viernes, 24 de marzo de 2017

Vinilo XVIII – Band on the run


I

Debe haber sido muy difícil ser un ex beatle inmediatamente después de la separación de los fabulosos cuatro. Con John Lennon a full en su relación con Yoko Ono, con George Harrison liberado artísticamente y componiendo algunas de sus mejores canciones, con Ringo Starr viviendo una vida de dandy despreocupado, quizás haya sido Paul McCartney quien llevara la parte más pesada de la cruz. Paul fue el primero en anunciar la definitiva separación de The Beatles y el primero en grabar un álbum solista, titulado simplemente McCartney (1970), de carácter minimalista, como si quisiera expresarse en voz muy baja tras los ruidos estruendosos que acompañaron el fin de la banda de rock más grande de todos los tiempos. El éxito comercial fue inmediato;  sin embargo, la crítica fue un tanto reticente. Casi en forma inmediata y acompañado de su esposa Linda Eastman (fotógrafa profesional, fue la primera mujer en ser autora de la portada de la revista Rolling Stones), grabó otro disco de temática similar, Ram (1971), en donde Paul toca casi todos los instrumentos. Obsesionado con ser reconocido como en sus mejores épocas con The Beatles, McCartney decidió formar una banda, a la que llamó Wings, y en donde además de su esposa Linda, lo acompañaban grandes músicos como el guitarrista Danny Laine y el baterista Denny Seiwell. Sus más grandes composiciones habían salido a la luz en la tensión creativa que los Beatles conservaron hasta último momento, quizás la falta de ese amparo haya servido para movilizarlo a formar una banda. Con ellos graba Wild life (1971) y Red rose speedway (1973); esta vez el éxito comercial y la buena crítica se unían para alabar a unos los músicos fundamentales de siglo XX. Paul McCartney volvía a sonreír.


II

Motivado por la repercusión de Wings, McCartney decidió volver a componer en forma rápida, pero aburrido de la monótona forma de grabar de Londres, decidió buscar algún lugar distante para viajar y registrar sus nuevos temas. Le pidió a su compañía discográfica, EMI, que le pasara un listado de todos los lugares en el mundo donde tuviera estudios de grabación propios. Multinacional al fin, EMI tenía filiales en los lugares más remotos. En algún momento se barajó a Buenos Aires, que tenía los mejores técnicos y estudios de Latinoamérica, pero Paul se decidió por el más exótico: Lagos, en Nigeria. Nadie podía creerlo, ni sus propios músicos. McCartney no se amilanó ante ningún obstáculo, ni los trámites, ni las vacunas que todos debieron darse, ni las advertencias de una situación social complicada lo detuvieron. Sin embargo, a pocas horas de partir, varios de los músicos que lo acompañaban se arrepintieron, por lo que sólo viajaron Paul, su esposa Linda, el guitarrista Denny Laine y el histórico ingeniero de grabación de The Beatles, Geoff Emerick. Llegados a destino, las cosas ya no serían tan románticas como las pensó Paul.


III

McCartney alquiló una casa cerca del aeropuerto y un poco distante del estudio de grabación que estaba bastante lejos de tener las mejores condiciones. Parecía semiabandonado, sucio, desarreglado, con una de las dos consolas de grabación que tenía en mal estado. Emerick usó todos sus trucos para dejarla en condiciones;  pero claro, todos venían de grabar durante años en Abbey Road, las diferencias saltaban a los ojos. Las dificultades comenzaron a acumularse unas tras otras. Las grabaciones se hacían de día, entre la mañana temprano y la tarde, nadie quería moverse de noche en una ciudad signada por la violencia y la represión de una feroz dictadura. El calor se hacía insoportable, tanto, que en una de esas mañanas Paul se desmayó, no reaccionaba y debió ser internado. El clima y el consumo excesivo de cigarrillos le habían provocado una trombosis que pudo controlarse. Superado el trance y de vuelta a las grabaciones, una grupo de músicos locales se manifestó frente al estudio porque consideraban que los músicos ingleses venían a robarle sus raíces culturales. Hábil relacionista público, nuestro héroe habló horas para congraciarse con los manifestantes. Logró el éxito con creces, terminó zapando con varios de ellos en el estudio. Una noche sufrió el robo de varias de las bases que había llevado pregrabadas de Londres. Casi encaprichado, dispuesto a no admitir un fracaso, Paul grabó nuevamente todo tocando todos los instrumentos. Una hazaña musical en las peores condiciones posibles.


