domingo, 17 de marzo de 2013

Nelly Rivas, la triste historia de un amor peronista

Nélida Haydée Rivas tenía catorce años, cursaba segundo año del secundario y era fanática del cine. Tenía el pelo corto y algunos rasgos ambiguos que hacían que algunos la confundieran con un varón. Para una chica de su edad a quien no le gustaban las actividades físicas y se aburría en el colegio, no había otro divertimento que ir los domingos al cine del barrio a disfrutar tres películas seguidas al precio de una sola entrada. Fuera de eso, una adolescente de comienzos de la década del 50 no tenía mucho para hacer. Su amiga Teresa la convenció. Los domingos concurrirían a la Unión de Estudiantes Secundarios, la famosa UES, donde muchas adolescentes como ellas tenían actividades recreativas, veían películas antes de su estreno, andaban en motoneta ­—última atracción en Buenos Aires—, comían rico y gratis y, además, podían conocer en persona al General. Nelly dudó, pero después de consultarlo con sus padres, decidió ir a la residencia presidencial la semana siguiente. No podía saber que su vida tendría un antes y un después a partir de esa decisión.
Juan Domingo Perón tenía cincuenta y nueve años, era Presidente de la Nación y estaba profundamente deprimido. Su joven segunda esposa se había muerto consumida por un cáncer que no le dio tiempo ni chances. Abrumado por el dolor de la ausencia, enfrentando una fuerte crisis económica, rodeado de alcahuetes y adulones, con sus enemigos confabulando y soñando con su caída, se sentía más solo que nunca. El ministro de Educación le acercó la idea. Había que crear la UES, transformar Olivos en un gigantesco gimnasio femenino con canchas para casi todos los deportes, sala de cine y un inmenso garaje para las motonetas fabricadas por la Siam. El mismo Presidente debía manejar y promocionar junto a las chicas el nuevo producto nacional. Perón aceptó la idea y pronto sus ratos de ocio se transformaron en un multitudinario picnic adolescente. Comenzó a sacarse a de encima el negro de la muerte y volvió disfrutar sin culpas. No podía saber que esa decisión sólo serviría para alimentar el morbo de sus muchos enemigos.
La primera vez que Nelly vio a Perón quedó impactada. Un griterío histérico le avisó que el General había llegado a Olivos. Lo vio encender un cigarrillo de espaldas, darse vuelta, distinguirla entre todas las otras chicas y preguntarle qué le parecía la UES. Nelly no pudo contestarle, quedó muda e impactada ante la imagen imponente de ese hombre alto, buen mozo, atlético, simpático, sonriente. A pesar de temblar como una hoja, de sentir que las rodillas se le vencían, se juró volver cada domingo para verlo nuevamente. Cuando llegó a su casa no le alcanzaban las palabras para contar a sus padres lo que había vivido. ¡El mismo Presidente de la Nación, el General Perón, ese que veía desde chica en los noticieros del cine, aquel a quien sus padres adoraban, la había mirado, la había distinguido y le había dirigido la palabra! Si todavía creía poder sentir su perfume y retenerlo en la memoria.
A Perón le atraía y le divertía la ambigüedad de la figura de Nelly pero supo muy rápido que la chica tenía determinación. Apenas unos meses después de su ingreso a la UES ya la vio integrada a la Comisión de Deportes que periódicamente se reunía con él y comenzó a notar como la mujercita trataba se sentarse lo más cerca posible de su figura. Lo que no pudo imaginarse es que esa joven casi niña le propusiera que fuera él mismo quien le enseñara a manejar la motoneta y no los mecánicos designados al resto de las chicas. Perón le festejó la originalidad y aceptó el reto. Para evitar celos y comentarios de las demás la citaba a primera hora del día, antes que llegara el resto, y le daba clases personales de manejo. El presidente estaba sorprendido de esto que vivía, de este guiño de la vida en medio de tanta muerte y tanta soledad.
Para Nelly era vivir el cuento de Cenicienta, tener que pellizcarse cada día para darse cuenta que el General la distinguía con su amistad, que era alguien especial para él. Para la Navidad del 53 recibió una de las mejores noticias de su vida. Estaba invitada junto a los miembros de la comisión de Deportes de la UES a pasar las fiestas con Perón. Tuvo que convencer a la sangre gallega de su papá, qué no podía entender que su nena pasará estas fechas fuera de la casa, sin su familia; pero el nombre de Perón todo lo podía y finalmente aceptó. Esa noche hubo regalos presidenciales muy costosos para todos, sin embargo la preferida no tuvo el más caro. A Nelly no le importó y se lo hizo saber, no le interesaba el valor, le dijo, bastaba con saber que era un regalo de Perón. A pesar de la corte servil que lo rodeaba, Nelly podía sentir la soledad de ese hombre a quien veía como a una superhéroe y se ofreció para pasar Año Nuevo con él en la quinta de San Vicente. El mismo Presidente hizo llamar al padre de Nelly para pedirle autorización.
Después de las fiestas Perón se alejó algunos días de la UES y de sus chicas, y también de Nelly, por lo que se sorprendió cuando la vio aparecer por la residencia presidencial un día cualquiera a la hora del almuerzo. No pensaba dejarlo solo, se ofreció a comer todos los días con él, y cuando empezó a encariñarse con Monito y Tinolita, los caniches del General, le ofreció a Perón quedarse a vivir. En casa de Nelly el machismo herido de su papá hizo tronar rayos, pero la niña mujer lo convenció con un  largo discurso sobre todo lo que los argentinos le debían, la soledad inmensa en que se encontraba y  que sólo buscaba a alguien para hablar de otra cosa que no fueran asuntos de gobierno. El señor Rivas otra vez accedió y Nelly pasó a formar parte de la coreografía presidencial, apareciendo incluso en algunas fotografías en los diarios de la época bien cerca del General. Una foto tomada en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata muestra a Nelly junto a Perón como una joven muy atractiva. Llevaba más de un año conviviendo con él y nadie podía ya confundirla con un muchacho como meses atrás.
