viernes, 16 de agosto de 2013

Pasión, ego y filosofía en el relato del hecho maldito

Una lectura de Peronismo, Filosofía política de una persistencia argentina de José Pablo Feinmann


Proponerse analizar e interpretar al Peronismo desde la defensa de sus conquistas sociales más profundas y la crítica descarnada hacia sus errores históricos más notables es una tarea gigante que sólo se puede encarar desde el conocimiento profundo, el amor y el dolor que inspiran, el coraje de saber que no siempre se saldrá indemne en el intento, y la osadía de poner el cuerpo y la mente en eso que no sabemos explicar muy bien qué es, pero que nos traspasa como sociedad desde hace casi 70 años. El Peronismo vuelve una y otra vez a interrogarnos como sociedad porque, aún en quienes dicen detestarlo, su accionar nos define como ciudadanos ante lo político y lo público. José Pablo Feinmann —filósofo, novelista, guionista de cine, ex militante peronista, hombre apasionado— nos habla desde la academia y desde la militancia, exaltando y cuestionando en partes iguales, con la misma lucidez, lo mítico y lo reprochable de la historia peronista. Su intento, pasional y polémico, erudito y pendenciero, se vuelca en dos volúmenes —Tomo I, “De 1943 al primer regreso de Perón” y Tomo II “Del primer regreso de Perón al golpe militar de 1976”—, que no pueden dejar de leerse de un tirón, dejándonos exhaustos y perplejos ante la persistencia del hecho maldito de un país pequeño burgués. Estas líneas se ocupan de esa primera parte.


I

A pesar de que no siempre mantiene linealidad en el relato histórico, Feinmann se propone contarnos el Peronismo desde sus orígenes. El Coronel carismático, integrante de un gobierno militar y golpista obsesionado por la industrialización pesada, se queda con aquello que nadie ve ni registra. La Secretaría de Trabajo y Previsión le brinda la posibilidad de ponerse en contacto con esa masa de nuevos obreros, que llegados del campo a la ciudad, carecen de toda conciencia de sus derechos. Si Roberto Arlt se queda con el idioma que la academia desconoce, Perón apunta a la nueva clase social invisible para el poder político. Ese berretín, como lo llama el autor, le dará la posibilidad de amasar poder desde un nuevo lugar con una inteligencia superior a la media vigente. Usará su carisma inigualable, un lenguaje llano y picaresco, los medios afines y una política social activa e inédita para en poco tiempo conseguir una popularidad gigante. Tenía ambiciones políticas el Coronel y de pronto, en una jornada de movilización popular genuina y multitudinaria, los invisibles ponen las patas en la fuente y le dan la presidencia de la república. Algo absolutamente nuevo y transgresor estaba sucediendo en un país formado y dominado por la oligarquía.
A no dudarlo, nos dice Feinmann, el Peronismo en el gobierno se comportó como un régimen: personalismo, concentración de poder, persecución a la prensa opositora. Pero las capas bajas de la población conocieron derechos que les habían sido negados en forma sistemática: sindicalización, vacaciones pagas, aguinaldo, salud, educación, el desarrollo de una industria liviana que creó miles de puestos de trabajos, las nacionalizaciones, la inédita asistencia social. Y un dato estadístico que visto hoy sería revolucionario: el 53% del PBI destinado a los desposeídos. Ese es el hecho inexorable de la mística peronista, algo que esas clases dominantes no le perdonarán nunca, ni ayer, ni hoy. Algo que los excluidos del sistema imperante tampoco olvidarán nunca, ni ayer, ni hoy. Un nuevo poder construido con un nuevo sujeto social. En el medio de este verdadero tembladeral —nos sumamos a la izquierda boba argentina que siempre se regodeó diciendo que Perón no era revolucionario—, está Eva. Evita es un acto revolucionario en la vida de Perón, nos dice Feinmann, quizás el único. Y agrega: no es poco, considerando que ningún presidente argentino tuvo jamás un acto revolucionario. Eva concentra en su figura el fanatismo por Perón, pero implícito en su discurso, lleva consigo las mayores exigencias hacia el líder: el enemigo acecha, es vengativo, hay que profundizar los cambios y prepararse para resistir. Un cáncer abominable, celebrado por el más rancio antiperonismo, la convirtió en un cadáver exquisito, libre de contradicciones. Su infatigable obra social y su militancia sin respiros la convierten en el primer mártir peronista.



