Una lectura
de Peronismo,
Filosofía política de una persistencia argentina de José Pablo Feinmann
Proponerse analizar e interpretar al Peronismo desde la defensa
de sus conquistas sociales más profundas y la crítica descarnada hacia sus
errores históricos más notables es una tarea gigante que sólo se puede encarar
desde el conocimiento profundo, el amor y el dolor que inspiran, el coraje de
saber que no siempre se saldrá indemne en el intento, y la osadía de poner el
cuerpo y la mente en eso que no sabemos explicar muy bien qué es, pero que nos
traspasa como sociedad desde hace casi 70 años. El Peronismo vuelve una y otra vez a interrogarnos como sociedad
porque, aún en quienes dicen detestarlo, su accionar nos define como ciudadanos
ante lo político y lo público. José Pablo Feinmann —filósofo, novelista,
guionista de cine, ex militante peronista, hombre apasionado— nos habla desde
la academia y desde la militancia, exaltando y cuestionando en partes iguales,
con la misma lucidez, lo mítico y lo reprochable de la historia peronista. Su
intento, pasional y polémico, erudito y pendenciero, se vuelca en dos volúmenes
—Tomo I, “De 1943 al primer regreso de Perón” y Tomo II “Del primer regreso de
Perón al golpe militar de 1976”—, que no pueden dejar de leerse de un tirón,
dejándonos exhaustos y perplejos ante la persistencia del hecho maldito de un
país pequeño burgués. Estas líneas se ocupan de esa primera parte.
I
A pesar de que no siempre mantiene linealidad en el relato
histórico, Feinmann se propone contarnos el Peronismo desde sus orígenes. El
Coronel carismático, integrante de un gobierno militar y golpista obsesionado
por la industrialización pesada, se queda con aquello que nadie ve ni registra.
La Secretaría de Trabajo y Previsión le brinda la posibilidad de ponerse en
contacto con esa masa de nuevos obreros, que llegados del campo a la ciudad,
carecen de toda conciencia de sus derechos. Si
Roberto Arlt se queda con el idioma que la academia desconoce, Perón apunta a
la nueva clase social invisible para el poder político. Ese berretín, como lo llama el autor, le
dará la posibilidad de amasar poder desde un nuevo lugar con una inteligencia
superior a la media vigente. Usará su carisma inigualable, un lenguaje llano y
picaresco, los medios afines y una política social activa e inédita para en
poco tiempo conseguir una popularidad gigante. Tenía ambiciones políticas el
Coronel y de pronto, en una jornada de movilización popular genuina y
multitudinaria, los invisibles ponen las patas en la fuente y le dan la presidencia
de la república. Algo absolutamente nuevo y transgresor estaba sucediendo en un
país formado y dominado por la oligarquía.
A no dudarlo, nos dice Feinmann, el Peronismo en el gobierno se comportó como un régimen:
personalismo, concentración de poder, persecución a la prensa opositora. Pero
las capas bajas de la población conocieron derechos que les habían sido negados
en forma sistemática: sindicalización, vacaciones pagas, aguinaldo, salud,
educación, el desarrollo de una industria liviana que creó miles de puestos de
trabajos, las nacionalizaciones, la inédita asistencia social. Y un dato
estadístico que visto hoy sería revolucionario: el 53% del PBI destinado a los
desposeídos. Ese es el hecho inexorable de la mística peronista, algo que esas
clases dominantes no le perdonarán nunca, ni ayer, ni hoy. Algo que los
excluidos del sistema imperante tampoco olvidarán nunca, ni ayer, ni hoy. Un
nuevo poder construido con un nuevo sujeto social. En el medio de este
verdadero tembladeral —nos sumamos a la izquierda boba argentina que siempre se
regodeó diciendo que Perón no era revolucionario—, está Eva. Evita es un acto
revolucionario en la vida de Perón, nos dice Feinmann, quizás el único. Y
agrega: no es poco, considerando que ningún presidente argentino tuvo jamás un
acto revolucionario. Eva concentra en su figura el fanatismo por Perón, pero
implícito en su discurso, lleva consigo las mayores exigencias hacia el líder:
el enemigo acecha, es vengativo, hay que profundizar los cambios y prepararse
para resistir. Un cáncer abominable, celebrado por el más rancio antiperonismo,
la convirtió en un cadáver exquisito, libre de contradicciones. Su infatigable
obra social y su militancia sin respiros la convierten en el primer mártir
peronista.
