Juan Domingo
Perón tenía cincuenta y nueve años, era Presidente de la Nación y estaba
profundamente deprimido. Su joven segunda esposa se había muerto consumida por
un cáncer que no le dio tiempo ni chances. Abrumado por el dolor de la
ausencia, enfrentando una fuerte crisis económica, rodeado de alcahuetes y
adulones, con sus enemigos confabulando y soñando con su caída, se sentía más
solo que nunca. El ministro de Educación le acercó la idea. Había que crear la
UES, transformar Olivos en un gigantesco gimnasio femenino con canchas para
casi todos los deportes, sala de cine y un inmenso garaje para las motonetas
fabricadas por la Siam. El mismo Presidente debía manejar y promocionar junto a
las chicas el nuevo producto nacional. Perón aceptó la idea y pronto sus ratos
de ocio se transformaron en un multitudinario picnic adolescente. Comenzó a
sacarse a de encima el negro de la muerte y volvió disfrutar sin culpas. No
podía saber que esa decisión sólo serviría para alimentar el morbo de sus
muchos enemigos.
La primera
vez que Nelly vio a Perón quedó impactada. Un griterío histérico le avisó que
el General había llegado a Olivos. Lo vio encender un cigarrillo de espaldas,
darse vuelta, distinguirla entre todas las otras chicas y preguntarle qué le
parecía la UES. Nelly no pudo contestarle, quedó muda e impactada ante la
imagen imponente de ese hombre alto, buen mozo, atlético, simpático, sonriente.
A pesar de temblar como una hoja, de sentir que las rodillas se le vencían, se
juró volver cada domingo para verlo nuevamente. Cuando llegó a su casa no le
alcanzaban las palabras para contar a sus padres lo que había vivido. ¡El mismo
Presidente de la Nación, el General Perón, ese que veía desde chica en los
noticieros del cine, aquel a quien sus padres adoraban, la había mirado, la
había distinguido y le había dirigido la palabra! Si todavía creía poder sentir
su perfume y retenerlo en la memoria.
A Perón le
atraía y le divertía la ambigüedad de la figura de Nelly pero supo muy rápido
que la chica tenía determinación. Apenas unos meses después de su ingreso a la
UES ya la vio integrada a la Comisión de Deportes que
periódicamente se reunía con él y comenzó a notar como la mujercita trataba se
sentarse lo más cerca posible de su figura. Lo que no pudo imaginarse es que
esa joven casi niña le propusiera que fuera él mismo quien le enseñara a
manejar la motoneta y no los mecánicos designados al resto de las chicas. Perón
le festejó la originalidad y aceptó el reto. Para evitar celos y comentarios de
las demás la citaba a primera hora del día, antes que llegara el resto, y le
daba clases personales de manejo. El presidente estaba sorprendido de esto que
vivía, de este guiño de la vida en medio de tanta muerte y tanta soledad.
Para Nelly
era vivir el cuento de Cenicienta, tener que pellizcarse cada día para darse
cuenta que el General la distinguía con su amistad, que era alguien especial
para él. Para la Navidad del 53 recibió una de las mejores noticias de su vida.
Estaba invitada junto a los miembros de la comisión de Deportes de la UES a
pasar las fiestas con Perón. Tuvo que convencer a la sangre gallega de su papá,
qué no podía entender que su nena pasará estas fechas fuera de la casa, sin su
familia; pero el nombre de Perón todo lo podía y finalmente aceptó. Esa noche
hubo regalos presidenciales muy costosos para todos, sin embargo la preferida
no tuvo el más caro. A Nelly no le importó y se lo hizo saber, no le interesaba
el valor, le dijo, bastaba con saber que era un regalo de Perón. A pesar de la
corte servil que lo rodeaba, Nelly podía sentir la soledad de ese hombre a
quien veía como a una superhéroe y se ofreció para pasar Año Nuevo con él en la
quinta de San Vicente. El mismo Presidente hizo llamar al padre de Nelly para
pedirle autorización.
Después de
las fiestas Perón se alejó algunos días de la UES y de sus chicas, y también de
Nelly, por lo que se sorprendió cuando la vio aparecer por la residencia
presidencial un día cualquiera a la hora del almuerzo. No pensaba dejarlo solo,
se ofreció a comer todos los días con él, y cuando empezó a encariñarse con
Monito y Tinolita, los caniches del General, le ofreció a Perón quedarse a
vivir. En casa de Nelly el machismo herido de su papá hizo tronar rayos, pero
la niña mujer lo convenció con un largo
discurso sobre todo lo que los argentinos le debían, la soledad inmensa en que
se encontraba y que sólo buscaba a
alguien para hablar de otra cosa que no fueran asuntos de gobierno. El señor
Rivas otra vez accedió y Nelly pasó a formar parte de la coreografía
presidencial, apareciendo incluso en algunas fotografías en los diarios de la
época bien cerca del General. Una foto tomada en el Festival Internacional de
Cine de Mar del Plata muestra a Nelly junto a Perón como una joven muy
atractiva. Llevaba más de un año conviviendo con él y nadie podía ya
confundirla con un muchacho como meses atrás.
