigue
siendo un porcentaje menor dentro del total de la venta física de álbumes
(alrededor del 2,3%), su crecimiento es sostenido y se prevé que su
participación seguirá en firme ascenso. ¿Cuáles son las razones por las cuales
un formato de reproducción casi extinguido resurja con fuerza transformándose
nuevamente en parte del negocio discográfico? ¿Por qué cada vez más artistas de
prestigio deciden editar sus nuevas grabaciones también en este formato? ¿Qué
es lo que hace que un público creciente decida, fuera del círculo de los
coleccionistas, volcarse nuevamente a comprar estas ediciones? Las múltiples
respuestas a estos interrogantes pueden agruparse en dos grandes argumentos:
las cuestiones que tiene que ver con la calidad sonora y aquellas centradas en
el soporte mismo como hecho artístico. Trataré de recorrer ambos caminos en
estas líneas.
I
Entre el año 1985 y comienzos de la década del 90 el disco de
vinilo comenzó a ser desplazado por el CD, apoyado por su menor tamaño,
practicidad y al hecho de que al ser grabado digitalmente, con un mínimo
cuidado la grabación no pierde nada de su calidad. Pero la cuestión técnica
derivó en un planteo estético. ¿Qué soporte tiene la mejor calidad de sonido,
el vinilo o el CD? Hubo y hay argumentos para ambos bandos, pero la tendencia
mundial es la de aceptar que el disco de vinilo tiene una calidad superior. El
CD es básicamente una grabación en donde la música está codificada como una
secuencia de 1 y O, limpiando la reproducción de cualquier impureza.
Resumiendo: cuando hablamos de una grabación de CD, no hablamos de música, sino
de sonido dispuesto en forma de códigos binarios. Además, en el proceso de
masterización de las grabaciones se sacrifica calidad en pos de mejorar los
volúmenes, tendencia marquetinera presente hoy en día en cualquier grabación
comercial. La combinación de todos estos detalles técnicos hace que el sonido
digital sea percibido como frío, metálico, agresivo, áspero, sin alma. En su
virtud está su mayor defecto. El músico norteamericano Neil Young, acérrimo
defensor del vinilo, agrega otro dato importante. Dice que cuando escuchamos un
CD tendemos a creer que este suena mejor por su brillantez y claridad, pero esa
sensación de haberlo percibido todo de la grabación hace que no sintamos la
necesidad de volver a escucharlo sin sentir cansancio o saturación. Algo que no
sucede con los discos de vinilo.
La emblemática tapa del Sargent Pepper de The Beatles |
II
La reproducción de un disco de vinilo tampoco deja de ser un
hecho mecánico: el movimiento que sufre la aguja o púa al seguir el surco se
transforma en una señal eléctrica que da lugar al sonido. De lo que quedan
pocas dudas es que el único soporte que es una copia exacta de un original y es
reproducido sin error es el llamado elepé. Pero, al igual que el CD, en su
virtud está su mayor defecto. El acetato que sirve de soporte acumula polvo y
humedad en sus surcos desde la primera escucha, por lo que con el tiempo se
empiezan a producir una serie de sonidos que pueden ir del encanto a la
verdadera molestia, una serie de chisporroteos que al final terminan afectando
la calidad. Además, la experiencia dependerá mucho de la calidad del equipo
reproductor. Pero es indudable que el sonido emitido por un disco de vinilo
amplificado en un buen equipo es una experiencia sonora única en donde la
música se siente como tal. La mecánica analógica hace que los instrumentos suenen
cálidos y sean apreciados los silencios
de la interpretación como parte de la composición y de la escucha. Músicos
consagrados en todo el mundo son declarados amantes del vinilo y lo destacan
sobre cualquier otro soporte tecnológico. Ni que hablar del bastardeo sonoro
producto de la compresión del formato MP3: aquí la comparación no resiste
análisis, el sonido es claramente mucho más lavado y pobre.
Reciente edición de Charly García en vinilo |
III
Tenemos por un lado la certeza de que el disco de vinilo
presenta un sonido más real y cálido, pero a la vez el formato se deteriora aún
con los cuidados más extremos. Nos queda referirnos a la experiencia artística.
Y aquí sí el vinilo es un claro vencedor porque se
estable un comercio con la música que constituye toda una experiencia. La
cuestión comienza con el tamaño, cuando se compra un disco de vinilo se tiene
la sensación de haber adquirido un objeto importante que ocupará espacio y al
que habrá que cuidar de manera especial. La música será a la vez tiempo y
espacio. Luego tenemos la tapa del disco y el sobre interior, que son en sí
mismos objetos culturales con vida propia, desde el arte de tapa hasta las
fotografías o textos que la acompañan. Hay miles de ejemplos en donde las tapas
forman parte indisoluble de la música. Quizás, la tapas y el arte interno de discos como The Sargent Pepper´s Lonely Club Hearts Band
o Ther dark side of the moon sean
emblemáticos ejemplos de esto. Por otro lado, escuchar la música se transforma
en una verdadera ceremonia: se toma el disco, se disfruta de la tapa, se saca
el vinilo, se observan los surcos de las canciones, se lo pone en la bandeja
tocadiscos, se apoya el brazo con la púa en los surcos. La canciones también se
pueden ver y en un momento hasta parece que el espíritu del disco nos invadiera
y la música nos empapara como una esponja. Una experiencia única. No sabemos
todavía si está tendencia de retorno al vinilo será sólo cuestión de un nicho
compartido sólo por melómanos o coleccionistas, pero por ahora el fenómeno
llegó para quedarse y resistir. Ya es mucho más que una resistencia al paso del
tiempo, es una experiencia única que se tiene ganas de vivir y compartir.
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