IV

Contra el calor, las dificultades técnicas, la regrabación de las pistas, la hostilidad del entorno y su propia salud, McCartney y compañía terminaron la grabación. Festejaron con una gran comida en la playa y emprendieron el retorno a Londres. En el estudio de George Martin se hicieron los últimos retoques y sobregrabaciones y terminaron el trabajo. Una vez publicado, el éxito y el reconocimiento fueron unánimes: por gran diferencia todos afirmaban que se trataba del mejor trabajo del ex beatle, a la altura de sus mejores composiciones. El disco tiene un sonido crudo y muy claro y está repleto de grandes líneas melódicas y una gran inspiración en las letras. La suite que le da nombre al disco es una las grandes creaciones de McCartney; “Band on the run” tiene varios fragmentos pegados de bellas melodías y pulso rockero, un master class de música contemporánea eterna, a la altura de los mejor de su extenso repertorio. Lo acompañan otros temas que se convertirían en clásicos: “Jet”, “Let me roll it”, “Mrs Vandebilt”, “Nineteen hundred and eigthy-five”, entre otros. Paul estaba tan satisfecho con el resultado que se decidió a volver a tocar en grandes lugares, reversionando algunos de los clásicos de The Beatles, algo que había evitado por mucho tiempo. Por fin, se sentía seguro de lo que era capaz de hacer en solitario. La tapa fue otro hallazgo y se convirtió en el tiempo en icónica. La fotografía que la ilustra muestra a McCartney y los otros Wings más un conjunto de celebridades sorprendidos contra un paredón por un reflector de la policía. Entre esos famosos estaban los actores Michael Parkinson y Christopher Lee, este último célebre por sus papeles interpretando a Drácula, Clemed Freud, parlamentario británico y nieto de Sigmund, y John Conteh, boxeador de Liverpool, que un tiempo después sería campeón mundial, entre otros.


V

El éxito comercial fue enorme y Paul McCartney volvía a posicionarse como el gran compositor popular del siglo XX. Band on the run se convertiría con los años en un clásico perenne, resistente a las modas, los años, los sistemas de grabación, el mito de su autor y a la altura casi inalcanzable que The Beatles habían desarrollado la década anterior. La aventura loca de una grabación en Nigeria en 1973, al principio romántica, luego azarosa, al final casi muy peligrosa, paría un disco brillante y eterno. Un nuevo legado del gran Paul McCartney. 

miércoles, 25 de enero de 2017

A la caza de la ballena blanca

Una lectura de Sombras verdes, ballena blanca de Ray Bradbury

Ray Bradbury es una marca ineludible y universal en la literatura de la ciencia ficción. Bastaría nombrar a Crónicas marcianas (prologada en Argentina nada menos que por Borges), El hombre ilustrado, Fahrenheit 451 o Las doradas manzanas del sol, para tomar dimensión sobre quien estamos hablando. Pero semejante celebridad tuvo también otros trabajos paralelos (y complementarios) a su oficio de escritor, entre los que se cuentan el de periodista y el de guionista de cine. En 1953, con poco más de 30 años, recibe una oportunidad única de triunfar en el difícil mundo de Hollywood; el célebre director John Huston le encarga escribir en conjunto el guión de la adaptación para el cine de la novela de Herman Melville, la canónica y majestuosa Moby Dick.

