No quiero falsas interpretaciones ni
suspicacias surgidas de alguna divagación, pero el clon de Verónica me
incomoda. Es que todavía no me entra en la cabeza que se haya ido así, con una
simple nota dejada sobre la mesa, explicando lo inexplicable. Que la misión
científica, que el mantenimiento del satélite, que las nuevas bacterias, que su
gran posibilidad de progreso y reconocimiento. Nada me consuela o me contiene.
Menos que nada la presencia de este clon.
Por
supuesto que en principio su exacto parecido a Verónica me asombró; es más,
puedo decir que durante horas estuve paralizado. No hace mucho que los clones
humanos se comercializan y su precio es altísimo. Como demostración de
preocupación por mi suerte sin ella era apabullante, y debo decir que ignoró
completamente mis reservas y cuestionamientos al uso de clones humanos. Supuso
que lo usaría, que conversaría con él, que saldríamos a comer, que dormiríamos
juntos. Verónica clonaba desde hacía veinticinco años a un par de pájaros
vistosos extinguidos no sé en que zona de Centroamérica. Jamás imaginé que se
animaría a clonarse a ella misma por un viaje de cinco años a un rincón del
sistema. Nunca soñé convivir con el clon de la persona que más amaba.
Lo
más cuestionable del uso de clones era la tarjeta cerebral. En ella el
laboratorio registraba la suma de informaciones físicas y emocionales que el
comprador requiriera, en un complejo sistema que se implantaba en el circuito
nervioso del clon y que, en definitiva, deformaba arbitrariamente los
comportamientos del original. Es decir, el clon lo era físicamente; lo psíquico
sufría variaciones muchas veces impredecibles. Cuando dos siglos atrás los
primeros clones aparecieron en el universo científico, el hecho se limitaba a copiar
células y a partir de ahí el nuevo ser nacía de una concepción clásica. Eran
nuevos seres. Los nuevos clones aprobados por la legislación del sistema eran
simples copias reproducidas en la edad que se quisiera. Ya se comentaba en el
ambiente científico, de la que Verónica formaba parte por su condición de
bióloga, que muy pronto cualquiera podría pedir un clon de sí mismo con menos
edad que la actual.
No
era el caso de Verónica; su clon tenía treinta y seis años como el original. Me
lo entregaron el mismo día que encontré la nota de despedida. Completamente
asombrado ni siquiera escuché con atención las explicaciones del asesor que me
acompañó casi toda la tarde convenciéndome de las bondades del producto y de
cómo actuar ante cada contratiempo que pudiera suceder. Firmé media docena de
papeles, juré ante un oficial de justicia usar legal y racionalmente el clon y
me comprometí a llevarlo a mantenimiento una vez por semana para revisar la
tarjeta cerebral y comprobar que el estado de salud sea óptimo.
Mientras
cumplía con las formalidades me costaba mirar al clon. Sólo sonreía y parecía
pedirme permiso con la mirada para sentarse o pasearse por la habitación. El
parecido helaba la sangre y por un momento me dieron ganas de insultarlo como
si él mismo hubiera sido Verónica. Pero no lo era. Y la confusión ya empezaba a
molestar antes de la convivencia, antes de poder cruzar alguna palabra. Sentí
curiosidad por tocar su piel y me di cuenta que eludía su mirada por temor a
todavía no sabía que.
Cuando
quedamos solos, luego de dos o tres minutos de silencio, comprendí que era yo
el que debía comenzar el juego. Y hablé, tratando de parecer firme y seguro.
Le
pregunté como se sentía y respondió con una sonrisa cómplice, como lo hubiera
hecho la verdadera Verónica. Luego se levantó y me dijo: -¿Comemos envasado o
preparo algo?.
No
pude contestar. La nueva Verónica me dejaba sin palabras como la legítima. Era
una situación difícil de manejar. Estaba
perdido y lo único claro que aparecía en
mi mente era pensar en todo lo que odiaba en ese momento, a ella y a su clon, a
su actitud soberbia de siempre para trasladar sus soluciones a mis problemas .
Quiero decir que su ausencia para mí no era lo mismo que mi ausencia para ella.
–Abramos
una lata de legumbres- le pedí.
Debo
confesar que el clon, a quien bauticé Penélope pese a su insistencia en
recordarme que la llamara Verónica, era sumamente servicial y atento. Nunca me
encontré una mañana sin el desayuno preparado, sin mi ropa alistada o el baño a
la temperatura justa. Eran cosas en las que Verónica nunca hubiera podido estar
atenta; quizá haya actuado su sentimiento de culpa o sus deseos de complacerme,
pero se preocupó por dejarme en claro que a Penélope no podría pasarle lo
mismo. Nuestra casa nunca estuvo tan brillante y ordenada, ni tan especialmente
cuidada. Poco a poco se fue convirtiendo en una dulce y gentil sombra que me
acompañaba por la casa y, lo confieso, dejé que esa invasión transformara mi
rutina doméstica, por comodidad y también por placer.
