jueves, 7 de noviembre de 2013

Discos de vinilo: el pasado llegó hace rato


Los datos de la venta de discos de vinilos no dejan de sorprender hasta la misma industria discográfica. Entre el año 2007 y 2012, la producción y venta de discos de vinilo creció en forma ininterrumpida, alcanzando sólo en Estados Unidos 4,6 millones de unidades vendidas. Aunque todavía sigue siendo un porcentaje menor dentro del total de la venta física de álbumes (alrededor del 2,3%), su crecimiento es sostenido y se prevé que su participación seguirá en firme ascenso. ¿Cuáles son las razones por las cuales un formato de reproducción casi extinguido resurja con fuerza transformándose nuevamente en parte del negocio discográfico? ¿Por qué cada vez más artistas de prestigio deciden editar sus nuevas grabaciones también en este formato? ¿Qué es lo que hace que un público creciente decida, fuera del círculo de los coleccionistas, volcarse nuevamente a comprar estas ediciones? Las múltiples respuestas a estos interrogantes pueden agruparse en dos grandes argumentos: las cuestiones que tiene que ver con la calidad sonora y aquellas centradas en el soporte mismo como hecho artístico. Trataré de recorrer ambos caminos en estas líneas.


I

Entre el año 1985 y comienzos de la década del 90 el disco de vinilo comenzó a ser desplazado por el CD, apoyado por su menor tamaño, practicidad y al hecho de que al ser grabado digitalmente, con un mínimo cuidado la grabación no pierde nada de su calidad. Pero la cuestión técnica derivó en un planteo estético. ¿Qué soporte tiene la mejor calidad de sonido, el vinilo o el CD? Hubo y hay argumentos para ambos bandos, pero la tendencia mundial es la de aceptar que el disco de vinilo tiene una calidad superior. El CD es básicamente una grabación en donde la música está codificada como una secuencia de 1 y O, limpiando la reproducción de cualquier impureza. Resumiendo: cuando hablamos de una grabación de CD, no hablamos de música, sino de sonido dispuesto en forma de códigos binarios. Además, en el proceso de masterización de las grabaciones se sacrifica calidad en pos de mejorar los volúmenes, tendencia marquetinera presente hoy en día en cualquier grabación comercial. La combinación de todos estos detalles técnicos hace que el sonido digital sea percibido como frío, metálico, agresivo, áspero, sin alma. En su virtud está su mayor defecto. El músico norteamericano Neil Young, acérrimo defensor del vinilo, agrega otro dato importante. Dice que cuando escuchamos un CD tendemos a creer que este suena mejor por su brillantez y claridad, pero esa sensación de haberlo percibido todo de la grabación hace que no sintamos la necesidad de volver a escucharlo sin sentir cansancio o saturación. Algo que no sucede con los discos de vinilo.


La emblemática tapa del Sargent Pepper de The Beatles

II

La reproducción de un disco de vinilo tampoco deja de ser un hecho mecánico: el movimiento que sufre la aguja o púa al seguir el surco se transforma en una señal eléctrica que da lugar al sonido. De lo que quedan pocas dudas es que el único soporte que es una copia exacta de un original y es reproducido sin error es el llamado elepé. Pero, al igual que el CD, en su virtud está su mayor defecto. El acetato que sirve de soporte acumula polvo y humedad en sus surcos desde la primera escucha, por lo que con el tiempo se empiezan a producir una serie de sonidos que pueden ir del encanto a la verdadera molestia, una serie de chisporroteos que al final terminan afectando la calidad. Además, la experiencia dependerá mucho de la calidad del equipo reproductor. Pero es indudable que el sonido emitido por un disco de vinilo amplificado en un buen equipo es una experiencia sonora única en donde la música se siente como tal. La mecánica analógica hace que los instrumentos suenen cálidos y sean apreciados los  silencios de la interpretación como parte de la composición y de la escucha. Músicos consagrados en todo el mundo son declarados amantes del vinilo y lo destacan sobre cualquier otro soporte tecnológico. Ni que hablar del bastardeo sonoro producto de la compresión del formato MP3: aquí la comparación no resiste análisis, el sonido es claramente mucho más lavado y pobre.

Reciente edición de Charly García en vinilo

III

Tenemos por un lado la certeza de que el disco de vinilo presenta un sonido más real y cálido, pero a la vez el formato se deteriora aún con los cuidados más extremos. Nos queda referirnos a la experiencia artística. Y aquí sí el vinilo es un claro vencedor porque se estable un comercio con la música que constituye toda una experiencia. La cuestión comienza con el tamaño, cuando se compra un disco de vinilo se tiene la sensación de haber adquirido un objeto importante que ocupará espacio y al que habrá que cuidar de manera especial. La música será a la vez tiempo y espacio. Luego tenemos la tapa del disco y el sobre interior, que son en sí mismos objetos culturales con vida propia, desde el arte de tapa hasta las fotografías o textos que la acompañan. Hay miles de ejemplos en donde las tapas forman parte indisoluble de la música. Quizás, la tapas  y el arte interno de discos como The Sargent Pepper´s Lonely Club Hearts Band o Ther dark side of the moon sean emblemáticos ejemplos de esto. Por otro lado, escuchar la música se transforma en una verdadera ceremonia: se toma el disco, se disfruta de la tapa, se saca el vinilo, se observan los surcos de las canciones, se lo pone en la bandeja tocadiscos, se apoya el brazo con la púa en los surcos. La canciones también se pueden ver y en un momento hasta parece que el espíritu del disco nos invadiera y la música nos empapara como una esponja. Una experiencia única. No sabemos todavía si está tendencia de retorno al vinilo será sólo cuestión de un nicho compartido sólo por melómanos o coleccionistas, pero por ahora el fenómeno llegó para quedarse y resistir. Ya es mucho más que una resistencia al paso del tiempo, es una experiencia única que se tiene ganas de vivir y compartir.