jueves, 22 de diciembre de 2011

Cristina Fernández de Kirchner: las palabras y los hechos


Tenía muchas expectativas en el discurso que daría Cristina Kirchner ante la Asamblea Legislativa en ocasión del juramento del cargo por un nuevo período presidencial. Si en el peor de los momentos la consigna fue “vamos por todo”, luego del tener más del 54% de los votos en las elecciones nacionales, creía necesario dejar en claro que había que correr los límites hacia adelante, “ir por más”, profundizar los cambios y emprender aquellos desafíos no enfrentados.
La realidad me mostró el anuncio de tres o cuatro medidas trascendentes en ese sentido –ley de extranjerización de tierras, modificación de la ley penal tributaria, declaración de interés nacional de la producción de papel para diarios, etc.-, y una largo recitado de los logros de la gestión, como una larga letanía, por momentos extenuante, de autoreferencia. El discurso mantuvo coherencia, sentido y atracción, sólo por el increíble carisma de Cristina, la notable utilización de recursos oratorios, su impecable dicción y un poder de argumentación que la ponen muy pero muy por encima del resto de la clase política.
¿Era necesario ese largo recitado de logros y políticas activas del Estado? No había que convencer a nadie, las elecciones ya estaban ganadas por paliza, Cristina está en el punto más alto del gran “protagónico de su vida” (Feimann dixit). Creo que enumerar cada uno de estos logros era necesario para reafirmar que el cambio ha sido espectacular por el cortísimo tiempo histórico en que se produjo. Y esa reafirmación de valores que cada uno de esas medidas tiene implícita es lo que debe iluminar las nueva medidas. Nuevas medidas en el marco de un nuevo paradigma impensado en la Argentina post dictadura. Lo política como elemento transformador y no como reaseguro servil del los intereses de las corporaciones. La política como nuevo escenario donde una sociedad siente que puede usarse para cambiar lo que quiere cambiar. La política como lugar donde miles de jóvenes descubren o vuelven a encontrar la alegría de la militancia.
Si el histórico discurso de Néstor del 25 de mayo de 2003 eran sólo palabras que luego se transformarían en hechos, el discurso de Cristina son palabras que dan cuenta de los hechos. Y los hechos son abrumadores. No los repetiremos aquí, hemos militado todos estos años tratando de hacerlos lo más visibles que pudiéramos. Pero me gustaría resaltar la matriz conductora de toda esta transformación: la completa subordinación de la conducción económica en manos de la política. Es fama el recuerdo de Néstor y su famoso cuaderno a espiral llamando todos los días a primera hora a Economía para saber como iba la recaudación fiscal o como estaba el nivel de reservas. No se equivocaba; sin esa herramienta su gobierno y el de Cristina hubieran sucumbido por un golpe de mercado en un abrir y cerrar de ojos. El intento destituyente conocido como la “crisis del campo” o el intento de los primeras horas de este tercer mandato kirchnerista, cuando desde los medios se organizó una corrida cambiaria que, a pesar de algunas torpezas, el Gobierno controló, hubieran hecho volar todo por el aire. O hubiera obligado a capitular convicciones. Es lo que el Perro Verbitzky llamó alguna vez "la educación presidencial". Eso que quiso hacer Escribano, de La Nación,  llevándole condiciones a Néstor apenas asumido. Es lo que la corporación mediática y sus cada vez más idiotas útiles intentó durante todos los santos días de este Gobierno.
Cristina no usa eufemismos cuando no debe hacerlo. “No soy la Presidenta de las corporaciones”, dice claramente a toda la sociedad mirándonos a la cara, por si a alguno no le quedaba claro. Avisa, como Néstor, que “no va a dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada”. Y va por más. Desde el minuto cero de su segundo mandato no cesa de recibir mensajes desde todos los sectores cuyos intereses han sido tocados. Desde el minuto cero y ante la Asamblea Legislativa ha mostrado un coraje y una entereza que provocan cada vez más admiración y alegría. Nos ha convencido que siempre se puede ir por más.

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