II
El autor de La sombra
de Heidegger se interna con pasión y dolor en sucesos esenciales que
marcarían a fuego el resto del siglo para la Argentina: el bombardeo a Plaza de
Mayo, el derrocamiento de Perón, el fusilamiento de Valle. La conducta de Perón
tras la muerte de Eva es severamente criticada; rodeado de alcahuetes y
adulones se enfrasca en una guerra con la Iglesia Católica que fue creciendo en
agresiones y episodios de violencia. Aliada como siempre con los poderosos, la
Iglesia ayudó a aglutinar a la oposición y darle un discurso único. Los aviones
que bombardearon Plazo de Mayo —un suceso cruel y nefasto, un ataque artero y
cobarde contra población indefensa, un presagio de la noche negra de la
dictadura del 76— llevaban la inscripción Cristo
vence, y después de regar de cadáveres Buenos Aires huyen a refugiarse a
Uruguay. La intentona fracasa, pero el odio es más fuerte. Volverían a la carga
meses después. El golpe del 55 es
claramente un golpe de clase, la vieja oligarquía se toma venganza echando a
patadas al tirano y comienza un
brutal período de desperonización, festejado y aplaudido por los medios y la
clase media, que sólo ambiciona, ayer como hoy, espejarse en los más poderosos.
La Libertadora, como se llamó a esa jauría de perros infames, se empecinó con
su odio de clase, sus políticas entreguistas y su violencia persecutoria de la
militancia peronista, cubierta por las loas de todo el establishment, incluyendo el cultural. Ahí está ese texto fundante
del odio gorila, La fiesta del Monstruo, escrito
por Borges y Bioy para atestiguarlo. Los fusilados en el levantamiento del
General Valle, suceso magistralmente narrado por Rodolfo Walsh, vienen a
mostrarnos blanco sobre negro el espíritu de los libertadores del ’55: brutalidad, odio, resentimiento, venganza.
Feinmann se embarra en el relato y en su interpretación de
los hechos ocurridos desde el golpe del ´55 hasta el retorno de Perón a la
Argentina. Y su afirmación es clara y contundente: la proscripción del peronismo impide el ejercicio de la democracia en
el país y el empecinamiento gorila de todo el andamiaje militar y político que
permitió esa anomalía es mayormente responsable de la escalada de violencia que
se sufrió. Lejos de desperonizarse la sociedad argentina comprendió que los
logros sociales y políticos del peronismo adquirían forma de leyenda y mito
ante el cuadro represivo y entreguista de los sucesivos gobiernos militares y
pseudodemocráticos que le siguieron. En el exilio, Perón juega un ajedrez
desgastante para el poder, contiene a todos los sectores, pelea en todos los frentes
para lograr su retorno. Y en el contexto de una gesta gigante de la militancia
logra volver: el país entero era peronista, el Padre Eterno bajaba a la tierra
a devolverle el color a los días grises de su ausencia. El problema no
percibido en esos días de efervescencia y militancia es que cada quien veía en
Perón algo distinto y el General —viejo, malo y enfermo— decide tomar partido
por lo peor. Esa elección del líder no da
lugar a equívocos, Perón debía conocer el accionar mafioso de la ultraderecha
que lo acompañaba en el retorno y a sabiendas, la dejó hacer. El líder
dejaba de ser un significante vacío que cada quien llenaba como quería, a pasar
a tomar partido por uno de los bandos, sin dudas el peor y más nefasto.
Feinmann sabe que la afirmación es polémica y le granjeará el odio de buena
parte del peronismo, pero así como le cuelga todas las medallas de sus logros
inéditos y es lapidario con los enemigos que no permitieron su retorno a
tiempo, no tiene medias tintas en su condena a la teoría del entorno con que muchas parte de la
militancia justificaba las actitudes del Perón otra vez Presidente.
III
El ensayo de José Pablo Feinmann mantiene encendido el debate
con referencias a la actualidad y al enfrentamiento del kirchnerismo con los
grupos de poder que son los mismos que trabajaron incansablemente para derrocar
a Perón. Pero lo interesante de estas desbordantes páginas es que el autor
defenderá con pasión cada logro extraordinario de aquel primer peronismo y será
firme en la condena a las actitudes del líder en su retorno a la Argentina.
Quizás hasta llegando más lejos que los propios intelectuales del
antiperonismo. Privilegios de una mente clara, sanguínea, honesta, desprovista
de todo prejuicio gorila, testigo privilegiado de la historia, a veces
demasiado autoreferencial, pero sin odios y memoriosa hasta en la anécdota. No
se podrá acusar al autor de andarse con medias tintas a la hora de analizar
conductas propias y ajenas, pero las continuas referencias a su propio
protagonismo en los hechos y un ego a flor de piel para citarse en forma
continua logran, a veces, entorpecer lo que trata de argumentar. Este Peronismo de José Pablo Feinmann es esencial para el debate y la polémica, pero
también es necesario para entender por qué pasa lo que pasa en nuestros días.