II

El autor de La sombra de Heidegger se interna con pasión y dolor en sucesos esenciales que marcarían a fuego el resto del siglo para la Argentina: el bombardeo a Plaza de Mayo, el derrocamiento de Perón, el fusilamiento de Valle. La conducta de Perón tras la muerte de Eva es severamente criticada; rodeado de alcahuetes y adulones se enfrasca en una guerra con la Iglesia Católica que fue creciendo en agresiones y episodios de violencia. Aliada como siempre con los poderosos, la Iglesia ayudó a aglutinar a la oposición y darle un discurso único. Los aviones que bombardearon Plazo de Mayo —un suceso cruel y nefasto, un ataque artero y cobarde contra población indefensa, un presagio de la noche negra de la dictadura del 76— llevaban la inscripción Cristo vence, y después de regar de cadáveres Buenos Aires huyen a refugiarse a Uruguay. La intentona fracasa, pero el odio es más fuerte. Volverían a la carga meses después. El golpe del 55 es claramente un golpe de clase, la vieja oligarquía se toma venganza echando a patadas al tirano y comienza un brutal período de desperonización, festejado y aplaudido por los medios y la clase media, que sólo ambiciona, ayer como hoy, espejarse en los más poderosos. La Libertadora, como se llamó a esa jauría de perros infames, se empecinó con su odio de clase, sus políticas entreguistas y su violencia persecutoria de la militancia peronista, cubierta por las loas de todo el establishment, incluyendo el cultural. Ahí está ese texto fundante del odio gorila, La fiesta del Monstruo, escrito por Borges y Bioy para atestiguarlo. Los fusilados en el levantamiento del General Valle, suceso magistralmente narrado por Rodolfo Walsh, vienen a mostrarnos blanco sobre negro el espíritu de los libertadores del ’55: brutalidad, odio, resentimiento, venganza.
Feinmann se embarra en el relato y en su interpretación de los hechos ocurridos desde el golpe del ´55 hasta el retorno de Perón a la Argentina. Y su afirmación es clara y contundente: la proscripción del peronismo impide el ejercicio de la democracia en el país y el empecinamiento gorila de todo el andamiaje militar y político que permitió esa anomalía es mayormente responsable de la escalada de violencia que se sufrió. Lejos de desperonizarse la sociedad argentina comprendió que los logros sociales y políticos del peronismo adquirían forma de leyenda y mito ante el cuadro represivo y entreguista de los sucesivos gobiernos militares y pseudodemocráticos que le siguieron. En el exilio, Perón juega un ajedrez desgastante para el poder, contiene a todos los sectores, pelea en todos los frentes para lograr su retorno. Y en el contexto de una gesta gigante de la militancia logra volver: el país entero era peronista, el Padre Eterno bajaba a la tierra a devolverle el color a los días grises de su ausencia. El problema no percibido en esos días de efervescencia y militancia es que cada quien veía en Perón algo distinto y el General —viejo, malo y enfermo— decide tomar partido por lo peor. Esa elección del líder no da lugar a equívocos, Perón debía conocer el accionar mafioso de la ultraderecha que lo acompañaba en el retorno y a sabiendas, la dejó hacer. El líder dejaba de ser un significante vacío que cada quien llenaba como quería, a pasar a tomar partido por uno de los bandos, sin dudas el peor y más nefasto. Feinmann sabe que la afirmación es polémica y le granjeará el odio de buena parte del peronismo, pero así como le cuelga todas las medallas de sus logros inéditos y es lapidario con los enemigos que no permitieron su retorno a tiempo, no tiene medias tintas en su condena a la teoría del entorno con que muchas parte de la militancia justificaba las actitudes del Perón otra vez Presidente.


III

El ensayo de José Pablo Feinmann mantiene encendido el debate con referencias a la actualidad y al enfrentamiento del kirchnerismo con los grupos de poder que son los mismos que trabajaron incansablemente para derrocar a Perón. Pero lo interesante de estas desbordantes páginas es que el autor defenderá con pasión cada logro extraordinario de aquel primer peronismo y será firme en la condena a las actitudes del líder en su retorno a la Argentina. Quizás hasta llegando más lejos que los propios intelectuales del antiperonismo. Privilegios de una mente clara, sanguínea, honesta, desprovista de todo prejuicio gorila, testigo privilegiado de la historia, a veces demasiado autoreferencial, pero sin odios y memoriosa hasta en la anécdota. No se podrá acusar al autor de andarse con medias tintas a la hora de analizar conductas propias y ajenas, pero las continuas referencias a su propio protagonismo en los hechos y un ego a flor de piel para citarse en forma continua logran, a veces, entorpecer lo que trata de argumentar. Este Peronismo de José Pablo Feinmann es esencial para el debate y la polémica, pero también es necesario para entender por qué pasa lo que pasa en nuestros días.