I

El joven Bradbury se enfrentaba con este ofrecimiento a dos grandes desafíos: adaptar al lenguaje del cine una obra inmensa y que, increíblemente, hasta ese momento no había leído y trasladarse a Irlanda por varios meses, lugar donde Huston se había radicado desde hacía algunos años. Dejando atrás a su esposa e hija decidió aceptar el desafío y viajar a la vieja Europa a enfrentarse con la mitológica ballena blanca y a los modales y el carácter de un director pedante y caprichoso, el temido realizador de hazañas como El halcón maltés o El tesoro de la Sierra Madre. Bradbury lee y relee furiosamente a Moby Dick (¡nueve veces!) para lograr captar la esencia de esa historia gigante y conmovedora y comienza a desandar el camino del guión. Para ello, acuerda las líneas maestras de la redacción con Huston, que de hecho coescribe el guión, y durante meses, solitario y perdido entre los siempre verdes paisajes de Irlanda, lucha y vence en su titánica tarea. En el medio, Bradbury vive a Irlanda, descubre a Dublin, a su gente, su historia y sus costumbres. Y escritor al fin, decide tomar notas de cada cosa que escucha, que ve y que hace. El tiempo transformó esa experiencia en un libro magnífico, una rareza en su bibliografía y que es varias cosas al mismo tiempo: una novela, un conjunto de misceláneas, una crónica, una ficción. Hablamos del libro que nos ocupa, este muy entretenido Sombras verdes, ballena blanca.

Ray Bradbury y John Huston trabajando en el guión de Moby Dick, Irlanda, 1953.
II

Afiche promocional de la película.
La novela de Bradbury, está planteada como eso, una novela, 
y a sí puede leerse. Lo atrayente de su recorrido es que nunca sabemos en forma cierta cuánto hay de ficción y cuanto de crónica de los que nos cuenta. Esa sabia mezcla es el mayor encanto de este raro libro. El joven guionista, en plena pelea con la mítica ballena nos pinta al pueblo irlandés con mano maestra. En la mayoría de sus horas de ocio se instala en uno de los cientos de pubs de Dublin y entabla amistad y conversación con el dueño y sus parroquianos, entre cerveza bebida a raudales y charlas desopilantes por lo graciosas o profundas por lo incisivas. Bradbury encuentra en esas horas en el pub la esencia de un pueblo: sus costumbres, sus valores, sus defectos, sus frustraciones. En el medio nos deleita con un puñado de relatos tomados de sus experiencias y que el autor ficciona con gracia, humor y profundidad. Por supuesto, la monstruosa –en todos los sentidos­- Moby Dick sobrevuela toda la novela. Bradbury cree entender el sentido último del libro que aborda pero debe lidiar con las estrecheces del formato al que debe adaptar el relato. Finalmente decide junto a Huston, limitar la historia a Ahab, a su obsesión y a su triste final. El trabajo junto al viejo director, fue difícil por todo lo que rodeaba a su figura. Su trato con todo su séquito era bastante desagradable, bordeando el mal gusto y la humillación, incluso con su mujer: el mundo de un millonario caprichoso. Bradbury lo soporta entre estoico y sorprendido y la imagen que muestra de todo lo que rodea al director es brutalmente dura, pero sin perder nunca la ironía y el humor. Finalmente, ambos guionistas logran vencer a la bestia, el trabajo termina y nuestro autor vuelve a su país. Quedaba la hazaña de filmar, pero eso ya era trabajo de Huston.

III

Este Sombras verdes, ballena blanca es una rareza llena de felicidades. Encontramos en sus líneas a un muy joven escritor, en las puertas de la fama mundial, que con buen gusto y un poder de observación únicos, nos regala una novela muy entretenida. Una novela con una sabia mezcla de géneros que nos muestra a un país y a su gente con agudeza y humor. Este Ray Bradbury casi oculto nos regala un ejercicio magnífico de literatura de gran clase que, mezcla de novela de aventuras y diario de viaje, pinta a un pueblo y sus costumbres con la precisión y el ingenio de un consumado cronista. 

La película puede verse en línea a través de este link: Moby Dick, de John Huston, 1956

Ficha del libro
Título: Sombras verdes, ballena blanca
Autor: Ray Bradbury
Edición: Emecé, 1° edición, mayo 1993, Bs. As., Argentina.