jueves, 10 de marzo de 2016

El encanto de un libro perdido y encontrado

Reflexiones acerca de Claraboya, de José Saramago

I

A fines de los 80, José Saramago, ya escritor de renombre en el mundo editorial, futuro Premio Nobel de Literatura, recibe una llamada inesperada. Una editorial se comunicaba para transmitirle la buena nueva de que revisando sus archivos había encontrado el original de Claraboya (Clarabóia, en portugués). Escrita en 1953 había permanecido más de treinta años no sólo inédita, sino perdida hasta para su propio autor. El creador de Ensayo sobre la ceguera no dudó un instante: se hizo rápidamente de su segunda novela y rehusó la oferta de la editorial para su publicación. De nada sirvieron los ruegos de su mujer, la traductora al español de todas sus obras, Pilar del Río, y de su editor, que insistieron en lo que sabían podía ser un éxito editorial seguro: la edición de la novela perdida y encontrada del escritor portugués más traducido en el mundo. Saramago lo prohibió en forma terminante, habían pasado más de tres décadas desde que la había terminado, su tiempo había ya pasado, si querían verla impresa tendrían que esperar a su muerte. Ni siquiera intentó releerla. Aunque algún valor le otorgaría porque a pesar de tanto rechazo, no la destruyó.

II

Tierra de pecado es el primer libro publicado por José Saramago. Editado en 1947, pasó por las librerías sin pena y sin gloria. Para 1953, el portugués fatigaba las editoriales de su país tratando de que alguien le publicara Claraboya, su segunda novela. No tuvo suerte. Ni siquiera consiguió una explicación a tantas negativas, sólo la indiferencia o el silencio. El dolor del rechazo logró que el autor no escribiera por casi veinte años y que el original que tenía en su poder se perdiera entre otros papeles. El desprecio a su obra mutó a humillación, la humillación en dolor, el dolor en silencio. Pero la obra perdida del portugués tenía muchas felicidades escondidas: una historia que transcurre en un edificio de una Lisboa gris y bajo la opresión de una dictadura que no se nombra pero se presiente, un relato coral repleto de mujeres fuertes y hombres solitarios, una novela novedosa y muy arriesgada para una sociedad represora y reprimida. Recién hacia fines de los 70 Saramago volvería a publicar, acompañando su renacer literario a un Portugal que volvía a ver el sol de las libertades públicas. A partir de allí su carrera su carrera literaria no conocería límites: éxito editorial, reconocimiento de la crítica, traducciones alrededor del mundo y finalmente, el Premio Nobel en 1998.

III


En 2010 José Saramago muere en las Islas Canarias, donde residía desde hacía años. Su mujer Pilar creó una fundación que lleva el nombre de su ilustre esposo muerto y que, además de algunas obras filantrópicas, administra el cuidado y la edición de toda la bibliografía del autor de El Evangelio según Jesucristo. Esta vez no había nadie que se opusiera a la publicación de Claraboya, el libro perdido y encontrado de una celebridad mundial. Saramago era ya una marca que vendía por sí misma y Alfaguara, aprovechando la publicación de toda la obra del autorproduce en 2011 un enorme impacto editorial editando un texto inédito por casi 60 años de una vaca sagrada de la literatura. ¿Estaría José Saramago, ese escritor famoso, que estuvo 20 años sin escribir herido por un rechazo editorial, finalmente feliz de la publicación de su Claraboya? No haberla destruido, revivir acaso los sacrificios y desvelos para escribirla, recordar quizás a la decena de fuertes personajes que la pueblan, decir que no se publicaría jamás con él en vida, es quizás una respuesta que podría interpretarse de muchas maneras. Me pregunto, además, qué pensarían otros autores de la publicación póstuma de sus obras. ¿Una última forma de pedantería o exhibición como a lo mejor sea toda publicación? ¿Un negocio editorial sin medición de valores estéticos o voluntades personales? ¿Una forma de mantener viva la influencia de la obra de toda una vida en la mente de millones de lectores? No está aquí Saramago para contestarlo o, quizás, se encuentre alguna respuesta en la lectura de esta feliz y sorprendente Claraboya, varias décadas después de ser escrita y rechazada.