¿Estaba Nelly enamorada de Perón? Seguro que sí, había quedado impresionada por él desde el primer momento que lo vio. Además de apuesto, elegante, simpático, era el Presidente de la Nación. La había colmado de obsequios y había ayudado a su familia que cuando su padre se quedó sin trabajo por enfermedad recibió como regalo una casa en Vicente López a cambio de la que tenían en la Boca. Había visto de cerca la soledad del líder y se había sentido importante estando cerca de él. ¿Estaba Perón enamorado de Nelly? Difícil saberlo, es probable que no, quizás se haya divertido primero de su espíritu adolescente y después, como con muchas otras relaciones, utilizó su estilo protector y de guía que lo convertía más en un padre que en una pareja. Nelly significó distracción y alegría en los momentos más difíciles de su vida. Meses después la cañonera de bandera paraguaya Huamitá se lo confirmaría.
Derrocado Perón, Nelly tuvo como única herencia a los dos caniches del General, que quedaron  a su cargo, y a una jauría de perros morbosos que se abalanzaron sobre su historia para pisotear todo lo que se pudiera la figura del prófugo que ahora no se podía ni siquiera nombrar. Obligada a declarar en algunas de las numerosas comisiones investigadoras que la Libertadora instauró para aniquilar al peronismo, tuvo la valentía que muchas ratas que huían del barco no tuvieron. Con orgullo e hidalguía se declaró amiga de Perón y sólo tuvo palabras de agradecimiento para con él. Mientras militantes eran fusilados o conocían la cárcel y se trataba de destruir ladrillo por ladrillo de la construcción material e ideológica peronista, comenzaba un período oscuro que prefiguró la tragedia argentina. Nelly y su familia no corrieron mejor suerte.
La Policía de la Libertadora ingresó a las casa de sus padres, destruyó o robó todo lo que pudo y entregó a juicio a toda la familia. Los defensores de la moral cristiana y los valores de los fundadores de la patria, que denunciaban la corrupción y el autoritarismo peronistas, utilizaron la historia de Nelly para acusar a Perón de estupro y a sus padres de cómplices, confiscándoles además todas sus propiedades. José María Rivas y Mariana Sebastiana Viva de Rivas fueron condenados y confinados en la Cárcel de Villa Devoto, mientras su hija Nelly fue derivada a un Asilo Correccional de Mujeres para “reconstruir su moral”. Tras un año de encierro debió emprender un tratamiento psicológico intenso y prolongado. Era una muestra de las formas y los resultados de la limpieza moral que la Libertadora venía a traer al país después del escarnio peronista. Durante el exilio del ex presidente la vida de ambos continuó sin saber cada uno nada del otro. Perón, jugando al ajedrez político desde Madrid, conducía una masa informe y contradictoria que quería traerlo de vuelta y se casó con una bailarina a la que llamaban Isabel. Nelly trató de reconstruir su vida como pudo y tras algún tiempo, se casó con un muchacho llamado Carlos, empleado de la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires.
En noviembre de 1972, en una de las proezas más gigantes que una militancia política haya conseguido, después de dieciocho años de represión y de lucha, Juan Domingo Perón vuelve al país. Aquellos patriotas que habían venido a barrer la corrupción peronista demostraron que no era la moral del ex presidente su preocupación. No les interesaba la burocracia estatal, el culto al personalismo, la corrupción generalizada, la inflación ni los ataques a la prensa libre. En realidad su preocupación urgente era la destrucción de un país que dejaba de lado el modelo agroexportador para apuntalar a una industria nacional, con un mercado interno expansivo, la clase obrera sentado en la mesa de las decisiones políticas, con una verdadera distribución de la riqueza, como nunca se vio y nunca volvería a verse. Mientras el país se convulsionaba tratando de imaginarse con Perón de vuelta, el viejo líder se instalaba en una casa en la calle Gaspar Campos, comprada especialmente por el Partido. Una de esas mañanas Nelly decidió, con la misma determinación que cuando tenía catorce años, que tenía que volver a ver a Perón.
Franqueando toda la seguridad de la casa con la temeridad y la decisión de siempre, Nelly llegó hasta la cocina en donde estaba el General. Perón la reconoció al instante y quedó tieso del asombro. Toda una mujer, sus primeras palabras fueron para retarlo, tenía que tener más cuidado, si entraba ella tan fácil también podía hacerlo cualquiera. Después se lanzó a relatarle sus años de penurias, la suerte de sus padres, su reclusión, el escarnio público, su tratamiento psicológico, su nueva vida familiar. El gigante de la Historia, el hombre de la sonrisa y simpatía eternas, el que siempre tenía la palabra o la frase justas para cada ocasión, aquel a quien le costaba demostrar sentimientos amurallado en su rígida formación militar, no supo que decir y se largó a llorar casi sin consuelo. Quizás haya pensado en esos minutos de congoja si había valido la pena todo lo vivido sólo para recordar tantos muertos, consolar a tantos lastimados, cicatrizar tantas heridas.
Ese día fue el último en que se vieron. Nelly seguiría recordando con cariño y admiración a Perón el resto de su vida. El General se enfrentaría viejo, malo y enfermo, a los días más negros que haya vivido como líder político. El país se preparaba para sufrir sus años más tristes y sangrientos.