¿Estaba
Nelly enamorada de Perón? Seguro que sí, había quedado impresionada por él
desde el primer momento que lo vio. Además de apuesto, elegante, simpático, era
el Presidente de la Nación. La había colmado de obsequios y había ayudado a su
familia que cuando su padre se quedó sin trabajo por enfermedad recibió como
regalo una casa en Vicente López a cambio de la que tenían en la Boca. Había
visto de cerca la soledad del líder y se había sentido importante estando cerca
de él. ¿Estaba Perón enamorado de Nelly? Difícil saberlo, es probable que no,
quizás se haya divertido primero de su espíritu adolescente y después, como con
muchas otras relaciones, utilizó su estilo protector y de guía que lo convertía
más en un padre que en una pareja. Nelly significó distracción y alegría en los
momentos más difíciles de su vida. Meses después la cañonera de bandera
paraguaya Huamitá se lo confirmaría.
Derrocado
Perón, Nelly tuvo como única herencia a los dos caniches del General, que
quedaron a su cargo, y a una jauría de
perros morbosos que se abalanzaron sobre su historia para pisotear todo lo que
se pudiera la figura del prófugo que ahora no se podía ni siquiera nombrar.
Obligada a declarar en algunas de las numerosas comisiones investigadoras que
la Libertadora instauró para aniquilar al peronismo, tuvo la valentía que
muchas ratas que huían del barco no tuvieron. Con orgullo e hidalguía se
declaró amiga de Perón y sólo tuvo palabras de agradecimiento para con él.
Mientras militantes eran fusilados o conocían la cárcel y se trataba de
destruir ladrillo por ladrillo de la construcción material e ideológica
peronista, comenzaba un período oscuro que prefiguró la tragedia argentina.
Nelly y su familia no corrieron mejor suerte.
La Policía
de la Libertadora ingresó a las casa de sus padres, destruyó o robó todo lo que
pudo y entregó a juicio a toda la familia. Los defensores de la moral cristiana
y los valores de los fundadores de la patria, que denunciaban la corrupción y
el autoritarismo peronistas, utilizaron la historia de Nelly para acusar a
Perón de estupro y a sus padres de cómplices, confiscándoles además todas sus
propiedades. José María Rivas y Mariana Sebastiana Viva de Rivas fueron
condenados y confinados en la Cárcel de Villa Devoto, mientras su hija Nelly
fue derivada a un Asilo Correccional de Mujeres para “reconstruir su moral”.
Tras un año de encierro debió emprender un tratamiento psicológico intenso y
prolongado. Era una muestra de las formas y los resultados de la limpieza moral
que la Libertadora venía a traer al país después del escarnio peronista.
Durante el exilio del ex presidente la vida de ambos continuó sin saber cada
uno nada del otro. Perón, jugando al ajedrez político desde Madrid, conducía
una masa informe y contradictoria que quería traerlo de vuelta y se casó con
una bailarina a la que llamaban Isabel. Nelly trató de reconstruir su vida como
pudo y tras algún tiempo, se casó con un muchacho llamado Carlos, empleado de
la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires.
En
noviembre de 1972, en una de las proezas más gigantes que una militancia
política haya conseguido, después de dieciocho años de represión y de lucha,
Juan Domingo Perón vuelve al país. Aquellos patriotas que habían venido a
barrer la corrupción peronista demostraron que no era la moral del ex
presidente su preocupación. No les interesaba la burocracia estatal, el culto
al personalismo, la corrupción generalizada, la inflación ni los ataques a la
prensa libre. En realidad su preocupación urgente era la destrucción de un país
que dejaba de lado el modelo agroexportador para apuntalar a una industria
nacional, con un mercado interno expansivo, la clase obrera sentado en la mesa
de las decisiones políticas, con una verdadera distribución de la riqueza, como
nunca se vio y nunca volvería a verse. Mientras el país se convulsionaba
tratando de imaginarse con Perón de vuelta, el viejo líder se instalaba en una
casa en la calle Gaspar Campos, comprada especialmente por el Partido. Una de
esas mañanas Nelly decidió, con la misma determinación que cuando tenía catorce
años, que tenía que volver a ver a Perón.
Franqueando
toda la seguridad de la casa con la temeridad y la decisión de siempre, Nelly
llegó hasta la cocina en donde estaba el General. Perón la reconoció al
instante y quedó tieso del asombro. Toda una mujer, sus primeras palabras
fueron para retarlo, tenía que tener más cuidado, si entraba ella tan fácil
también podía hacerlo cualquiera. Después se lanzó a relatarle sus años de
penurias, la suerte de sus padres, su reclusión, el escarnio público, su
tratamiento psicológico, su nueva vida familiar. El gigante de la Historia, el
hombre de la sonrisa y simpatía eternas, el que siempre tenía la palabra o la
frase justas para cada ocasión, aquel a quien le costaba demostrar sentimientos
amurallado en su rígida formación militar, no supo que decir y se largó a
llorar casi sin consuelo. Quizás haya pensado en esos minutos de congoja si
había valido la pena todo lo vivido sólo para recordar tantos muertos, consolar
a tantos lastimados, cicatrizar tantas heridas.
Ese día
fue el último en que se vieron. Nelly seguiría recordando con cariño y
admiración a Perón el resto de su vida. El General se enfrentaría viejo, malo y
enfermo, a los días más negros que haya vivido como líder político. El país se
preparaba para sufrir sus años más tristes y sangrientos.