Sin
embargo, pese a esa aparente tranquilidad, Penélope me asustaba. Sobre todo
porque no podía acostumbrarme a su presencia cuando nuestras actividades habían
acabado y un silencio incómodo nos rodeaba. Ahí teníamos que hablarnos, que
contactarnos, que empezar a intimidar. Y eso me sacaba de quicio, como me
sacaba de quicio Verónica. Pero el clon era algo especial, que me inquietaba,
me perturbaba. Ambos eludíamos la cuestión sexual, sobre todo Penélope,
evidentemente programada para que siempre yo tomara la iniciativa. Pese a todo,
esa tensión que había entre ambos, volvía a cada momento a nuestra convivencia
más difícil de sobrellevar. Me resistía a tener sexo con ella, lo sentía como
tener que recurrir a una prostituta y era además, una forma de ceder a la locura
de Verónica. Con persistencia eludí la situación y tuvimos que dormir separados
para no tener que sentir el calor de su cuerpo ni su respiración tranquila
durante la noche.
Penélope,
cada día más encantadora, más irresistible, parecía jugar ahora con mi lucha
interna. Y lo hace tan bien, con tan buen gusto y una falsa prescindencia, que
estoy a punto de echarla, de devolverla, de escribir a Verónica, de quien no
recibía noticias y a quien ni siquiera llamaba.
Poco
a poco el clon empezaba a desesperarme. Es físicamente mucho más irresistible
que el original a pesar de su exacto parecido. No sabría explicar por que, pero
sus pechos son más encantadores, más provocativos, hasta hacerme parecer que
tienen algún talle más que el original. Lo mismo podía decir de su andar; es
más erguido, más gracioso, más insinuante. Y comencé a querer verla desnuda y
al menos probar si el deseo crecería o se terminaría con la experiencia. No
hubo necesidad de decírselo; por la noche se apareció apenas cubierta por una
sábana en mi dormitorio. Lo confieso: nunca gocé tan plenamente del cuerpo de
Verónica como cuando me acosté con el clon. Se comportó de manera estupenda;
pareció conocer todas mis debilidades y tuvo la habilidad de hacerme sentir
como hacía mucho tiempo. Me pareció que ella gozaba como yo y con una libertad
y sabiduría que Verónica no tenía.
A
pesar de mis reservas, de mis inseguridades y pudores, no pude resistirme
demasiado a volver a repetir la experiencia que cada vez fue más intensa y
profunda. Una noche de sábado le propuse incorporar una tercera persona a
nuestra cama para probar nuevas experiencias y lo aceptó sin reparos.
Sexualmente vivía lo más parecido a la felicidad, cumpliendo todo lo que
imaginaba.
Penélope
invadió lenta e inteligentemente todos los rincones de mi vida. Y lo acepté,
hasta el punto de incorporarla activamente a mi vida social, incluso ocultando
su verdadero origen y negando su condición de clon. Ella se comportaba siempre
de manera brillante y seductora, original y divertida. Pronto mi rechazo y mis
reservas se transformaron en atracción y convivencia. Olvidé la ausencia de
Verónica; ni siquiera me cuestionaba que no me escribiera o hablara. Fue
entonces cuando un mensaje suyo apareció en mi ordenador; me decía que volvía
en unos días. Aparecieron errores en el programa que controlaba la nave y no
querían arriesgar la tripulación.
Me
desesperé. A pesar de lo mucho que me incomodaba, de todo lo que había
despertado en mí, de que me repetía todo el tiempo que todo era una tregua en
mi rutina que se rompería en algún momento, no pensaba desprenderme del clon.
Cuando se lo comenté, sólo sonrío y me dijo que había pensado en una solución.
No
supe contestarle. Sólo quería saber en que había pensado.
-Podemos
escaparnos de ella –me dijo. – Viajemos a alguna colonia del sistema con
nuestras cosas. No podrá encontrarnos sino después de mucho tiempo. El
suficiente para que nos olvide.
Nunca
me sentí más confundido. Me dio escalofríos pensar que hablaba en primera
persona del plural para pensar en mis decisiones.
Esa
noche no dormí. Me sentí sucio y traidor pensando en Verónica. Yo la quería,
pero el clon era sin lugar a dudas una versión mejorada y más perversa de todo
lo que yo soñaba que ella me podía dar. Después de medio litro de alcohol y
horas de insomnio le dije a Penélope que seguiríamos su plan.
Se
comportó de manera fría y calculadora. Pareció tener en su mente diagramado
cada paso que teníamos que dar y los fue dando con firmeza y decisión.
Conseguimos un chárter a Ion, un pequeño satélite donde no nos pedirían
documentación para pasar un tiempo. Viví toda la situación con vergüenza e
indecisión y me dejé conducir con docilidad.
Cuando
estábamos en pleno vuelo, Penélope parecía más tranquila. Mientras sorbía un
líquido espeso y naranja me miró a los ojos y sonriendo se preparó como para
contarme una historia.
-Amor
mío, tengo que darte un mensaje de Verónica especialmente preparado para este
momento-. Su voz sonaba dulce pero firme. –En realidad este plan no es mío, es
de ella. Hace meses buscaba la manera menos traumática de dejarte. Te quiere
mucho y no deseaba lastimarte. Finalmente un colega la convenció de pedir la
fabricación del clon y que ese clon tuviera todo lo que ella no puede darte. No
la juzgues mal. Solamente no quería verte sufrir.
Miré
por la ventana y oculté mis lágrimas. –Penélope es hermoso como nuevo nombre.
Quiero que sepas que lo voy a aceptar de ahora en más- dijo tomándome de la
cara. Me sentí estúpido, débil, inocente. Sentía que Penélope volvía a
molestarme como en nuestro primer encuentro.
Cuando
me recompuse pregunté: -¿Aceptará Verónica que le envíe un clon mío?.
Desde
entonces sueño en que me llame y me diga que cosas esperó de mí y no fui capaz
de darle.