miércoles, 6 de marzo de 2013

Vinilo X - Adiós Sui Generis



El 5 de septiembre es una fecha esencial en la historia de la música popular argentina. El dúo Sui Generis decidió decirle adiós a su corta y fructífera historia con dos multitudinarios recitales en una misma noche en el estadio Luna Park. No era el primer grupo de rock argentino que se le animaba al gigante de Corrientes y Bouchard, pero el fenómeno de masas que desató esa histórica presentación marcó un antes y un después. Sui Generis había nacido de las bucólicas intenciones de Charlie García —no Charly todavía, menos que menos Say No More— y Nito Mestre. Ambos lograron captar el espíritu cuestionador y aturdido de toda una generación de adolescentes y jóvenes. Con los discos Vida, Confesiones de invierno y el fundamental Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, habían logrado éxito comercial y se habían instalado como referentes de toda una época.


Para el momento de la presentación de este histórico recital, el grupo estaba disuelto casi de hecho. Artísticamente Charly García estaba en sintonía con otras inquietudes musicales más cercanas al rock sinfónico inglés, por ejemplo, cosa que se haría evidente con la creación de su próximo grupo La máquina de hacer pájaros. Nito Mestre no entendía esta búsqueda, se aburría en los largos pasajes instrumentales que García encaraba en los recitales, y la unión artística que los había consagrado ya no daba para más. El dúo sin embargo, acompañado por Rinaldo Rafanelli en guitarras y bajos y por Juan Rodríguez en batería, brindó un histórico registro en vivo documentado en un disco doble y en una película que fuera dirigida por Bebe Kamín (quién también dirigiría años más tarde la exitosa Los chicos de la guerra). Muchos años después se editaría un tercer disco con temas que habían quedado afuera en la edición original.


Instituciones abre el disco. Es un gran tema progresivo con una profundidad musical y tantos cambios melódicos que evidencia el salto que García había tenido como compositor y cómo lo habían influenciado discos como Nursery Crime o Foxtrot de Genesis. A partir de ahí Sui Generis repasa sus más grandes éxitos a veces con desprolijidad, otras con gran genio, siempre con el sentimiento de estar tocando para una gran ocasión. El álbum, porque ni siquiera se lo habían planteado, no tiene sobregrabaciones, tan comunes a los discos en vivo, que son una suerte de mano de barniz que le da brillo y disimula imperfecciones. Eso le da una crudeza y un sentimiento únicos y lo transforman además en un documento creíble. Sui Generis fue el primer paso masivo de la longeva carrera del músico popular vivo más grande de nuestro país y la fotografía más auténtica de un generación que empezaba a cuestionarse el aprendizaje de una sociedad en combulsión.